—Bueno, tú tampoco estás muy sereno. —Me pongo a la defensiva.
Entonces se ríe. Es una risa franca y divertida que no me sienta del todo bien.
—¿Quieres que salgamos a tomar un poco de aire, o te invito a… un agua? —añade con una risita que a mí me enerva.
¿Está siendo condescendiente y paternalista? Cierro los ojos y con un movimiento demasiado rápido intento apartarme de él, cuando los abro soy consciente de que me he mareado y él me sujeta por el hombro.
—¿Todo bien?
Si fuera otro tío creería que es el hombre más considerado del mundo, pero este tipo es un ladrón de saxos. Y aunque se esfuerce por caerme bien, no lo hará.
—Vamos fuera, hablemos un rato mientras te da el aire.
Bien, ahora quiere hablar. Sería una maravillosa oportunidad para salir de la furgo y tomar algo antes de que el pobre se crea que va a tener tema conmigo. Pero… otra vez mi máquina empieza a funcionar, en mi cerebro se escucha el engranaje que gira y gira.
¡No voy a largarme de aquí! ¡Me niego!
Aquí es donde está mi saxo y si me voy será con él entre mis brazos.
Me sorprendo al decir:
—No. Estoy bien. Podemos quedarnos aquí y… hacer cosas.
Hacer cosas, como si hablara de manualidades o algo.
Una imagen cruza mi mente y gruño.
Veo que se echa hacia atrás.
¿Por qué se echa hacia atrás? Frunzo el ceño más profundamente y él parece asustarse de mi reacción.
—No te enfades —me dice.
—No me enfado —¿De qué va?—. ¿Me ves enfadada?
¡Puto idiota!
Vale, igual mi tono ha sido un poco pasivo—agresivo. Pero ¿qué le pasa?, debería estar agradecido de que una tía como yo se fije en él. Vale, no seré Monica Bellucci, pero tampoco estoy tan mal como para que el señor ojos de búho me rechace.
Suelto chispas y él… él me sonríe.
Controlo un suspiro y es que su actitud me parece buena señal.
Está relajándose.
Entonces tímidamente posa su mano sobre mi hombro. Yo no me aparto. Me toca, es un contacto normal, sin carga erótica, o eso pienso yo hasta que se me calienta la piel donde él ha puesto la mano. La desliza hacia mi cuello y finalmente va a parar a mi nuca.
Por un momento nos quedamos en silencio, mirándonos a los ojos.
¡IT'S A TRAP!
¡Mi plan! ¡Tengo que seguir mi plan!
Arrastro el culo sobre el suelo de la furgo y entro del todo hasta que mi espalda choca con una de las paredes laterales metálicas.
Él me sigue, preocupado.
—Vamos fuera —me dice tendiéndome la mano para que la coja y así poder salir a tomar el aire.
¡Ni de coña! Yo no me bajo de aquí sin mi saxo.
Me muevo hacia la salida, sin darle tiempo a retroceder. Me inclino sobre la puerta trasera y la cierro de golpe dejándonos a los dos dentro, a oscuras y con un calor insoportable.
Por la oscuridad que se cierne sobre nosotros ahí dentro, no puedo ver su cara de sorpresa, pero estoy segura de que es de pura estupefacción.
Antes de que él pueda abrir la puerta y disuadirme para que me baje, lo empujo haciéndole perder el equilibrio. Su espalda va a parar contra el suelo. Quizás el plan de coger el saxo y echar a correr no esté perdido del todo. Solo tengo que distraerlo el tiempo suficiente para echar a correr sin que pueda perseguirme. Pero por alguna razón, mientras toco su pecho con mis manos extendidas para que se quede quieto, esa deja de ser una prioridad.
Siento su piel caliente bajo la camisa y mi respiración se entrecorta.
¡Cristina! No hagas nada de lo que te arrepientas. Coge el saxo y lárgate de aquí. Mi conciencia me grita, pero es tan fácil ignorarla cuando él ha levantado la mano para acariciar mi cintura.
A nuestro lado, contra el lateral, está el estuche del saxo, lo tengo vigilado. Sé que puedo cogerlo. Sé lo que pesa. Puedo abrir la puerta y llevarme mi trofeo conmigo antes de que él pueda reaccionar y perseguirme.
Frunzo el ceño cuando intenta incorporarse.
—¿En serio crees que es una buena idea? —me pregunta algo preocupado—. Mejor será que salgamos a tomar un poco el aire.
¡Ah, no! Eso no va a pasar.
Con un ronroneo estudiado me pongo a horcajadas sobre él.
No puedo ser una ilusa. Seguro que corre como Usain Bolt, está fuerte y parece atlético. No, tendré que… distraerlo primero de algún modo.
Sonrío, o bien porque soy lo suficientemente idiota como para creerme un genio, o bien porque a pesar de que había decidido que lo odiaría hasta el fin de los tiempos, estar ahí, con él, sintiéndome deseada es una experiencia única que bien vale la pena disfrutar.
4
¡Corre, Forrest!
Cristina
Me inclino sobre él y le doy un fugaz beso en los labios.
Se me dispara el corazón y vuelvo a darle otro tan suave como el primero, pero que dura un segundo más. Puedo jurar y juro que le beso porque es una estrategia fantástica de distracción, no porque me gusten sus besos.
Otro beso y esta vez lo hago durar. Atrapo su labio inferior entre mis dientes y mi lengua juguetona no puede resistirse a pujar para entrar en su interior. Suelto un pequeño gemido y muevo mis caderas sobre él.
¡Vale! Igual sí me gusta besarle, pero solo un poco. Y es poco a poco que nuestros ojos se adaptan a la oscuridad.
Sigo a horcajadas y cuando me levanto, mis manos se apoyan en su pecho. Él, sin embargo, tiene las suyas en mi cintura, no en mi culo, ni en mis tetas, sino en mi cintura como si esperara que en cualquier momento cambiara de opinión.
Está desconcertado, pero no me aparta, ni intenta disuadirme de nuevo de que lo mejor sería salir fuera para que me dé el aire.
Me inclino hasta quedar tan cerca que nuestros alientos se entremezclan y mi nariz puede tocar la suya.
Me estiro sobre su cuerpo y él parece estar tan excitado como yo.
Veo cómo me mira a pesar de la escasa luz que entra por las ventanas. Me muevo sobre él y froto mis caderas contra las suyas. Puedo ver lo que hay en sus ojos: deseo y expectación. Como si no supiera qué puede hacerle a una grupi loca en la parte de atrás de la furgoneta.
—Esto…
Él intenta hablarme, pero le pongo un dedo en los labios y le hago callar.
Ha llegado el momento de apretar el acelerador.
Sitúo mis codos a ambos lados de su rostro y me apoyo estirándome cuán larga soy sobre él. Mi boca va al encuentro de la suya.
Le beso como quiero, apasionadamente y con la boca abierta, porque él me deja.
Mis caderas se mueven como si tuvieran vida propia. ¡Vaya! Quién podría haber dicho que el saxofonista provocara semejante reacción en mí.
Quizás tú misma, Cristina, cuando sabes que le miras a los ojos y sientes cómo se te encoge el estómago. Mi conciencia es muy