Se me ilumina la cara y respiro hondo. ¡Estás ahííí!
Ver que estoy tan cerca de conseguir mi objetivo me da valor para seguir adelante.
Me siento tan contenta que empiezo a hablar sin control.
—Vamos, no me dirás que las chicas no hacen cola para conocerte después de un concierto. —Él me mira fijamente, pero no dice nada—. Seguro que con lo guapo que eres… esos bíceps… —Alargo mi mano e intencionadamente toco su brazo—. Ese talento que tienes...
Las palabras salen de mi boca sin que apenas piense en lo que digo, estoy demasiado ocupada mirando el estuche donde está mi tesoro. Mis dedos se deslizan por su antebrazo y suben hasta tocar su bien formado bíceps, lo aprieto con una sonrisa y... entonces me doy cuenta de lo que estoy haciendo. Y si me he dado cuenta no es por lo ridícula que me siento con esta actitud totalmente falsa, sino porque tocar a ese hombre... nunca va a ser una buena idea. Y mucho menos después de que mi estómago se encoja de algo muy parecido al deseo.
Debo salir corriendo de aquí. Y por un instante pienso en hacer literales esas palabras. ¿Y si salgo pitando? No funcionaría. Él tiene las piernas muy largas y es demasiado atlético como para pensar erróneamente que puedo correr más que él.
Ángel da un paso atrás y yo ladeo la cabeza. ¿Lo estoy asustando?
Está en silencio absoluto. Ni siquiera tiene intención de decir nada o balbucear. Cuantos más segundos pasamos mirándonos, más tengo claro que lo estoy asustando. Como mínimo incomodando, porque yo me siento igual de desubicada.
Reflexiono mirándole a los ojos por primera vez desde que ha aparecido.
Al final parece reaccionar y después de tomar aire, me suelta:
—No sé si es la primera vez que una tía me espera después de un concierto, pero te juro que eres la primera que ha conseguido abrir mi furgoneta.
Otra vez levanta una ceja y yo hago lo mismo.
Menudo zasca acaba de darme. Un zasca en toda la boca.
Muy elegantemente me está acusando de ladrona y por lo que veo, ni aunque le pusiera muy cachondo, cosa que dudo, no iba a liarse con una loca que ha forzado su furgo para Dios sabe qué intenciones ocultas.
Cómo explicarle que he tenido que perfeccionar mis habilidades abriendo coches ese último mes. De ahí que hubiera tardado tanto en decidirme a poner en práctica mi plan. Un mes entero de seguimiento, ¿y para qué? Si me ha pillado en el primer intento.
El silencio incómodo hace que el asunto se vuelva cada vez más serio.
—Estaba desesperada por conocerte.
¡Di que sí, Cristinita! Alimenta su ego que eso siempre les pone.
—¿De verdad?
—Sí... y bueno, aquí estoy.
Él parece asentir ligeramente, pero su cara demuestra lo flipante que le parece todo.
—He pensado que no te importaría que te esperara. ¿Me he equivocado mucho? —le pregunto con una voz sensual que no sabía que pudiera poner.
Veo que no sabe qué decir, de hecho, abre y cierra la boca sin que sonido alguno se pronuncie. Y la verdad, a mí no me queda mucho de improvisación.
El plan A, de robarle el saxo de dentro de su furgo y salir corriendo, parece haber fallado. Y el plan B... debería haber un jodido plan B, pero no lo hay. Solo una improvisación de la que voy a tener suerte de poder salir ilesa.
Entonces él dice algo que me deja el culo clavado en el suelo de la furgoneta.
—Bueno… quizás podamos...
¡Nooooooooo! Me va a dar un paro cardíaco. ¿Quizás podamos qué...? ¿En serio cree que me lo voy a montar con él?
¡Ni en sueños, guaperas!
Espero no haya visto mi cara de pánico, pero antes de poder balbucear cualquier cosa para que no se me acerque él, se inclina dentro de la furgoneta y en lugar de entrar, simplemente deja el estuche y se sienta a mi lado, con el culo en la furgo y los pies apoyados sobre el suelo de tierra.
Vaya, parpadeo realmente sorprendida, si al final resultará que es un tío legal.
Deja el estuche del saxo cerca de su cadera y le da dos golpecitos con la mano, como para asegurarse que está en buen recaudo.
Los ojos se me abren como platos.
Casi puedo tocarlo. ¡Está ahí! Por fin lo tengo al alcance de mi mano.
Estoy en éxtasis y no coordino. Los cubatas que me he tomado al parecer son de efecto retardado porque me mareo un poco y me inclino sobre el saxofonista.
Me mira con esos ojos grandes y de color chocolate, está demasiado cerca como para que yo pueda hacer otra cosa que parpadear.
Ha malinterpretado mi inclinación de “Dios mío qué borrachuza soy” por un “voy a por ti, nene”.
Entonces pasa lo inevitable: Me besa.
¡Me besa!
Mis brazos se elevan, en un principio no sé si para frenarle o qué, pero inconscientemente los dedos de mis manos se extienden y se enredan en su pelo. Pero mi boca es incapaz de pronunciar palabra o sonido alguno mientras él aprieta sus labios contra los míos.
Me está besando y, para tortura de mi conciencia, lo hace suavemente. Me acaricia la mejilla con el pulgar y contra mis labios, mientras me da suaves toques, puedo notar una sonrisa. ¡Madre mía! Inequívocamente es buen tío. Un tío que besa de maravilla, pero que fue a comprar el saxofón equivocado, y eso es algo que no le puedo perdonar.
Por un instante mis labios están quietos, expectantes de la orden de mi cerebro que no acaba de llegar.
Todo se vuelve de un color brillante. Son como fuegos artificiales en mi cabeza. Seguro que luego pienso que eso de las mariposas en el estómago o las luces de colores son una puta chorrada, pero ahora… ahora siento que él tiene los labios más tiernos del mundo y los míos se abren para él hasta notar el roce de su lengua. No puedo evitarlo, el cerebro ha reaccionado y me ordena corresponder a ese beso que él ha ido profundizando. Ya no noto que sonría. Me besa delicadamente, con los ojos cerrados y la boca jugando a atrapar mis labios entre los suyos.
¡Menudo beso!
Inseguro al principio, su lengua da pequeños toques contra mis labios entreabiertos y siento sus manos elevarse para enmarcarme la cara. ¡Vaya un caballero! Parece que está dispuesto a besarme como un gentleman antes de tirarme sobre el suelo de la furgo y sobarme las tetas.
Cuanto más tiempo pasa, más me doy cuenta de que quizás me esté equivocando. Meterme mano es algo que no ocurre, y, sin embargo, no deja de besarme. ¿Cuánto está durando este beso? Acabo de perder la noción del tiempo.
Se aparta de mí poniéndole fin y me dedica una sonrisa tierna al ver mis ojos abiertos como platos.
No sé qué me alucina más en este momento, pero voy frunciendo cada vez más el ceño.
—¿Qué? —me pregunta con una tímida sonrisa a escasos centímetros de mi cara.
Gimoteo y me siento idiota por no poder articular palabra.
—No sé... —consigo decir finalmente antes de expulsar todo el aire de mis pulmones.
Y realmente no sé.
No sé qué estoy haciendo, ni qué puñetas digo.
Por otra parte, él... no sabe quién soy, qué hago aquí. No sabe nada y… ¿me besa? Resoplo como si estuviera decepcionada cuando no hay motivo alguno. El saxofonista es un capullo