Alzo los brazos y mis ojos se clavan en los suyos.
Solo un momento. Un segundo. Pero suficiente como para que él sepa que vuelvo a estar ahí, en primera fila, mirando cómo hace magia con sus dedos. Vuelvo a mirarle un instante en que nuestras miradas se cruzan, como ya han hecho otras veces, haciéndome sentir en el estómago sensaciones que no debería sentir, y mucho menos por él.
Pero la magia del momento no se rompe. Mientras ama la boquilla del instrumento, su mirada se ha quedado atrapada en la mía. Ciertamente le adoraría si no quisiera arrancarle los brazos.
Aparto la vista y sonrío, hasta que después la risa da paso a una carcajada.
Estoy como una cabra, pero es por el exceso de alcohol, el que al parecer voy a seguir ingiriendo si quiero darme valor para hacer lo que quiero hacer.
Como si hubiera clamado por agua en el desierto veo a Irene surgir entre la multitud.
—Estoy aquííí. —Ella aparece fresca como una rosa, con esa sonrisa de oreja a oreja a la que yo llamo: sonrisa verbenera.
Se acerca a nosotras con sus manos ocupadas con una nueva pomada. La bebida típica de aquí, de ginebra combinada con limonada, que sabe a rastrojo, pero que nos bebemos para hacer patria.
—Sí que has tardado, chica.
Irene asiente a Marina y sonríe. Nuestra querida abogada, que se desmelena en las noches veraniegas, lleva de serie su sonrisa de viernes a domingo. Esa que le da una cara de extasiada inocencia y que delata que se lo está pasando de puta madre. Sus ojazos verdes destellan.
—A Cristina le gusta el saxo —es lo primero que le dice Marina cuando la ve llegar.
Vaya, genial. Creo que me va a costar trabajo explicarles que gustar, no es precisamente la palabra.
—Eso explica por qué no se ha perdido ninguno de sus conciertos.
No ha escuchado ni media palabra y me vuelve a dar la risa. Y me río, alto y claro mientras cambian de canción y volvemos a la euforia colectiva y a saltar de nuevo.
—¿Te gusta el saxo o el saxofonista?
No contestaré a eso, pero mi cerebro piensa en esas palabras y mis ojos recorren al tío de metro ochenta y cinco, manos de pelotari y ojos de chocolate. Se me entrecorta la respiración y se me acelera el pulso.
¿Me gusta el saxofonista? Meneo la cabeza en señal de negación. No, pero...
Y de nuevo tengo ojos solo para él, tiene un… algo, un magnetismo. No puedo dejar de pensar en cómo sería volver a tocarle. Quisiera alargar mi mano y acariciar cada fibra de su ser, sus curvas, apretar y soplar. Joder, ¡ese saxo es mío! Ese capullo no es digno de él. ¡Devuélveme mi saxofón!
Miro la boca del tío que está tocando esa obra de arte y le odio. Observo cómo pone sus finos labios en la boquilla y se prepara para un solo apoteósico.
Quiero gritarle, No eres tú, tocas bien porque nadie puede tocar mal con mi saxo.
—¡Joder! No me extraña que lo persigas de punta a punta de la isla. —Marina está flipando—. Ese tío… ese tío… Ese tío tiene cara de empotrador.
—¿Ha dicho empotrador? —A Irene le entra la risa tonta.
Por Dios, si seguimos así, mi plan de huida se va a ir a la mierda. Están como cubas.
—Seguro que empotra. —Marina le pone énfasis a sus palabras al ver mi cara de escepticismo y asiente vigorosamente.
—No empotra —le dijo ofendida—. Ese tío, es… un imbécil.
Y cuando lo digo, asiento y me doy cuenta que debería parar de beber. No puedo permitirme perder mi agudeza. Mis sentidos deben estar alerta para realizar con éxito mi fechoría.
—Un imbécil que te trae loquita, ¿eh?
No puedo culparlas de que piensen eso. Casi me vuelvo loca persiguiendo a ese espécimen. Me he pateado cada verbena de la puñetera isla, desde Ses Salines a Alcúdia, de Capdepera a Sóller, ¿y para qué? Solo para que llegara este momento.
¡Y el momento ya ha llegado!
¡Me vengo arriba!
—Porque esta noche, nenas —grito al mundo—. ¡Esta noche es la noche!
—¡Uuuuuuooooooh! —Irene y Marina me flanquean y cuando el saxofonista se va a quedar sin aire en los pulmones, nos dejamos llevar por la pasión y gritamos como locas con los ojos cerrados y los brazos extendidos.
Seguro que no tienen ni puñetera idea de qué pasará esta noche, pero yo sí lo sé.
Esta noche es la noche.
Lo voy a hacer.
Estoy decidida.
—¡Estoy decidida! —grito al mundo.
Esta noche… ¡¡VOY A ROBARLE EL SAXO!!
2
Algo inesperado
Àngel
Mientras mis dedos acarician el suave metal me abstraigo de todo. Qué fácil sería la vida si tocar a una mujer fuera como acariciar esta pieza única. Lamentablemente las mujeres son mucho más complicadas, más difíciles de satisfacer y de comprender. Yo, al menos, no he conseguido comprender a ninguna, ni siquiera a mi abuela, a la que adoro, pero reconozcamos que está como una cabra. No es demencia senil, ya lo estaba cuando yo aporreaba cada uno de los instrumentos musicales que los abuelos coleccionaban en casa, sin importarme si eran de percusión, cuerda o viento.
Está siendo un gran concierto.
Cierro los ojos e intento dominar mi emoción, mi respiración para no quedarme sin aire y hacer la actuación perfecta.
Termino y cojo aire como puedo.
Miro a mis compañeros. Carlos está soberbio esta noche, canta desde lo más profundo del corazón, es así, aunque suene algo cursi. Canta la estrofa sin desafinar hasta llegar a la nota más alta. Me preparo cuando me da paso y vuelvo a acariciar la boquilla con mis labios.
Soplo, lo acaricio y antes de cerrar los ojos para dejarme llevar, mi mirada queda atrapada en la de otra persona. Sostengo el instrumento entre mis manos y el mundo parece detenerse un instante. Cierro los ojos de nuevo y al abrirlos... mi mirada busca algo muy concreto, a alguien muy concreto. Me relajo nada más verla y siento que podría seguir tocando hasta que saliera el sol.
La encuentro casi en primera fila, es como mi chute de adrenalina. Sin proponérmelo, siquiera sonrío.
La chica misteriosa ha vuelto a perseguirnos.
Al principio pensé que perseguía al cantante buenorro de Ses Bubotes , el grupo que esta noche toca después de nosotros, pero lo descarté al verla en los conciertos donde no coincidíamos con ellos. La otra opción era que persiguiera a el cantante, pero no parecía que fuera eso. No, cuando al que se pasa todo el espectáculo mirando es a mí.
Me halaga y me pone nervioso a partes iguales.
Hoy, es la última verbena de julio. Toca darlo todo en Llubí. El pueblo está entregado y Carlos parece más animado que de costumbre. Me da que tiene algo que ver con las amigas que hoy se ha traído la chica misteriosa. Acabo de tocar y Carlos me mira de reojo y alza las cejas en una señal inequívoca de que me fije quién está ahí en la primera fila. Sé que significa eso. Tu acosadora sexy ha venido a verte.
Estoy de enhorabuena, porque si no fuera porque hace un calor tremendo bajo los focos, estoy convencido de que se notaría mi sonrojo.
A regañadientes podría llegar a admitir