Breve historia de la Arqueología. Brian Fagan. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Brian Fagan
Издательство: Bookwire
Серия: Yale Little Histories
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9788417893194
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envidia que sus hombres amenazaron a Belzoni con armas de fuego. Temiendo por su vida, el cirquero abandonó Egipto para siempre.

      De vuelta en Londres, montó con rotundo éxito una exposición de la tumba y sus hallazgos en la llamada sala egipcia (muy adecuado), cerca de lo que hoy es Piccadilly Circus, y escribió un libro sobre sus aventuras que fue un best-seller. Pero inevitablemente, el número de visitantes disminuyó y la exposición cerró. El viejo forzudo todavía deseaba fama y fortuna, y en 1823 partió en una expedición para encontrar el nacimiento del río Níger en África occidental, para poco después fallecer de fiebre en Benin.

      Giovanni Belzoni fue un personaje fascinante, pero a fin de cuentas, un hombre del espectáculo y un saqueador de tumbas. Uno podría describirlo como un cazador de tesoros despiadado, pero fue mucho más que eso. Comenzó como buscador de tesoros por fama y fortuna, pero ¿fue un arqueólogo? No hay ninguna duda de que tenía habilidades magníficas para hacer descubrimientos. Puede ser que actualmente fuera un excelente arqueólogo, pero en su época nadie sabía leer jeroglíficos, ni cómo indagar y registrar el pasado. Como otros personajes de su tiempo, él medía el éxito por el valor de sus hallazgos. Sin embargo, el extravagante italiano sí sentó algunas de las bases rudimentarias de la egiptología.

      3

      LECTURA DEL ANTIGUO EGIPTO

      «¡Lo tengo!», gritó Jean-François Champollion antes de caer desmayado a los pies de su hermano. Champollion había descubierto la compleja gramática de los jeroglíficos del antiguo Egipto y había resuelto un misterio secular.

      Los científicos de Napoleón, Giovanni Belzoni y muchos otros, habían estudiado las inscripciones de la piedra de Rosetta sin éxito alguno. Los antiguos egipcios y sus faraones eran anónimos, personas sin historia. ¿Quiénes eran los reyes retratados en las inscripciones de los templos? ¿Quiénes eran los dioses y diosas que recibían las ofrendas? ¿Quiénes eran esas importantes personas enterradas en las tumbas opulentamente decoradas cerca de las pirámides de Guiza? Belzoni y sus contemporáneos trabajaron en medio de una bruma arqueológica.

      Al principio, los expertos pensaron equivocadamente que los jeroglíficos eran símbolos pictóricos. Pero en la última década del siglo XVIII, un estudioso danés llamado Jørgen Zoëga desarrolló la teoría de que la escritura no representaba objetos, sino sonidos, y que era una manera de convertir el discurso humano en escritura, un alfabeto fonético. El descubrimiento de la piedra de Rosetta en 1799, con sus dos textos jeroglíficos, fue un gran avance. Uno de los textos estaba en un sistema de escritura formal que nadie podía descifrar; pero el otro era un alfabeto simplificado, usado por la gente común. Esta era claramente una versión alfabética de los jeroglíficos, y ahora se sabe que los escribas la usaban mucho.

      La piedra de Rosetta fue el primer paso. El segundo fue el trabajo de Thomas Young, un doctor inglés experto en lenguas y matemáticas. Su conocimiento de la Antigua Grecia le permitió leer una de las inscripciones, lo que hizo posible que identificara el nombre del faraón Ptolomeo V en un cartucho de seis jeroglíficos (un grupo de jeroglíficos en un óvalo que representa el nombre de un monarca) en las inscripciones de la Rosetta. Después, comparó los jeroglíficos con las letras del nombre griego del faraón; desafortunadamente, Young llegó a la conclusión de que la mayoría de los jeroglíficos no eran fonéticos y sus esfuerzos por leerlos fallaron después de todo.

      El gran rival de Young era Jean-François Champollion (1790-1832), un genio lingüístico con una personalidad muy explosiva. Champollion era hijo de un librero empobrecido y no pudo recibir una educación formal hasta los ocho años; sin embargo, pronto demostró un talento extraordinario para el dibujo y las lenguas. A los diecisiete años ya dominaba el árabe, el hebreo, el sánscrito, así como el inglés, el alemán y el italiano. El joven Champollion estaba obsesionado con los jeroglíficos. Aprendió copto porque creía que la lengua del Egipto cristiano tal vez habría conservado algunos elementos del egipcio antiguo.

      En 1807, Champollion y su hermano Jacques-Joseph se mudaron a París, donde vivieron en penuria. El joven lingüista volcó su atención sobre la piedra de Rosetta. La estudió durante meses y también escudriñó cuantiosos papiros egipcios. La investigación resultó agotadora y llena de callejones sin salida. A diferencia de Young, se convenció de que el alfabeto egipcio era fonético. Amplió su estudio para incluir los papiros egipcios y griegos, así como un obelisco del Alto Egipto con cartuchos de la reina Cleopatra.

      En 1822 recibió copias muy detalladas de los jeroglíficos de Abu Simbel que le permitieron identificar los cartuchos que representaban a Ramsés II además de a otro faraón, Tutmosis III. Notó que la escritura jeroglífica no incluía vocales, sino que estaba compusta por veinticuatro símbolos que representaban consonantes simples (muy parecidas a las letras del abecedario) y funcionaban como un alfabeto. La escritura estaba dispuesta, habitualmente pero no siempre, de derecha a izquierda. No había espacios o signos de puntuación que separaran las palabras. Cuando Champollion entró corriendo en la habitación de su hermano, había descifrado una escritura que era «a veces figurativa, a veces simbólica y a veces fonética».

      El 27 de septiembre de 1822, Champollion presentó sus hallazgos ante la Academia de Inscripciones y Lenguas Antiguas. Consideraron tan importante el hallazgo que informaron al rey de Francia. Sin embargo, pasaron muchos años antes de que el trabajo de Champollion fuera aceptado universalmente. En 1824 publicó un informe sobre jeroglíficos que fue criticado ferozmente por los críticos. Es probable que su personalidad conflictiva y sus problemas para aceptar la crítica incrementaran sus dificultades.

      Champollion se convirtió en curador de la sección egipcia en el Louvre, donde organizó las colecciones en el orden cronológico correcto, gracias a su conocimiento sobre jeroglíficos. Este era un paso enorme.

      Pero el hombre que había descifrado la escritura formal del antiguo Egipto nunca había visitado el Nilo. En 1828, los promotores poderosos de Champollion convencieron al rey para enviar una expedición francesa y toscana conjunta bajo el liderazgo del lingüista. Treinta años después de que los expertos de Napoleón zarparan a Alejandría, Jean-François Champollion, el egiptólogo Ippolito Rosellini y un equipo de artistas, dibujantes y arquitectos (todos vestidos con ropa turca, mucho más cómoda para el calor) se embarcaron en un viaje río arriba.

      La expedición fue un éxito. Por primera vez, el maestro y sus acompañantes pudieron leer las inscripciones en los muros de los templos y comprender el significado de algunos de los monumentos más antiguos en el mundo. Una noche iluminada por la luz de la luna, los emocionados miembros de la expedición desembarcaron en el templo de la diosa Hathor, Dendera. Durante dos gloriosas horas deambularon por las ruinas, y no regresaron a los botes hasta las tres de la mañana.

      Después de breves estancias en Luxor, Karnak y el Valle de los Reyes, la expedición aprovechó la corriente de verano para llegar triunfante a El Cairo. Champollion fue el primer estudioso en identificar a los dueños de las tumbas y traducir las inscripciones en los muros de los templos, por medio de las cuales los faraones hacían ofrecimientos a los dioses. Agotado, regresó a París en enero de 1830 y murió dos años más tarde de una apoplejía, a la edad de cuarenta y dos años. La polémica en torno a los jeroglíficos continuó mucho tiempo después de su muerte y no sería hasta quince años después cuando alguien concordaría con sus traducciones.

      Entre tanto, una avalancha de visitantes con menos escrúpulos se dirigió al Nilo. El éxito de Belzoni y Drovetti animó a otros cazadores de tesoros para ir en busca de fama y fortuna. El antiguo Egipto se convirtió rápidamente en un negocio rentable. Champollion estaba indignado con el grado de destrucción: la gente saqueaba las tumbas descaradamente robando sus tesoros, desenterraban las estatuas y sacaban a cinceladas el arte de los muros, todo para su beneficio económico.

      Champollion le escribió a Mohammed Alí para denunciar el tráfico de antigüedades y el daño que estaba provocando. Su carta consiguió