—Tienes visita, rubia.
3
EDGAR
—¿Qué coño haces, Edgar?
Agazapé mi cuerpo al lado del coche y asomé medio rostro por la ventana. Miré a un lado y a otro, esperando. Los toques de Luke en mi espalda se hicieron más insistentes, aunque los ignoré. Entrecerré los ojos al darme cuenta de que una mujer, morena y con el pijama, levantaba una de las persianas de la primera planta del edificio que teníamos delante.
—Toc, toc. Son las —miró el reloj de su mano y bostezó— ocho de la mañana, y estamos escondidos como si fuésemos a robar, detrás de un coche. Lo peor de todo es que, todavía, no entiendo por qué has venido a buscarme y por qué he dicho que te acompañaba.
Hacía unas horas que nos habíamos acostado después de la esplendorosa fiesta y ni siquiera había podido pegar ojo pensando en la forma que tendría de encontrar a Enma. Seguí contemplando a Luke en el reflejo del cristal del coche y comprobé la cara de amargado que tenía a aquellas horas de la mañana. Metí la mano dentro del bolsillo de mi pantalón, saqué un objeto y se lo ofrecí. Abrió los ojos como platos y yo los puse en blanco.
—Escúchame con atención. Mientras yo la distraigo, tú le colocas…
—¡No pienso ponerle un pinganillo a nadie! ¿Desde cuándo te crees un detectivesco de pacotilla como para hacer eso en la intimidad de cualquier persona?
Detectivesco y pacotilla. Dos palabras que, con seguridad, se le habrían pegado de la rubia a la que tanto estaba buscando. Lo miré con mala cara.
—Si me ayudases un poco, no tendría que hacer esto como un demente.
—Es que eres un demente —apostilló con saña—. ¿Qué se supone que quieres de Susan Jonhson?
Lo observé como si el que hubiese perdido la cabeza fuese él y no yo. Alzó una ceja, impaciente, a la espera de mi contestación:
—Necesito encontrar a Enma cuanto antes. —Soné tajante.
Elevó los ojos al cielo.
—Edgar, déjalo ya. No vas a conseguir información de ella.
—Si le colocas ese puto pinganillo donde sea —lo señalé—, en cuanto hablen por teléfono, conseguiremos sacar algo.
—Ya, claro —comentó con hastío—. ¿Y te piensas que va a decirle: «Hola, Susan, ¿qué pasa? Nada, te llamaba para decirte que estoy en el Caribe»?
Apreté los dientes. Quizá tenía razón, pero…
—¡No me dejas otro remedio! —me desesperé, y apreté los puños a ambos lados de mi cuerpo—. Dímelo tú y aquí termina nuestra misión. Te llevo a tu casa, te acuestas y yo voy a coger un avión.
Su saliva bajó por su garganta con lentitud. Se resbaló por el lateral del coche y se quedó sentado en el pavimento.
—En realidad… —me contempló con un poco de pánico—, nunca he sabido el paradero de Enma. Ni siquiera he vuelto a hablar con ella desde que se marchó.
Mi sorpresa fue tan mayúscula que no pude evitar que se me notase en el rostro. Resbalé, igual que lo había hecho él, y me senté a su lado, ensuciándome los pantalones.
—¿Por qué no me sacaste del error? —le pregunté en tono neutro. Tal vez me había impactado tanto que ni siquiera había pensado en esa pequeña posibilidad.
—Siempre te dije que no lo sabía. Tú has dado por hecho lo contrario. Igualmente, creo que es lo mejor para que te olvides de ella.
—Eso es una excusa muy gilipollas —bufé. Ya notaba el enfado subir por mis entrañas.
—Sí, lo es —recapacitó—, pero tienes que dejarlo ya, Edgar. Está consumiéndote y no estás dándote cuen…
—Lark está vivo. —Cerró la boca de golpe en cuanto lo interrumpí. Abrió mucho los ojos y después esperó ansioso una explicación—: Ayer no pude decirte nada, pero por eso estaba Klaus en la fiesta, cuando bajé del escenario. —Lo miré, esperando una reacción por su parte, pero parecía haberse quedado sin palabras, así que me dije que era hora de darle un pequeño impulso más—: Si no encontramos a Enma, en cuanto Oliver ponga un pie en la calle, será su primer blanco.
Impelido por una fuerza que no conocía de Luke, se levantó enérgico y extendió su mano en mi dirección.
—Dame el puto micro. A ver qué vas a decirle y cómo vas a justificar que nos presentamos a esta hora en su casa.
Dos segundos después estábamos cruzando la calzada casi sin mirar. Llegué al portero, y un simple asentimiento por parte de Luke me bastó para tocar el timbre y esperar una respuesta de Susan, la amiga de Enma.
—¿Hola?
—Buenos días, señorita. Disculpe las horas, pero vengo para reparar una avería de las cañerías principales. Están a punto de reventar y nos ha llamado una vecina. —Miré asombrado a Luke por su agudo ingenio, en el que yo no habría caído en ningún momento. La puerta se abrió antes de que el telefonillo se colgara. Ni una simple pregunta—. No pensarías entrar diciéndole quién eres, ¿no?
Por mi cara, debió adivinar que sí, porque negó varias veces.
Comenzó a subir las escaleras hasta llegar a la primera planta. Nos detuvimos en su puerta y me lanzó una breve mirada. Teníamos claro que la fuerza bruta no iba a usarla él. Nos apartamos de la mirilla y esperamos uno a cada lado de la puerta para que no nos viese. Aquel debía ser uno de esos días en los que quizá, solo quizá, tendría más suerte que nunca, porque esa puerta también se abrió sin más cerrojos aparentes, así que empujé. La cara de Susan fue de tal asombro que casi se le salieron los ojos de las órbitas.
Todo fue muy rápido y sin pensar.
Elevé mi mano, tapé su boca cuando iba a soltar un grito de socorro y empujé su cuerpo hacia atrás. Luke pasó, cerró la puerta y tiró con disimulo el pinganillo en el jarrón de la entrada. Me guiñó un ojo y se metió las manos en los bolsillos.
—Susan, no pretendo hacerte nada. No grites, por favor, solo quiero que…
Pues no, no sería mi día de suerte. Efectivamente, el destino no iba a ponerse de mi lado jamás.
Un vozarrón para nada conocido sonó frente a mí. Tras desviar mi atención de Susan, me encontré a otro amigo de Enma, con unos simples calzoncillos.
—Suéltala ahora mismo si no quieres que te abra la cabeza.
Con malas pulgas, alcé una ceja y destapé la boca de Susan, poco a poco y sin dejar de mirar al tipo.
—¿Estás con este? —le preguntó Luke, sin venir a cuento—. ¿No es tu hermano o algo de eso?
—¡¿Qué coño hacéis en mi casa?! ¡¿Tú eras el fontanero?! —nos gritó mientras se acercaba al hombre con calzoncillos, que no conseguía recordar cómo se llamaba.
Alcé las palmas de mis manos para pedir una calma que no llegó.
—Susan, necesito que me ayudes…
—¡¡Lárgate de mi casa!!
Agarró el libro que tenía en una mesita a la derecha y me lo lanzó a la cabeza. A continuación, el que dio el paso hacia adelante fue él.
—Kylian, tengamos la fiesta en paz —le pidió Luke—. No hemos venido a hacerle daño a nadie.
Ya está. Era el hermano de Joan, el marido de Katrina. Lo del supuesto lío que tenían entre hermanos no lo había entendido, aunque tampoco me interesaba.
—Ah, ¿no? —ironizó—. ¿Y entráis