La tensión podía cortarse con un cuchillo, así que decidí que ya era hora de romperla. Arrastré una de las sillas para llamar la atención de los dos presentes y me senté. Coloqué mis manos entrelazadas sobre la mesa y Klaus me miró.
—Enma, ¿te suenan estas imágenes? Son un poco crudas, pero necesito que me digas si esto es lo que te enseñó Oliver Jones cuando estuvo en tu agencia.
—Veo que los formalismos se han terminado —intervino Edgar, tamborileando sus dedos sobre la mesa.
No nos quitaba los ojos de encima, y lo peor era que cuanto más lo contemplaba de reojo, más rabioso lo veía. Lo conocía; poco, por lo que había comprobado después de todo lo sucedido. Pero su carácter sí lo tenía muy presente, y estaba a punto de perder los estribos.
Klaus lo ignoró y me mostró las fotos.
—Son las mismas que me enseñó, sí —le aseguré.
Se encontraba con una mano en la mesa, repartiéndolas, y la otra, apoyada en el respaldo de la silla. Estaba muy cerca de mi cuerpo. De hecho, notaba su respiración en mi cuello.
Los dedos de Edgar me distraían. No dejaban de dar golpecitos en la mesa, cada vez con más fuerza. En varias ocasiones, mientras escuchaba a Klaus hablar sobre el caso, desvié mi mirada hacia los golpes.
—¿Podemos dejar la orquesta, por favor? —dijo Klaus con malas pulgas, enfrentándolo.
Edgar mantuvo con los dedos en alto, tan chulo y vacilón como siempre. Temí por la respuesta, pero nada de eso ocurrió, sino algo peor.
Se levantó, ocasionando un ruido terrible con las patas de la silla, y avanzó con pasos largos y firmes hasta mi posición. Lo tenía justo al lado, pero no se dirigió a mí, sino a Klaus:
—Claro. No has estado tan cerca de mí mientras me interrogabas.
Ni corto ni perezoso, quitó la mano del inspector del respaldo de mi silla, provocando que esta cayese bruscamente. Contuve el aire al ser consciente de que ambos se analizaban con muy mala cara.
—El cuerpo que encontró Morgana allí no era el de Lark, sino el de otro hombre desaparecido hace dos años. Hemos estado investigando la relación que tenía con Oliver, pero no hemos encontrado nada. —No le quitó los ojos de encima a Edgar en ningún momento—. ¿Llegó a decirte quién había sido su informante?
—No. Te lo he dicho cinco veces con esta —bufó con mal humor el aludido.
—Como si tienes que repetírmelo veinte —le contestó en el mismo tono.
Mantuve mi mirada en un punto fijo de la pared al ver por el rabillo del ojo que Edgar se erguía intimidante. ¿Estaba loco o qué?
—Quítate el uniforme y vuelve a hablarme así —lo amenazó.
No di pie a más. Empujé mi silla, con cuidado de no chocar con ninguno de los dos, y me levanté, quedándome en una posición peor, pues tenía uno a cada lado.
—Klaus, si necesitas algo más, llámame.
Sujeté mi bolso con fuerza para salir de allí.
—Sí. Será lo mejor —murmuró él con desgana.
—Si me permites la pregunta, ¿cómo se supone que va a llamarte si no tienes teléfono?
Me detuve antes de mover la manivela de la puerta, sin atreverme a girarme. No le contesté, aunque pude escuchar su respiración desde la distancia. Abrí sin esperar ni un segundo más y caminé hacia la salida. Justo antes de llegar, me di cuenta de que Susan y Dexter ya no estaban. Miré por la puerta de la entrada y vi que fumaban en la calle. Di un respingo al escuchar la voz de Klaus:
—Te invito a cenar esta noche.
Me volví para mirarlo.
—No puedo, tengo que…
—Llevas una semana preparando el equipaje para irte. —Sonrió como un gañán y le correspondí.
Pero la sonrisa se me borró de un plumazo cuando escuché a Edgar detrás de él:
—Esta noche ya tiene planes. —Recalcó mucho ese «ya».
—No estaba hablando contigo —añadió Klaus como si nada, y guio sus ojos de nuevo hasta los míos—. Te recojo a las siete.
Mis labios se sellaron; no supe si presa del pánico que estaba comenzando a sentir o porque necesitaba salir de allí cuanto antes. Edgar me contempló con un enfado monumental y sujetó mi antebrazo con rabia.
—Te he dicho que esta noche ya tiene planes. Y no es contigo precisamente.
Su tono rudo me encogió el pecho. Tiró de mi brazo hasta sacarme casi a rastras a la calle. Contemplé a Klaus un segundo, pidiéndole perdón con una mirada que no entendió. Lo que sí vio fue el agarre desmedido que aquel loco llevaba.
Dexter y Susan abrieron los ojos de par en par cuando me vieron salir. Les pedí un momento con la mano para que no se acercasen. No quería enfrentamientos, y menos en la puerta de una comisaría, o a saber cómo acabaríamos todos.
—Suéltame —le pedí sin alzar la voz.
Si hubiese podido matarme, lo habría hecho con un simple vistazo. Sus ojos no echaban fuego porque no podían. Lanzó tantas preguntas de carrerilla y con tan malas formas que me dieron ganas de abofetearlo en mitad de la calle:
—¿Por qué tiene tu teléfono?, ¿por qué yo no lo tengo? ¡Esa es la jodida pregunta del millón! —Entrecerró los ojos, sin dejar de caminar a grandes zancadas mientras yo daba pequeños tirones para soltarme, sin éxito—. ¿Dónde estás viviendo?, ¿por qué no me has devuelto una puta llamada? Y, lo más importante —se detuvo en seco—, ¿por qué cojones tiene ese gilipollas tanta confianza contigo? —Si no le salió espuma por la boca fue de milagro.
—Suéltame —le repetí, contemplándolo.
—No me da la gana. —Subrayó cada palabra, acercando mucho su rostro al mío.
—Edgar, por favor, está mirándonos todo el mun…
—¡Me importa una mierda quién nos mire! —bufó—. Como te ponga una sola mano encima, te juro que…
No le dio tiempo a finalizar la amenaza, ya que alguien habló detrás de él con tono firme y tajante:
—Warren, te ha dicho que la sueltes, y no creo que sea necesario que te lo repita de nuevo.
Se apartó de mí de forma instantánea y se giró tan despacio que me asustó. Como si fuese un pavo hinchando pecho, dio un paso hacia Klaus y lo contempló intimidante.
—¿Vas a decirme tú, Campbell, lo que tengo que hacer?
—Edgar… —lo llamé, tocando su brazo al sentir que lo soltaba con mucha lentitud.
—Te recuerdo que todavía puede denunciarte por secuestro. No deberías haber retirado la denuncia.
Klaus me miró antes de volver a posar sus ojos sobre el hombre al que poco le quedaba para perder los papeles.
—Mira, Klaus —pronunció su nombre con tanto asco que me molestó—, no me toques los cojones y ve a hacer de detective, que se te da muy bien.
—No olvides con quién estás hablando, Edgar.
—¿Estás amenazándome?
—Puedes tomártelo como quieras —le advirtió el rubio sin titubear.
Edgar se acercó tanto que sus frentes casi se tocaron. Tiré de su brazo otra vez, pero no me hizo ni caso.
—Ten cuidado. A lo mejor, el que no sabe con quién está hablando eres tú.
Sin decir