¿Y tu papá?
Mi papá estaba muy orgulloso de ella, pero en verdad muy orgulloso, la apoyó mucho y se portó muy bien. Sin embargo, algo en mi mamá cambió, se empezó a rebelar. Hoy lo entiendo, pero en ese momento perdió mi admiración, mi orgullo y me lamenté de que mi papá la hubiera dejado estudiar. Mi mamá empezó a vestirse diferente, se pintaba las uñas, usaba falda corta... Todas las cosas que para mí gritaban: “¡Está mal!”. “Mi mamá no es una mujer decente”, pensaba. Cuando yo tenía dieciocho años y mis hermanos ya se habían casado, un día mi mamá se fue a vivir ese nuevo mundo y esa nueva vida que descubrió.
Sólo vivía yo con mis papás. Mi existencia se derrumbó cuando mi mamá llegó y dijo: “¿Qué creen? ¡Yo me voy! Quiero vivir la vida, quiero trabajar, quiero viajar sola, quiero ir a fiestas”. Entonces le dije: “¿Y yo?”. “¡Tú te quedas con tu papá!”. Y me acuerdo de que en ese momento pensé: “No le importo a mi mamá, me va a dejar sola con mi papá sabiendo que ahora toda la atención estará sobre mí”. Me enojé mucho con ella, y a él lo compadecí mucho.
Después supimos a ciencia cierta —aunque yo lo suponía por muchas cosas—, que ya tenía novio. ¡Pobrecito de mi papá! Era lo único en lo que podía pensar. Tanto hablar de la integridad, de los valores, de lo que debemos hacer las mujeres decentes… ¡y mi mamá lo deja por otro! Y a mi papá le entró una depresión terrible. Se hundió, el hombre fuerte que yo conocía desapareció y siempre me decía que se iba a morir, que se iba a dar un tiro para terminar con todo esto. Traté de compensarlo, de llenar sus espacios, de que no se sintiera solo.
Mi hermana estaba debutando como mamá y yo como tía, pero solitas, porque mi papá estaba en su depresión, el marido de mi hermana haciendo dinero y mi mamá quién sabe dónde. Así fuimos mi hermana y yo haciendo la versión de nuestra “nueva” familia.
¿Cómo fue tu primer encuentro con los hombres al entrar en la universidad?
La verdad no fue complicado, en el sentido de que tenía tan claras mis ideas respecto a los hombres y a lo que era correcto o no. Además, en lo que yo estudié no había muchos varones. Yo quería estudiar gastronomía obviamente, pero mi papá me dijo que no, que mejor buscara una universidad y una carrera en donde sólo hubiese mujeres. No hubo mucho de dónde elegir, que no fuera el diseño de modas —que mi hermana estudió— y cosas similares, así que elegí mercadotecnia y relaciones públicas. Después de la decepción de tener que elegir una carrera que no era lo que yo quería, llegó otra quizás aún más grande para mí: mi mamá me pidió que la ayudara y no le dijera a mi papá que se había gastado todo el dinero que él ya le había dado para mi universidad. Fue un golpe muy duro para mí, saber que, además de no poder elegir carrera, no podría elegir universidad. Finalmente, ante la insistencia y discursos de mi mamá, hice lo que me pidió: le dije a mi papá que quería estudiar en la universidad pública y no en la privada. Mientras estudiaba, seguía intentando aprender a cocinar, y empezamos mi papá y yo a compartir ese momento los fines de semana. Él cocinaba lo salado y yo hacía mis intentos de dulce.
Después, conforme avanzaba en la escuela, le pedí que me dejara trabajar y estudiar, para ir obteniendo experiencia real.
A los cinco años de que se divorciaron y después de mucho insistirle a mi papá de que debía intentar rehacer su vida, un día nos cuenta que se reencontró con una señora que conocía. Nos dijo que les iba a pedir permiso a los hijos para poder salir con ella.
La verdad, al principio nos alegramos mucho. Pasó el tiempo y le preguntamos si la podíamos conocer. Pero la conocimos y no nos gustó, era una señora fría, rara, que desde el inicio dejó claro que todo el pasado de mi papá —incluidas nosotras— debía desaparecer. Y se encargó, los veinte años que estuvieron casados, de que así fuera.
Como dicen: hay que tener cuidado con lo que deseas, porque deseábamos mucho que él tuviera una pareja y ¡chin! “¡Me voy a casar!”, nos dice de repente un día. Pero no estábamos invitadas mi hermana y yo.
Y ahí me salió todo el carácter que tenía guardado y le dije: “¿Por qué?”. Yo jamás cuestionaba lo que hacía mi papá y ese día lo hice, y con todo mi ser. En verdad no entendía y aún no lo entiendo, cómo alguien puede llegar y querer eliminar el pasado de otra persona. Le dije que no iba a permitir que se casara solo, como si nosotras no existiéramos y que me dijera el día, hora y lugar o yo lo iba a investigar.
Mi hermana se puso furiosa, como pocas veces la había visto, y le reclamó que decidiera dejarme sola sin más, igual que mi mamá. Obviamente, de inmediato me dijo que me iría a vivir con ella y que siempre la tendría a mi lado. Afortunadamente lo pensé bien, y decidí que debía empezar a vivir sola. Tenía trabajo y dinero. Pero era más la desilusión de sentir que mis papás, al final, se olvidaron de la familia para hacer su vida a su modo.
La mujer de mi papá acaba de morir hace un año y me estoy reencontrando con él otra vez, por fortuna. Duró con ella veinte años y yo sin ver a mi papá, él no conocía a mis hijos ni nada. Los acaba de conocer recientemente que fui a Monterrey. Cuando murió la señora y después de muchos años de no hablar con él, le llamé para decirle que me había enterado de la muerte de su mujer y quería saber cómo estaba. Es otro hombre, ya tiene ochenta y dos años; ahora que quedó viudo y solo, está entendiendo la importancia de la familia de antes, de sus hijos. No le había dicho que me había divorciado. Contrario a lo que pensé de sus juicios y su protocolo, me abrazó y lloró. Se emocionó de verme, de conocer a mi familia y de tener una nueva oportunidad de estar juntos otra vez.
Como empecé a trabajar desde que estudiaba y afortunadamente siempre me fue muy bien, tuve la oportunidad de rentar un departamento y emprender mi nueva vida. Comencé a vivir sola con la presencia de mi hermana arropándome todo el tiempo. Trabajaba todo el día, llegaba a casa y nada más. Los fines de semana, al despertarme el sábado, me iba corriendo a casa de mi hermana a desayunar con ella y ahí me quedaba.
En mi trabajo me invitaban a salir, pero yo siempre pensaba con la voz de mi papá: “Las mujeres decentes no van a night clubs”. ¡Esa palabra ya ni existe!, pero así recordaba la advertencia. Dos días antes de cumplir veinticinco años me animé y fui con amigas del trabajo a un antro de moda de Monterrey.
Después comencé a salir, y mucho, pero todavía con miedo. Entonces mi hermana fue quien continuó diciendo lo que tanto nos repitieron: “¡Las mujeres decentes en los antros, los horarios, nadie te va a tomar en serio!”. Pero ya me había dado cuenta de que era capaz de defenderme sola y empecé a cambiar un poco.
¿Y te gustó alguien en ese momento?
Obviamente y me gustó el que me parecía más malo, más peligroso, el que era lo opuesto a mí. Era integrante del grupo que tocaba los fines de semana en el antro. Todo en él indicaba peligro, según lo que me habían enseñado: chaleco de cuero, vida nocturna, grupo musical de antro, fiesta eterna, etcétera. Empezamos a salir y la verdad es que desde el inicio era claro que no iba a ningún lugar esa relación con él. Machista, narciso, infiel, me dejaba plantada, celoso…
¿Y tú te dejabas?
Me dejaba todo, haz de cuenta que todo lo que había ganado lo perdí, y me volví a hacer sumisa, como si estuviera con mi papá. ¡Sólo que él me trataba muy bien y éste no! Fueron cinco años perdidos de vida, de pretendientes que valían la pena, de reuniones con amigos, todo por él… pero no vi eso hasta que