Sé también que tienes una nueva pareja. ¿Hay un proceso de reconciliación con tu cuerpo, con tu alma, con tus pensamientos?
Hoy mi pareja ha sido un gran compañero que me ha sorprendido porque nos conocimos cuando estaba en remisión de mi última crisis. Estaba yo muy estable, pero me sentía la persona más aburrida del mundo. Dejé la pintura por un tiempo… Todo se movía como en cámara lenta. Cuando le platiqué que era bipolar, como al año y medio de relación, me contó que él sufre de ansiedad. Entonces creo que nos podemos entender un poco. Me imagino que se conectó conmigo por eso, porque yo era estable. Y eso es lo que más ayuda a la recuperación: la estabilidad.
A propósito de los retos que hemos padecido y de la recuperación, creo que hay una palabra fundamental, que es compasión.
Sí, lo importante es aceptar tu propia vulnerabilidad, y aceptar a los demás en su vulnerabilidad. Estos episodios maniacos o depresivos que sufrimos los bipolares afectan tanto al pensamiento como al comportamiento. Y esos recuerdos sombríos que tengo sobre los cambios anímicos que he sufrido apenas los estoy viendo como una oportunidad de recrearlos y darles un nuevo significado. Son semillas que en su momento no parece que vayan a crecer, pero crecen y brotan en su tiempo, en textos, en dibujos, en música, en pintura, en collage. En otra cosa.
La primera vez que me sentí vulnerable, sin saber de dónde agarrarme, sentí como si cayera un fino velo delante de mí. La vulnerabilidad te dice mucho sobre ti, y como artista siento que ahí, en ese adentro, es donde debo trabajar.
Ahora estoy reestructurando mi vida y mi obra. Busco valerme por mí misma a través del arte, y sé que eso tiene mucho mérito cuando tienes una vulnerabilidad. Ahora más que nunca sé que mi proyecto de vida va enfocado en apoyar a muchos con el mismo trastorno y a sus familiares. Esto me levanta el ánimo. Para nosotros los bipolares es importante tener propósitos, proyectos y encontrar un entusiasmo por la vida. Encontré en mi trabajo un camino con contenido que refleja mi verdadero ser, me siento cercana a mí misma y mejor dentro de mi piel.
Has tenido, sobre todo en la época de tu matrimonio, una cercanía importante con la religión.
Después de mi primer divorcio, tuve un acercamiento muy fuerte con la religión católica. Fui fiel devota del Santo Rosario, de la misa de los domingos, de los aposentos de oración, de la adoración del Santísimo Sacramento. Pero durante mi última crisis, sentí que me destruí por dentro, hice pedazos mi orgullo, mi valentía, mi carácter, mi propio nombre. Entonces no tuve la fuerza para reencontrarme con Dios. Me sentía enojada con Él, con mi vida, con mi destino. A pesar de que anulé mi primer matrimonio, siguiendo todas las reglas de la Iglesia, me casé por segunda vez por la Iglesia y tuve a mi hija dentro del matrimonio, para que luego no funcionara y acabara divorciándome por segunda vez. Mi hija fue un milagro, eso sí. Tenía tantas ganas de tener una hija que le estoy eternamente agradecida por habérmela concedido. El amor que siento por ella es insuperable.
¿Cuál es hoy el sentido de hogar para ti? ¿Qué significa tener tu casa?
Mi hogar es mi familia y mi hija. Mi mamá me acogió justo en mi momento de crisis, y mis hermanos han sido un pilar dentro de mi caminar desde mis episodios hasta el proceso interminable de recuperación. He encontrado una paz en mí que me ha fortalecido durante mi remisión, en mucho gracias a mi psiquiatra, a los fármacos, a la disciplina diaria, durmiendo mis horas de sueño, viviendo bajo mi reloj biológico y encontrando proyectos que me entusiasmen. El tiempo y el cuidado me han restituido. Reconozco que soy resiliente al sobrevivir tres importantes episodios maniacos, y las fases depresivas que en algunas ocasiones les siguieron. Siento una seguridad en mí que nunca había sentido antes, una paz interior que es, a la vez, fuerza. He logrado ser paciente conmigo misma.
¿Hay una relación con la plenitud?
Sí, empezó a haber una cierta complicidad conmigo misma. Ya no quiero nada extraordinario. El haber tenido una tercera crisis y haberme derrumbado en lo más íntimo de mi ser, el haber sobrevivido y logrado la eutimia por cuatro años es ya suficientemente extraordinario.
Todo empezó con una Ana enamorada del arte, que viajó a París y estudió en Nueva York siempre buscando encontrar su voz para ser una gran artista. Después una siguiente Ana enferma, que elimina toda su obra de veinte años y sus herramientas de trabajo por sentirse perseguida por ser justamente artista. Ahora hay una Ana que descubre que por su enfermedad tiene una sensibilidad especial, una mirada diferente y una forma original de componer elementos en un espacio pictórico.
La enfermedad pasó de ser un obstáculo insalvable a ser una piedra angular sobre la que estoy construyendo mi trabajo como artista. Ahora rompo conscientemente mi obra no para destruir sino como base de un proceso creativo a través del cual resignifico mis memorias y recuerdos. El collage es el medio que me ha resultado lo más cercano a un bálsamo dando valor a la reconstrucción de uno mismo y de su propia historia.
La enfermedad sí destruyó parte de mi vida: matrimonio, amistades, familia. Pero también mi propio proceso dio lugar a mi reintegración. El arte fungió como terapia de sanación y una herramienta para encontrarme compasiva conmigo misma. Creo que finalmente me encontré.
© Andre Gouin
8 Es chef pastelera, deportista y emprendedora sin fronteras.
¿Hubo un momento en que hayas tenido un antes y un después, un punto de quiebre, a partir del cual ya nada volvió a ser igual para ti?
LO TENGO CLARÍSIMO, a los veintinueve años, cuando decidí dejar todo lo que tenía seguro por conocer Europa. Después de haber crecido en una familia que no me dejaba salir por cuestiones de educación, encontré mi momento, mi fuerza interior y un valor desconocido para liberarme.
Mi papá es hijo de padre libanés, mi mamá de padre norteamericano, y tengo dos hermanos: una hermana cuatro años mayor que yo y un hermano tres años más grande. La educación y dinámica familiar eran diferentes para mi hermano que para mi hermana y para mí. Se vivían dos mundos bajo un mismo techo: las reglas para las mujeres eran básicamente estar en casa, sin salir más que a la escuela o con nuestros padres. Estuvimos en colegio de monjas, nos enseñaban todo lo referente a llevar una casa, a servir y atender a los hombres, a ser “decentes”, a cuidarnos de todos. Por el contrario, mi hermano tenía todas las libertades, no recogía un plato; él y mi papá eran los reyes de la casa.
¿Cuál era su mundo íntimo? ¿Cómo vivían en esa especie de encierro en su día a día?
Escuela y casa, entre semana. Fines de semana: los planes de mis papás o quedarme en casa. Además de cumplir con las tareas que diariamente teníamos asignadas las mujeres: bordar, planchar, lavar platos, algo que tuviera que ver con entender la dinámica del hogar y el servicio. Cuando mis papás se quedaban los fines de semana, cocinaban algo rico, pero ninguno de los dos hacía postres; mi mamá si acaso compraba pasteles congelados de cajita, que yo odiaba. Así empezó mi amor por la cocina, viéndolos a ellos, aprendiendo. Mis papás eran, al mismo tiempo, bastante despegados de nosotros; salían mucho con sus amigos los fines de semana, así que estábamos la mayor parte del tiempo con las personas de servicio. La diversión para mi hermana y para mí era escuchar música, leer revistas donde salían los artistas de moda, a los cuales jamás nos dejaron ir a ver.
¿Nunca vieron otras probabilidades en la vida?
No. Además, a mi hermana no le molestaba, porque estaba convencida de que había nacido para casarse y tener hijos. Incluso mi mamá malamente siempre me decía: “Tú eres muy lista… y tu hermana es muy buena”. Y mi hermana siempre me decía: “¡Es que yo no soy lista! ¡Yo para lo que nací es para casarme y tener hijos!”. Lo divertido eran las historias de mi hermano y cómo hacía lo que quería, sin negociar nada. A través de mi hermano nos divertíamos, era una realidad alternativa a