Y en esa conciencia de tu cuerpo, ¿cómo es tu relación con tu sensualidad más íntima? Creo que de las muchas mujeres que conozco eres de las más sensuales.
Me gusta estar en mi cuerpo. Me gusta estar desnuda porque estoy a gusto con mi cuerpo. Me ha dado mucho placer, lo he disfrutado siempre, aun cuando me ha fallado. Y sí, hay una parte sensual en mí muy desarrollada, en la piel, en el eros. Tal vez estoy en un momento menos intenso, no tengo los mismos impulsos de cuando era más joven, es cierto. No hay esa parte desbocada y salvaje, pero ahora vivo una sensualidad más madura. Obviamente, empiezas a ver cosas que no te gustan de tu cuerpo y es importante preservarlo en la medida de lo posible. Amarlo y cuidarlo porque es tu mejor aliado. No creo que las enfermedades te las busques, pero me parece que todo está conectado y más vale que cada parte esté en armonía. Soy nerviosa y ansiosa, pero nunca he tomado medicinas para eso; de hecho, trato de tomar el menor número de medicamentos posible. No es que no crea en la medicina tradicional, la utilizo cuando hace falta porque no por nada hemos llegado a los adelantos que tenemos hoy, pero trato de no abusar. En particular, no creo en las medicinas psiquiátricas: los problemas de la mente los arreglo en la mente.
Eso me lleva a hablar de esta plenitud que se te ve. A partir de lo que hemos hablado sobre nuestras edades, ¿dónde radica el sentido de plenitud?
Creo que en sentirte. A veces te sientes mal, a veces bien: plenitud es saber gozar esa mezcla de placer y de dolor. Soy feliz tanto en el sufrimiento como en la alegría, porque sé que ambos estados son necesarios. Aun cuando todo es negro, puedo ver un rayo de sol en algún lado y comienzo a ir hacia allá. Normalmente en esos casos hago una lista de lo mucho que puedo agradecer y se empieza a ir la oscuridad. Otra de mis costumbres es que una vez al año hago un recuento de errores y aciertos, y escribo mis proyecciones. Siempre trato de mantener ordenada mi mente.
La libertad, ¿está asociada con la plenitud?
A menudo la libertad te trae más problemas que beneficios. He tenido mucha libertad, a veces demasiada, tal vez por eso no la aprecio tanto. Y no, no es necesariamente sinónimo de plenitud: hay gente que no es tan libre y es plena. Además siempre vives con alguna limitación.
© Jorge Moreno Cárdenas
8 Desde la mirada de dos culturas, hizo carrera en comercio internacional. Después de años de aprendizaje en el área de equipo médico, fundó su propia empresa en el ramo.
Si tuvieras que repasar un momento definitivo en tu vida, ¿cuál sería?
HABER TOMADO LA DECISIÓN de siempre trabajar. Lo he hecho desde la universidad, y eso me ha llevado a tener seguridad y satisfacción, a ser autosuficiente, a tener lo que siempre había querido, poder viajar… Mis padres, claro, tienen mucho que ver en todo esto. Y esta autonomía es por la que siempre seguiré trabajando toda mi vida.
Las carreras se determinan a una edad en la que muchos de nosotros no sabemos realmente a qué nos queremos dedicar. A esa edad yo nunca dije: “Voy a ser médico o voy a ser ingeniero”, nunca tuve una carrera en mente. Lo único que pensé es: “Soy buena en artes plásticas, buena para dibujar. ¿Qué carrera hay?”. Así que me metí a diseño gráfico. Pero tampoco fue una meta ser buenísima en ello. Lo que siempre quise desde chica fue viajar. Mis padres, en la medida que pudieron, me mandaban a Estados Unidos con su familia. Cuando tenía diecinueve años, la embajada americana contrataba gente temporalmente y comencé a trabajar como asistente comercial. Mi trabajo era buscar distribuidores para fabricantes de Estados Unidos. Al hacer esto, conocí una empresa de Santa Cruz, California, fabricante de equipo médico, que me contrató como intérprete de forma temporal para asistir a congresos en la Ciudad de México.
Cuando salí de la carrera, me llamaron del área de turismo de la embajada americana para cubrir una incapacidad durante sesenta días en la recepción y lo acepté. No me importó el puesto, lo importante era que llevaba dos semanas fuera de la universidad y al menos tendría trabajo por dos meses. El trabajo, que era temporal, se extendió año y medio, porque cuando volvió la persona que estaba sustituyendo, yo había ya aprendido otras tareas. Durante esos meses, la empresa americana que conocí me ofreció ser representante de ventas para México, Centroamérica y el Caribe.
El trabajo de ventas me empezó a gustar, y por supuesto que viajar fue fascinante.
¿Qué habían sembrado tus padres en ti sobre el trabajo?
En algún lado escuché que las mujeres independientes suelen tener un común denominador (no siempre, pero es muy frecuente): que el padre está muy presente, eso empuja mucho a la hija a desarrollarse, a ser independiente. Mi papá es norteamericano y mi mamá mexicana. Somos dos hijos, mi hermano mayor y yo. En la casa, ambos sabíamos cocinar, coser, planchar. Mi papá nos exigió por igual a los dos. A los dieciséis años, cuando salí por primera vez con un chavo, mi papá me dio dinero y me dijo: “Nadie debe invitarte nada, debes pagar siempre tus cosas, no le vas a deber nada a nadie”. A los diecinueve años, ya no les costaba mucho a mis papás; sí les costaba la carrera, pero yo me pagaba el material, el dentista, mi ropa, todo lo adicional que quisiera. Creo que esa forma de pensar hace que no voltees ni siquiera a ver como opción el ser ama de casa. Mi mamá siempre trabajó.
Creo que influyó que tu papá venía de otra cultura, que te sacó de un contexto y de una serie de creencias que estaban en tu entorno inmediato. ¿Te dabas cuenta de eso?
No, no lo veía así. Más bien, para mí siempre fue inexplicable que una mujer decidiera dejar de trabajar y que la familia dependiera de un solo ingreso. Porque la vida te presenta cosas inesperadas. A mis sobrinas y a mi hija les digo que siempre trabajen porque no sabemos qué pueda suceder. Nunca se me ha hecho justo que el hombre cargue con la cruz de ser el proveedor. Si queremos vivir mejor, si queremos educar mejor a nuestros hijos, necesitamos buscar la forma de que ambos integrantes de la pareja sean socios igualitarios dentro de la casa.
Así como señalas que, por serlo, los hombres quedan marcados como proveedores, también las mujeres nos compramos este discurso que nos presentan sobre hallar a quién nos mantenga. Esto hace que no pensemos en prepararnos, autodeterminarnos o mostrarnos a nosotras mismas que sí podemos. ¿Tú cómo te demostraste que podías?
Con el trabajo en la embajada. Ascendí muy rápido a un puesto que otras personas de ahí querían, en parte gracias a lo que aprendía de las mujeres maravillosas con las que trabajaba. En la empresa de equipo médico de Santa Cruz, California, tuve una capacitación muy básica, y la experiencia la fui adquiriendo por un camino empedrado, porque se involucraban muchos temas de los que yo no tenía conocimiento, como la parte médica y la de comercio internacional. Sin embargo, nunca me sentí menos; cuando la fábrica nos reunía en Estados Unidos, no me sentía intimidada por los vendedores que llevaban ya muchos años. Simplemente tenía una cuota que cumplir, trabajaba fuerte, con pasión, y lo lograba. Cuando ves que puedes lograrlo, cuando ves los números incrementarse, no quieres dejar de vender, se vuelve una pasión.
Cuando tuve que salir de la empresa por una crisis financiera, un amigo me propuso que fuéramos representantes de ventas internacionales independientes, trabajando con empresas pequeñas y medianas de América Latina, Asia y Europa, que no tuvieran la capacidad de pagar a gente interna para expandirse internacionalmente. Y lo hicimos.
La segunda empresa con la que trabajé por cinco años cotizaba en NASDAQ, estaba yo en las ligas mayores. Aquí sí recibí capacitación durante un mes en Nueva Jersey con un grupo de catorce hombres americanos y yo. Aunque el mundo del equipo médico es mayormente de hombres, nunca me sentí menos, y siempre he podido desarrollar una amistad genuina y entrañable con muchos de ellos. Han sido grandes compañeros que me cuidan, como yo los cuido.
Desde hace trece años, hice una sociedad