El llanto puede hacer pensar en un estado depresivo. ¿Cómo pueden diferenciar una cosa de la otra?
Fui con varios doctores, porque yo también sentía que no estaba bien. Pero al llegar al consultorio, no lograba calmarme, y pensaba que el doctor era parte de la misma persecución. Entonces no le explicaba lo que estaba viviendo por dentro. Con sólo decir: “¡Doctor, siento que me están siguiendo!”, habría sido suficiente para recibir el tratamiento adecuado.
¿Qué pasó luego? ¿Te regresaste a México y empezaste un tratamiento?
Lo primero es una bomba de fármacos que, gracias a Dios, existen para esta enfermedad, para dormir bien y sacarte de la psicosis. Y sí, caes en la realidad muy suavemente, de repente ya no están los que te persiguen. Sientes un alivio, una paz. Pero las medicinas también tienen sus secuelas, como la de engordar. En mi caso, subí veinte kilos, lo que afectó durísimo a mi autoestima.
Darte cuenta de que todo lo que viviste no es verdad, es humillante. Lo que vives en tu mente psicótica se siente muy real. Es tan real, que es difícil sacarte de ahí si no es con medicina. Hay un umbral muy fino donde sí sabes que algo no está bien. Es importante la psicoeducación y la terapia para aceptar la enfermedad y aprender a cuidarte.
Claro, porque siempre hay una dosis de culpa. ¿Hay algo que tenga que ver con un proceso de aceptación, de “por qué a mí”? Me puedo ver espejeada porque tú sabes que tuve cáncer; me acuerdo de que cambió mi sensación de seguridad. ¿Te pasó así?
Lo que me dejó la primera vez que me sentí diferente fue la duda: si todo lo que viví era verdad o no, si el doctor me había diagnosticado bien o no. Es una enfermedad mental que afecta todo, hasta tu cuerpo, pero no tienes fiebre, no hay dolor: hay sufrimiento. Pero dudas de si estás enferma o no, si tendrás que tomar pastillas para toda la vida. Hasta que tienes la madurez de decir: “Está bien, lo acepto, soy bipolar, así soy yo, me tengo que tomar estas medicinas diario y para siempre”. Se dice fácil, pero me tuvo que pasar dos veces más para madurar y entender que sí me tengo que cuidar en serio.
A los cuarenta quise embarazarme y mi psiquiatra de entonces, como no quería arriesgarse a que perdiera el bebé, accedió a que dejara las pastillas, pero sólo durante el embarazo. Y sí estuve muy bien bajo su cuidado hasta que nació mi hija. Entonces quise amamantarla, y mi doctor accedió a que no tomara las pastillas durante el tiempo de lactancia. A los seis meses empecé con síntomas. Mucho fue por la falta de sueño.
Antes de que me cuentes sobre tu tercera crisis, volvamos un poco. Te embarazaste. ¿Cómo formaste tu nueva pareja? ¿Hablaste con él de esto? ¿Cómo se dio en ese ámbito de pareja la aceptación y la comunicación de este problema?
Normalmente una no va por la vida contando: “Soy bipolar”. Pero creo que cuando ya tienes una pareja con la que llevas mucho tiempo sí es importante compartirlo, porque te puede pasar algo y él sabrá cómo reaccionar. Lo hablé con él, le afirmé que me estaba cuidando, tomándome las pastillas, yendo una vez al mes al psiquiatra, y lo que entendí en ese entonces es que no le había importado. Lo aceptó, pero cuando me dio mi crisis dijo que no sabía que era tan grave, que yo no le había explicado lo delicado que era.
Debe de haber sido tristísimo y duro para ti, con una bebé. ¿Crees que lo viviste de alguna manera particular porque ya estabas preparada?
Sí, siempre tienes miedo, y cuando te empieza a suceder estás irritable y vas perdiendo el control de tus pensamientos, del tiempo, de ti; te exaltas o lloras por cualquier cosa. Es en ese momento que la ayuda de tus familiares cercanos, esposo, esposa, es indispensable. Lo más importante para nosotros, los bipolares, es el sostén familiar; el que nos escuchen, razonen y nos acompañen, nos fortalece mucho y nos ayuda a enfrentar la enfermedad con más confianza y valentía. Reconocer, ceder e ir de nuevo al doctor.
Cuando me vio mi doctor, lo primero que me dijo para que yo accediera a salirme de mi casa y sin mi bebé es: “Lo que necesitas es dormir”.
¿Y él se quedó un tiempo más? ¿O se fue inmediatamente después de la crisis?
Durante esta crisis lo que sentía y lo que me decían mis pensamientos era que me tenía que separar de él. En los episodios maniacos afloran muchas cosas. No quería que mi marido se enterara de nada de lo que yo hacía. Le pedí al nuevo psiquiatra que consulté que, por favor, no le dijera nada. Y poco a poco, él se fue alejando.
Fueron muchas pérdidas, a la par de tener que estar consciente y ser responsable de tu enfermedad. ¿Cómo fuiste trabajando contigo?
Primero, toca entender que no tienes la misma salud que los demás, por lo que no te puedes comparar. Segundo, aceptarme tal cual soy, aprender a cuidarme, dormir mis horas, saber que no me puedo estresar, tener una rutina, hacer ejercicio, comer bien, tomar las pastillas. El cuidado personal es primordial. Tercero, saber que no tienes el control de todo, entender que siempre hay un riesgo, pero que cuanto más estable estés, menos probabilidades habrá de que surjan más episodios. El reto es tener tu ánimo equilibrado, cumplir tus proyectos de vida y nunca subestimar la gravedad de la enfermedad.
¿Tu arte te ha servido de encuentro de paz y serenidad? ¿Te has distanciado de tu arte? ¿Te has acercado?
En esa última crisis destruí toda mi obra de los últimos veinte años. Tuve síntomas parecidos a las crisis pasadas, como los delirios de persecución y la sensación de que me observaban. Pero esta vez escribí muchísimo sobre todos mis pensamientos, no dejaba de escribir. No quería salir por el sentimiento de estar siendo perseguida. Según mi delirio, la gente que me perseguía lo hacía porque yo era artista. Por eso desgarraba mis monotipos, despedazaba mis grabados, taché la firma de mis pinturas y de mis collages. Y no sólo destruí mi obra: destruí mis herramientas de trabajo y todos mis álbumes de recuerdos. No quería que supieran nada sobre mí. Después de eso, ya no quise pintar, prometí que no volvería a hacerlo. Estoy empezando de cero, pero lo más maravilloso de la vida es que ahora estoy rompiendo mi trabajo conscientemente y con los retazos que conservo los reestructuro en una superficie —ya sea en papel o en lienzo—, les doy un nuevo orden, una forma diferente, una nueva vida. También rompo papel japonés que uso como ungüento para sanar lo roto, lo impredecible, las cicatrices de los recuerdos. Y rompo junto con mi hija —si me lo permite— dibujos de ella, que ahora tiene seis años. Uso sus dibujos y los entremezclo con los míos. Finalmente ahora somos las dos juntas en este trayecto de vida. De las piezas que encontré, que no llegué a romper porque no estaban a mi alcance, y de la obra reciente que fue creada para romperse, uso los retazos y con la técnica del collage los uno dándoles un nueva forma plástica.
Finalmente, la vida es un collage de recuerdos. Además los puedes intervenir y darles un sentido diferente. Y sí te puedes curar de tus recuerdos, ya sean individuales o colectivos, a través del arte, pero para esto necesitas dejar entrar esos recuerdos, que lo hacen fugazmente, sin advertencia, y entenderlos para darles una nueva memoria, una nueva imagen, un texto diferente. Sé que con este proceso me estoy sanando, estoy aceptando, estoy entendiendo la importancia de saberme diferente y verme desde otra perspectiva.
¡Qué importantes son las cicatrices en la vida! Son un símbolo de lo que puedes sobrepasar y tener aquí, recordándote tu vulnerabilidad e invitándote a vivir.
Sí. Bueno, en una enfermedad mental las cicatrices quedan en el cerebro, pero no se pueden ver. Mi doctora me dijo que, a veces, quedan pequeñas lesiones en el cerebro que se ven blancas en la resonancia magnética. Me dijo que son pequeños infartos y se cree que ocurren en especial durante los episodios.
Otra cosa difícil de esta enfermedad es que pierdes a mucha gente que quieres, muchas relaciones se pueden romper porque la gente no entiende por qué dejas de escribir o llamar por largos espacios. Ésas también son cicatrices que se crean al perder amistades, familiares, novios, esposos…
Sí, hay rupturas, pero también hay encuentros. ¿Cuáles han sido los tuyos?
Uno ha sido con mi propio trabajo como artista. Otro, el encuentro conmigo misma, con mis hermanos, mi mamá, mi papá, quienes son