Turbulencias y otras complejidades, tomo II. Carlos Eduardo Maldonado Castañeda. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Carlos Eduardo Maldonado Castañeda
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789587391718
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Vivir una vida en la mentira: la total patología.

      Pues bien, como con acierto sostenía Nietzsche –entre otros–, derrumbar esas escalas de valores no es solamente un acto de valentía, sino, más radicalmente, es un acto de salud (¡y sanidad!) y una afirmación de la vida. Y la afirmación de la vida pasa por señalar que el núcleo mitocondrial de la ética es la psiquiatría. En los tiempos que corren, en la realidad de todos los días.

      Afirmar la vida y hacerla posible: esto es una sola y misma cosa con denunciar esa anomalía cultural congénita que es la vida en la mentira. Vivir una vida buena es algo que se dice fácilmente, pero es extremadamente complicado. Significa despertar ese instinto natural de rechazo al olor nauseabundo de la mentira y el engaño.

      Porque desde el punto de vista legal conocen todos los trucos para dilatar los procesos jurídicos y la identificación de responsabilidades. Porque, como se dice popularmente, el que hace la ley hace la trampa. Vivir una vida en la mentira es para todos ellos el reino de la impunidad, el paraíso. El más artificioso de los paraísos. Mientras les dura su tiempo...

      Las preocupaciones por el medioambiente son crecientes. Nevadas fortísimas en E.E. U.U., nieve incluso en Arabia Saudí, inundaciones inclementes en Inglaterra y el norte de Europa, tornados en Asia. Al mismo tiempo diversos volcanes se reactivan en Centroamérica, a lo largo de la cordillera de los Andes, o en el sur de Europa. Los efectos del calentamiento global son evidentes, y los argumentos negacionistas se ven cada vez con más dificultades para sostener cosas como la regularidad de los ciclos críticos en la naturaleza, la inocuidad de la acción humana, la inevitabilidad de los procesos naturales...

      Pues bien, ante el estado crítico de la crisis medioambiental, numerosos argumentos, estrategias y tácticas se vienen proponiendo y discutiendo.

      Una reciente, no poco original, sostiene que dormir contribuye a disminuir los problemas medioambientales. De un lado, porque se consume menos energía (gas, electricidad, petróleo), se consumen menos productos y se genera menos contaminación y también menos polución. Y de otra parte, porque se producen menos desechos – tóxicos, basuras, vegetales, y otros semejantes–. Así las cosas: más vale dormir para que la naturaleza pueda recuperarse mejor, y nosotros, los seres humanos, generar un menor impacto en el medioambiente.

      La propuesta de dormir para ayudar a la naturaleza es moderada: basta con que las personas duerman una hora más. Esto, acumulado por los más de seis mil millones de personas y distribuidos en las diferentes zonas horarias del planeta contribuiría enormemente a la salud del planeta. Ya se sabe: pequeñas acciones coordinadas con enormes efectos e impactos a gran escala.

      El argumento, bien intencionado, acaso, es ingenuo y, al cabo, falaz. Al fin y al cabo, la entropía generada por el acto de dormir es demasiado baja. En contraste, lo que se necesita no son acciones pasivas (sin ignorar que dormir es una acción humana), sino, por el contrario, acciones de gran impacto coordinadas en diferentes escalas.

      La crisis del medioambiente es el resultado del hiperconsumismo, la producción de productos de ciclos cortos de vida, y un estilo de vida desenfrenado y enfermizo, cuya base es el sistema de libre mercado. Producimos y consumimos cosas que no necesitamos ni que queremos.

      Ahora bien, vale siempre distinguir –¡y separar!– la crisis del medioambiente de una crisis ecológica. En numerosas ocasiones los medios hablan de crisis ecológica. La expresión está mal empleada. La ecología y la naturaleza no están en crisis. Lo que propiamente se encuentra en crisis es el medioambiente. Y la ecología es una de las muchas herramientas mediante las cuales estudiamos e intentamos resolver esta crisis, al lado de la economía, las políticas públicas, etc.

      Los partidarios del preservacionismo son más conservadores y defienden acciones indirectas ante los riesgos, crisis y problemas ocasionados sobre el medioambiente. En contraste, quienes defienden el conservacionismo no descartan las acciones indirectas, pero claman por acciones directas y responsables sobre el medioambiente. Aquellos, por ejemplo, refutan la importancia de la tecnología y la condenan; estos, en contraste, llaman por el desarrollo de más y mejores tecnologías, verdes o limpias.

      Pues bien, dormir para ayudar al medioambiente es clásico de una postura preservacionista. El problema es la justificación científica real del propósito. ¡Al fin y al cabo, numerosos monstruos nacen en la pasividad del sueño, y se transforman en pesadillas!

      La crisis del medioambiente forma parte –esto es, es un componente– de la serie de crisis sistémicas y sistemáticas a las que asistimos hoy en día. Crisis económica y financiera; crisis social y de confianza; crisis de los partidos y los sistemas políticos; crisis cultural y de valores, para mencionar tan solo algunas de las más populares.

      Y a una crisis sistémica solo se la puede atender de manera correspondientemente sistémica; no por tratamientos analíticos, es decir, parciales.

      De manera genérica, la crisis del medioambiente es obra del ser humano. Pero, de manera particular, se trata de la crisis ocasionada por el sistema de libre mercado; es decir, el capitalismo. El capitalismo salvaje o el de cara humana (“la tercera vía” y la social–demócrata), en fin, el modelo económico vigente. En una palabra, la crisis generada por el “hombre de Davos”.

      Al fin de cuentas, no es la naturaleza la que se encuentra en crisis: es el sistema del capitalismo globalizado el que genera estas crisis, solo que las hace ver en “lo otro”, y no como propias. Las crisis sistémicas y sistemáticas ponen de manifiesto que asistimos a un momento intelectual apasionante en la historia de la humanidad: una auténtica crisis de civilización. Y a una crisis de civilización no se le solucionan las cosas con dormir algo más.

      Al fin y al cabo a una inmensa franja de la sociedad que vive en la pobreza, incluso en la miseria; a una franja grande de la población que vive subalimentada y con muy serias dificultades para conseguir trabajo o conservarlo; a grandes grupos humanos perseguidos por grupos armados –legítimos o ilegítimos– para quitarles la tierra y desplazarlos; a ingentes cantidades de seres humanos que viven sin la esperanza y en el día a día, por ejemplo, no se les puede pedir con responsabilidad que duerman una hora más.

      Después de todo, como con acierto ha sostenido Leonardo Boff, el principal problema medioambiental en países como los de América Latina se llama pobreza. Y la pobreza es, claramente y de lejos, el principal problema medioambiental del mundo contemporáneo. La pobreza y la inequidad. Y sus vástagos: la violencia y el sufrimiento.

      Una noche de sueño plácido no puede ser el punto de partida. Por el contrario, es el resultado de profundas transformaciones del sistema de civilización en el que hemos vivido.

      Desde luego que el mundo no está hecho de consensos y mucho menos de unanimidades. Manifiestamente que el mundo no es llano ni plano y que, por el contrario, lo definen montañas, peñascos, abismos y playas. Naturalmente que los seres humanos no son ángeles ni demonios, sino ambas cosas a la vez, en una mezcla que es el resultado de las variaciones del tiempo y de los avatares.

      Vivimos tiempos turbulentos, y la predicción a mediano y largo plazo se hace cada vez más difícil. Tan solo, en el mejor de los casos, funciona la predicción a corto plazo; y cuanto a más corto plazo, mejor.

      Los titulares de prensa presentan noticias aciagas, y la salud mental es un mal endémico que galopa entre noticieros, páginas web, comentarios llenos siempre de doxa con pretensión de sapiencia, en fin, un aire de desazón, desasosiego y pesimismo contamina los aires que respiran los humanos.

      Algo de apocalipsis se ventila en más de una mente, y cada quien trata de ajustarse lo mejor que puede a lo que acontece, mientras sucede lo del instante siguiente. Las crisis se entretejen de múltiples maneras y las organizaciones e instituciones diagnostican y sobre-diagnostican