La creación de necesidades falsas, ficticias, no es otra cosa que el encadenamiento y la opresión, la atadura y el esclavismo. Nunca fuimos, en toda la historia de la humanidad, tan serviles y tan esclavizados como bajo la égida de estos cuatro demonios del capitalismo. Desde el punto de vista de la dependencia material (=commodities, mercancías), el capitalismo constituye el epítome del encadenamiento y la cosificación del mundo y de la vida.
En efecto, hay gente que no vive: solo vive para trabajar (y eso no es vida), y trabaja para pagar las deudas, y consumir. Un sistema que reduce a la gente a estas condiciones no merece una segunda oportunidad sobre la tierra. Más allá de ideologías, banderas y filosofías, en esto exactamente consiste un sistema de derechas. En generar necesidades que la gente no necesita.
La verdadera libertad, la verdadera autonomía e independencia es muy fácil. Consiste, simple y llanamente, en saber qué queremos y qué necesitamos. Y la inmensa mayoría de las cosas que el mercadeo, el diseño, la publicidad y los sistemas de crédito ofrecen no son otra cosa que delirios y fantasmas, fantasías y tentaciones, promesas de falsa felicidad. Fausto y Mefisto, Belcebú y Baal Zabun. Luzbel y Damián y Kalifax; y tantos otros nombres. El capitalismo es un sistema demoníaco.
Son muchas y permanentes las tentaciones que el sistema de libre mercado nos ofrece para hacernos creer que somos libres y que la vida consiste en consumir. La traducción filosófica del capitalismo es la de un sistema de representación y el dominio de la apariencia. Apariencia y forma, los lenguajes de los cuatro demonios que encadenan a la existencia. O como lo dice algún filósofo francés, el capitalismo convierte a los seres humanos en máquinas deseantes. Desean las cosas, desean los productos que otros consumen, en últimas, desean los deseos de los otros. Con lo cual el capitalismo se revela como un sistema esquizofrénico, generador de esquizofrenia a escala masiva.
En contraste, la salud comienza por los límites del hiperconsumo y atraviesa, de manera necesaria, por ese terreno. La salud individual como la colectiva, la de la sociedad como la de la propia naturaleza.
Todo lo cual nos conduce, por otro camino, al reconocimiento de base, en buena economía, según el cual, una cosa es el crecimiento económico y otra muy distinta el desarrollo económico. Y que una cosa es el crecimiento del mercado, y otra muy diferente el desarrollo humano. Hasta el punto de que el crecimiento de la economía generalmente va acompañado de una reducción de la calidad y la dignidad de la vida. Y el afán del sistema por hacer que crezca la clase media y se consolide es al mismo tiempo el reconocimiento de que esta clase se endeuda y adquiere ritmos de vida –esto es, ritmos de consumo– que terminan por devorar a los individuos.
Más no es mejor (more is not better). Y el tema de base se convierte entonces en la clase de vida que sabemos que queremos, o que sabemos que podemos llevar. Es cierto que vivir en el capitalismo requiere disciplina y fortaleza. Disciplina económica y financiera, por decir lo menos, y fortaleza mental y carácter. Cosas que, como ha sido dicho con acierto, no existen, pues todo ha terminado por volverse líquido, en pensamiento débil, en la vida medida por el salario para el consumo. Falso bienestar, conciencia enajenada.
Pues bien, aún mayor fortaleza y disciplina se requerirá para superar el capitalismo. O lo que es equivalente, más vitalidad se requerirá y, a la vez, será posible con la eventual superación del sistema de libre mercado.
En fin, el reconocimiento y el rechazo del hiperconsumo. Un tema de la mayor complejidad.
De ciencias políticamente incorrectas
Lo dicho: hay ciencias políticamente incorrectas. Se trata de aquellas que son molestas para las buenas conciencias –conciencias sumisas e institucionalizadas–, y para el buen orden y desarrollos de las cosas sin sobresaltos. Es decir, todo lo contrario a la ciencia en general, strictu sensu.
La ciencia supone e implica a la vez una actitud bien determinada, a saber: la crítica. Crítica a los saberes establecidos, a los saberes circulantes, a los supuestos no explicitados, a los implícitos acomodaticios, en fin, a la autoridad sin más. Desde Sócrates hasta Descartes, desde Husserl hasta la Escuela de Frankfurt, por mencionar tan solo algunos pocos ejemplos conspicuos, al azar. Un científico reconocido –F. Dyson– lo dice de manera franca y directa: “El científico es por antonomasia un rebelde”. Claro, supuesto que se habla de quien se mueve en las fronteras del conocimiento, y hace de la innovación, en el sentido al mismo tiempo más amplio y fuerte de la palabra, un asunto propio, una forma de vida.
Por regla general, las ciencias políticamente incorrectas entran en el conjunto de las ciencias sociales y humanas; no tanto de las ciencias llamadas clásicamente naturales y exactas. Ejemplos diáfanos de estas ciencias molestas para la “conciencia política normal” son: la sociología, la antropología, la historia, la estética. La bibliografía acerca de las razones por las cuales cada una de ellas es molesta para las buenas instituciones es amplia y sugerente.
Detrás de cada sociólogo, se decía y se dice, viene un revolucionario. La antropología fue siempre el estudio de lo extraño, diferente, ajeno y exótico; pero no es ya necesariamente de lo controversial “allá”, sino “aquí mismo”. Dentro de las áreas más escandalosas de la antropología, con seguridad se destaca la antropología política, pues usualmente predomina la imagen de la antropología cultural y la física, principalmente. La historia ha sido objeto de amplios debates, todos centrados en el interés por cooptarla versus la crítica a esa cooptación. Ya la historia monumental ha quedado relegada a lugares muy secundarios, y el eje de todos los debates pivota en torno a la historia contemporánea y a la crítica en torno a los mitos fundacionales. Por su parte la estética, como señala con acierto J. Rancière, produce un profundo malestar; la razón es que ella ya no se ocupa exclusivamente del arte, y ciertamente lo bello es solo uno de sus intereses.
En realidad, sin embargo, estas cuatro ciencias o disciplinas (para el caso su clasificación es irrelevante) constituyen solo la avanzada de ese conjunto molesto de las ciencias sociales y humanas.
Hacer ciencia es, en efecto, una cuestión muy difícil en un medio como el nuestro. La razón principal no estriba en su financiación, en la conformación de redes nacionales e internacionales, en la importancia del bilingüismo, en la publicación de artículos en revistas de alto impacto internacional o en la existencia o no de laboratorios, al lado de bases de datos y demás. Todo aquello es ciertamente importante, no cabe duda. Pero la dificultad de hacer ciencia es porque esta demanda de entrada y permite de salida un espíritu libre, crítico. Algún teórico de la ética y la política podría incluso hablar de “democracia radical” al respecto. En contextos de miedo, de violencia sistemática y sistémica, de ideología y adoctrinamiento, hacer ciencia es un asunto extremadamente complicado. Pues lo de la ciencia no consiste ni se reduce a herramientas y a técnicas, sino a estructuras de pensamiento y a formas de vida que se traducen en acciones y palabra abierta.
La división de las ciencias, la errónea creencia de que existen campos, áreas y tradiciones disciplinarias específicas le hace un flaco favor a la formación ciudadana en ciencia y tecnología. La ciencia de punta hoy en día es de carácter no disciplinar. Es lo que genéricamente se designa como inter, trans y multidisciplinariedad y que corresponde en realidad al trabajo integrado, horizontal y mutuamente participativo entre ciencias y disciplinas diferentes con base en los problemas: problemas identificados, problemas de trabajo. Léase bien: problemas, y no ya hipótesis.
En verdad, las ciencias políticamente incorrectas enseñan a tomar distancias con respecto a las reglas y recetas, las normas y las costumbres, el sentido común, la autoridad, el poder y la fuerza. Que son, todos, o bien acríticos, o confesionales y sumisos a intereses ajenos a la propia ciencia y disciplina. Las querellas más agudas incumben a estos grupos de ciencias y disciplinas, y difícilmente a las ciencias de la computación, la química o la biología, por ejemplo. Querellas teóricas que implican acciones reales en el mundo.
Sin embargo, el tema no se queda