Karen aún tenía preguntas, muchas en realidad, pero como había comprobado, Elliott tenía el don de hacerle olvidar todo excepto lo que era sentirse el centro del mundo.
Cuando se conocieron la había aterrorizado la pasión que era capaz de despertar en ella, no había estado preparada para enamorarse completamente, no después del desastroso matrimonio que había tenido. Había mantenido a Elliott alejado, tanto que casi lo había perdido por ello, pero al final había sido Frances la que le había hecho ver que ese hombre era su segunda oportunidad.
Por aquel entonces había tenido muchas segundas oportunidades. Cuando Dana Sue había estado a punto de despedirla, Helen había negociado para mantenerle el puesto e, incluso, había acudido al rescate cuando el estrés la había llevado al borde de una depresión por la que podría haber perdido a sus hijos. Se había llevado a su casa a Daisy y a Mack, se había ocupado de que Karen recibiera el apoyo que necesitaba y, llegado el momento adecuado, los había vuelto a reunir a los tres.
Y entonces, durante aquella terrible época en la que había estado más hundida que nunca, había conocido a Elliott, un hombre no solo fuerte, sino muy seguro de sí mismo, persistente y con un corazón abierto y generoso. A la vez que la había ayudado a fortalecerse físicamente durante sus entrenamientos en el gimnasio, regalo de Helen, Dana Sue y Maddie, también había reconstruido su maltratado ego siempre que ella se lo había permitido.
En aquel momento le había costado mucho confiar en que lo que él sentía por ella pudiera ser real y tampoco había confiado en sus propios sentimientos. Y después, cuando la madre y las hermanas de Elliott se habían opuesto rotundamente a que tuviera una relación con una mujer divorciada, ella había visto la excusa perfecta para salir corriendo.
Pero gracias a Dios, él no se lo había permitido y, sorprendentemente, el amor que surgió entre los dos le dio suficiente confianza en sí misma como para enfrentarse a su madre, ganársela y hacer que se convirtiera, si bien no en una amiga, en una aliada.
Tendida ahora en la cama con él, aún sintiendo su calor después de haber hecho el amor, podía notar su mirada puesta en ella.
—¿En qué estás pensando, cariño? —le preguntó con la mano apoyada en su cadera y mirándola fijamente; era una caricia cálida y posesiva a la vez.
—En cómo hemos llegado hasta aquí. ¿Cómo sabías que debíamos estar juntos?
Él sonrió ante la pregunta.
—La primera vez que te vi, me robaste el corazón y me calaste muy hondo.
—¿Y por qué yo no lo vi en ese momento? —siempre la había inquietado que él hubiera estado tan seguro mientras que a ella la había asustado tanto tener una relación.
—Sí que lo viste.
—Claro que no.
La sonrisa de Elliott aumentó.
—La gente solo sale huyendo cuando tiene miedo, cariño, y solo tiene miedo de los sentimientos que son tan fuertes que no puede controlarlos.
Ella lo miró fijamente y riéndose.
—Estás siendo un engreído.
—No, solo estoy siendo listo y diciendo la verdad —bromeó—. Admítelo. Como poco, me deseabas desde aquel primer día en el gimnasio. No querías, pero así fue.
Aún riéndose, Karen asintió.
—De acuerdo, a lo mejor sí que te deseaba un poco, como todas. Pero para ti fue algo más y sigo sin saber por qué. ¿Qué viste en mí? Por esa época estaba hecha una pena.
—Pero no te parecías a ninguna mujer que hubiera conocido antes. Eras preciosa y vulnerable y quería ayudarte a que volvieras a ser fuerte.
Ella alzó un brazo, flexionó el bíceps y suspiró.
—Sigo sin estar muy fuerte.
Él le dio una palmadita en el pecho.
—Es tu corazón el que ha vuelto a ser fuerte.
—¿Y eso lo dices después de cómo me he puesto hoy?
Elliott sonrió.
—Me has plantado cara, ¿no? Has dicho lo que tenías que decir y has pedido respuestas. No te has echado atrás.
—No, hasta que me has metido en la cama.
—No estamos aquí solo porque quisiera desviarte del tema. Si tienes más preguntas, te las responderé hasta que quedes satisfecha.
Ella sonrió.
—Las preguntas pueden esperar. Preferiría que volvieras a satisfacerme como lo has hecho hace un momento.
Al instante, la mirada de Elliott se oscureció.
—Con mucho gusto —murmuró—. Siempre con mucho gusto.
Capítulo 3
Frances no podía recordar dónde había dejado las llaves de su piso. No estaban en el gancho junto a la puerta de la cocina, donde solía dejarlas, ni sobre la encimera. Si llegaba tarde al centro de mayores, Flo y Liz se preocuparían. Siempre había sido la más puntual de todas sus amigas.
Buscó por todas partes, en el fondo del bolso, debajo de los cojines del sofá, miró en el baño y en el aparador. Al final las encontró... en el congelador. Debió de dejarlas ahí cuando estaba sacando la lasaña para cenar. Con las llaves heladas en la mano, frunció el ceño. ¿No decían que uno de los primeros síntomas del Alzheimer era dejarse las cosas en sitios raros? Solo pensarlo fue suficiente para asustarse.
—¡Déjalo ya! —se dijo con brusquedad—. No hagas una montaña de un grano de arena. No es que estas cosas te pasen todos los días.
Intentó sacarse el incidente de la cabeza, aunque más tarde, mientras jugaba la partida de cartas, se lo mencionó a Flo y a Liz sin poder hacer más que reírse de su despiste. Pero, para su asombro, ninguna de las dos pareció compartir la diversión. Es más, se miraron con gesto de preocupación.
Liz, que solo era unos años más joven, le agarró la mano.
—Frances, no quiero alarmarte, pero tal vez deberías ir a consultarlo.
Frances enfureció.
—¿Cuántas veces habéis olvidado dónde habéis dejado las llaves?
—Muchas —admitió Liz—, pero nunca las he encontrado ni en un congelador ni en ningún lugar particularmente raro.
Frances miró a su mejor amiga con consternación.
—¿Qué intentas decirme? No es solo por las llaves, ¿verdad?
—No. Últimamente has dicho y hecho algunas cosas que no tenían mucho sentido. Me he fijado y Flo también.
Flo asintió.
—¿Y habéis estado hablándolo a mis espaldas? —preguntó sabiendo que su indignación no venía a cuento. Eran sus amigas y, por supuesto, estarían preocupadas. Por supuesto habrían intercambiado impresiones antes de arriesgarse a ofenderla mencionando algún incidente que tal vez no significara nada.
—Ninguna estábamos segura de que fuera lo suficientemente importante como para decírtelo —dijo Liz con delicadeza—. Así que decidimos vigilarte de cerca. Ahora que tú misma has notado que algo no va bien, bueno... tal vez lo mejor sería ir a ver a un médico.
Frances se sintió cómo si se le hubiera hundido el mundo. ¿Alzheimer? Ninguna había mencionado la palabra, pero estaba claro. Era la enfermedad más cruel en muchos sentidos. Había visto cómo le había robado sus recuerdos a muchos amigos y, peor aún, cómo los había apartado de sus familias mucho antes de que se hubieran marchado