Cuando Elliott entró con un enorme ramo de fragrantes lirios de colores, Karen supo que alguien lo había puesto al tanto de lo sucedido en Sullivan’s. ¡Para que luego dijeran que las mujeres eran unas cotillas!, pensó sacudiendo la cabeza. Los hombres de ese pueblo, o al menos los que estaban casados con Dulces Magnolias, eran uña y carne y, además, unos bocazas. Y por mucho que Elliott y ella estuvieran en la periferia de ese grupo, su efecto los alcanzaba.
—¿Quién te lo ha contado? —le preguntó aunque se paró a oler las flores y sacó un viejo jarrón para meterlas; tenía bastantes gracias a los frecuentes regalos de Elliott. Estaba segura de que su marido tenía el número de la floristería guardado en marcación rápida. Sin embargo, en la mayoría de los casos no había utilizado las flores para salir de un aprieto, sino que era un hombre atento que destacaba por sus gestos impulsivos y románticos.
Le lanzó una mirada cargada de inocencia.
—¿Contarme qué?
—Que antes he perdido los nervios. ¿Te ha llamado Erik para avisarte antes de que yo llegara al spa?
—Erik no ha llamado, al menos, no para hablar conmigo —dijo riéndose—. Ha llamado a Cal para preguntarle si debería advertirme y han decidido que era mejor que se mantuviera al margen.
—Pero luego Cal ha ido a recoger a Maddie y a informarte de paso. ¡Cómo no!
—La maquinaria de cotilleos en Serenity es un milagro; funciona bien, incluso, sin tener que recurrir a la tecnología moderna. Puede que sea el único pueblo del país que no tiene adicción a los mensajes de texto —cruzó la cocina para acercarse a ella; posó las manos sobre su cadera y acercó la boca a su mejilla—. Así que, ¿me he metido en un problema? —le preguntó susurrándole al oído.
Pero a Karen no le hizo ninguna gracia el tono divertido de su voz ya que debería haberse tomado más en serio la pregunta que le había hecho.
—Bastante.
Sin embargo, por desgracia, no era completamente inmune a sus tácticas. Elliott podía seducirla en menos tiempo del que se tardaba en pedir una pizza, cosa que, por cierto, había hecho justo antes de que él llegara. Ahora parecía querer acurrucarse contra su cuello, algo que, normalmente, era el preludio de unos jueguecitos más excitantes.
—No vas a distraerme, así que para ahora mismo.
—¿Que pare qué? —le preguntó de nuevo intentando que sus ojos color chocolate adoptaran una expresión de inocencia que ella no se estaba creyendo—. Solo le estoy diciendo «hola» a mi preciosa esposa después de un día muy largo.
—No, lo que haces es pretender persuadirme para que deje de estar enfadada contigo porque sabes perfectamente bien que si logras llevarme a la cama, me olvidaré de todo por lo que estoy enfadada —lo miró fijamente—. Pero esta vez no, Elliott. Y lo digo en serio.
Él suspiró y dio un paso atrás, claramente decepcionado, pero aceptando su decisión de que, por el momento, el juego de seducción quedaba descartado.
—¿Dónde están los niños?
—Tampoco están aquí para salvarte. Tu madre se los ha llevado a su casa a cenar enchiladas.
A él se le iluminó la cara de inmediato.
—¿Mamá ha hecho enchiladas? Pues entonces deberíamos ir.
—De eso nada. Te guardará las sobras. Nosotros vamos a tomar pizza y ensalada y a mantener una charla bien larga. Dependiendo de cómo vaya, ya decidiremos si recogemos a los niños esta noche o si se quedan a dormir allí.
Por primera vez, él empezó a darse cuenta de lo enfadada que estaba y una expresión de alarma cruzó su rostro.
—¿Todo esto es porque he olvidado mencionarte lo del gimnasio?
—No se te ha «olvidado» mencionarlo, Elliott —le contestó en voz baja y furiosa por las lágrimas que al instante cubrieron sus ojos. Se dio la vuelta esperando que él no viera lo sensible que estaba. Quería mantener la calma y mostrarse fría para poder hablar del tema racionalmente sin volcar en la discusión todo su bagaje emocional.
Fingiendo centrarse en aliñar la ensalada, dijo:
—Decidiste deliberadamente no hablar del tema conmigo porque no te parecía que mi opinión fuera a importar o porque tenías miedo de que intentara vetarte la idea.
—No fue así.
—Es exactamente como fue —se giró y lo miró renunciando a seguir conteniendo las lágrimas y dejándolas fluir libremente—. Elliott, ¿cómo vamos a hacer que funcione nuestro matrimonio si no hablamos sobre algo que va a cambiar nuestras vidas? Por lo poco que sé, incluso yo puedo ver que lo de este gimnasio va a ser algo de gran envergadura y tú estás metido en ello. ¿Sabes lo mucho que duele que tanta gente lo sepa ya y que yo no sepa nada?
—Lo siento. De verdad que sí. Es una oportunidad increíble, Karen. Yo jamás podría hacer algo así solo. Estaba intentando asimilarlo para saber si podríamos hacerlo realidad.
—¿Y no has pensado que esta tonta que está aquí podría tener algo que decir al respecto?
Él se mostró verdaderamente impactado por sus amargas palabras.
—No digas locuras, cariño. Ya sabes cuánto me importa tu opinión. Para mí lo eres todo.
Esas palabras tan cariñosas le tocaron el corazón, como siempre.
—Eso creía —dijo en voz baja secándose las lágrimas que no podía contener.
—Oh, no llores —le suplicó rodeándola con sus brazos—. Por favor, no llores. Sabes que me destroza verte llorar, sobre todo cuando es culpa mía.
Después de mantenerse tensa un momento, Karen respiró hondo y se relajó. Ese lado tan cariñoso y adorable de Elliott era lo que la había hecho enamorarse de él. Por eso le resultaba tan devastador que hiciera cosas sin pensar, como haberla dejado al margen de esa decisión.
—¿Puedo contártelo ahora? ¿Me escucharás y adoptarás una postura abierta?
Ella asintió lentamente sin apartarse de él.
—Eso puedo hacerlo —alzó la cabeza y lo miró—. Pero estas cosas no pueden volver a pasar, Elliott. Cuando se trate de algo importante, o incluso de algo mínimo pero que afecte a nuestra familia, debemos decidirlo juntos. En eso quedamos. De lo contrario, estamos condenados al fracaso.
—Sé que tienes razón. Te prometo que seré más considerado —le aseguró—. Creía que te estaba ahorrando preocupaciones innecesarias por algo que, tal vez, no fuera factible. Creía que tenía más tiempo para pensar en los detalles.
—¿En Serenity? —le preguntó lanzándole una mirada irónica.
Él se rio.
—Sí, eso es lo que ha dicho Cal. Aunque la verdad es que solo llevamos unas semanas hablando de esto. Al principio no era más que una idea que surgió mientras nos tomábamos unas cervezas una noche después de jugar al baloncesto. Yo ni siquiera estaba seguro de que fuera a llegar a ninguna parte, y por eso no vi motivos para mencionártelo.
—Pero ya ha ido más allá, no se ha quedado en una simple charla, ¿no? Y, aun así, no me has dicho nada —dijo viendo cómo los ojos de Elliott perdían toda ilusión y odiando haber reprimido su entusiasmo. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Había preguntas muy importantes que necesitaban respuestas.
—Es verdad. Tom McDonald ha echado algunas cuentas y Ronnie Sullivan ha mirado algunos locales.
—Espero que no lo haya hecho con Mary Vaughn —dijo pensando en Dana Sue y en lo poco que se fiaba de que su marido estuviera cerca de la agente inmobiliaria, incluso a pesar de que ahora Mary Vaughn hubiera vuelto con su exmarido y hubieran tenido otro hijo juntos. Pero