—Cuando se trata de recordar cómo lo ha perseguido durante años, sí —le confirmó Karen—. Y no te vendría mal recordarlo por si tienes alguna antigua novia rondando por ahí.
—Ninguna —se apresuró a decir.
Ella le dio una palmadita en la mejilla.
—Está bien saberlo.
Antes de poder seguir informándola sobre los planes para el gimnasio, llegó su pizza de Rosalina’s. Karen puso la ensalada sobre la mesa de la cocina, sirvió dos copas de vino y se sentaron. Después de haberle dado el primer mordisco a su pizza, se fijó en que Elliott no dejaba de mirarla.
—¿Qué?
—Sé que el motivo de esta pequeña cena íntima no era exactamente romántico, pero he de admitir que resulta muy agradable tener a mi mujer para mí solo un par de horas sin la más mínima interrupción potencial.
Ella sonrió ante el calor de su voz y ese inconfundible brillo de deseo en sus ojos. Siempre había logrado hacerla sentir increíblemente especial y deseada, y ahora incluso estaba dispuesta a dejar que esa mirada aplacara su furia.
—Entonces es una suerte que Frances se haya ofrecido a darnos una noche así todas las semanas. Y si podemos convencer a tu madre para que se quede otra noche, puede que tengamos el tiempo que necesitamos para volver a ponernos al día.
—¿De verdad crees que nos hemos quedado tan estancados en nuestra relación? —le preguntó Elliott, claramente preocupado por sus palabras.
—Bastante. Ya sabes qué destruyó mi primer matrimonio. Ray nos metió en una deuda terrible de la que yo no sabía nada y después me dejó en la estacada. Ni siquiera se quedó lo suficiente para ayudarnos a salir de la ruina en la que nos dejó. Tuve que afrontarlo todo yo sola. Por eso cuando me enteré de lo del gimnasio lo único en lo que podía pensar era en que estaba volviendo a pasar lo mismo. Sé que fue un pensamiento irracional, pero tuve una terrible imagen retrospectiva y no pude evitar que me entrara el pánico, Elliott.
Aunque él tenía muchas razones para sentirse ofendido por la injusta comparación, se limitó a mirarla a los ojos y a decir:
—En primer lugar, jamás seré irresponsable con el dinero. Y, en segundo lugar, por muy difíciles que se pongan las cosas o muchos desacuerdos que tengamos, yo jamás te abandonaré. Cuando me casé contigo, fue para siempre, cariño.
Karen oyó sinceridad en esas promesas, sabía que le estaba hablando con el corazón, pero la experiencia le había demostrado que incluso las mejores intenciones no siempre eran suficiente. La prueba la tendría en lo que pasara en su relación de ahora en adelante.
Aunque había visto la furia en los ojos de Karen disiparse y sentía que lo peor ya había pasado, Elliott también conocía a su mujer lo suficiente como para saber que necesitaba más tiempo para enmendar la situación. Por eso, mientras ella estaba en la cocina recogiendo, llamó rápidamente a su madre.
—Mamacita, ¿puedes quedarte esta noche con Daisy y Mack? —le preguntó bajando la voz.
—Claro. ¿Y por qué estás susurrando?
—No sé qué opinará Karen de que te cargue con la responsabilidad de ocuparte de ellos.
La mujer se alertó de inmediato.
—¿Es que estáis discutiendo por algo? Cuando Karen me ha llamado antes y me ha pedido si podía quedármelos un par de horas, me ha dado la sensación de que no lo hacía porque fuera a tener una velada romántica con su marido.
Elliott sabía muy bien que no debía meter a su madre en sus problemas. Las dos mujeres habían pactado una tregua y por muy poco podría echarse a perder.
—¿Puedes quedarte con Daisy y con Mack, por favor, mamá?
Su madre debió de captar que no le daría ninguna explicación porque inmediatamente respondió:
—Por supuesto. ¿Quieres que se vayan al colegio directamente por la mañana? Tienen ropa aquí y tu hermana puede recogerlos y llevarlos en el coche cuando Adelia vaya a llevar a sus hijos.
—Si no te importa, sería genial. Gracias, mamá —le dijo en español.
—De nada —respondió su madre antes de añadir—: Y, Elliott, si algo va mal, soluciónalo.
—Eso pretendo.
Colgó, entró en la cocina y le quitó a su mujer el trapo que tenía entre las manos.
—Siéntate. Ya termino yo de recoger.
Ella lo miró con gesto de diversión.
—A ver... Ya he sacado la basura y he fregado los platos. Exactamente, ¿qué pretendes hacer?
—Terminar de secarlos —respondió de inmediato y acercándose hasta dejarla acorralada entre su cuerpo y la encimera—. Y después voy a tomarme el postre.
—¿Postre? —preguntó con los ojos abiertos de par en par y la respiración entrecortada—. ¿Qué tienes en mente exactamente? En el congelador no hay helado. Ya lo he mirado. Los niños y tú os habéis comido lo que quedaba.
—Pero tú estás aquí y no se me ocurre nada más sabroso, cariño.
Esas palabras pronunciadas con tanta suavidad hicieron que se le iluminaran los ojos.
—¿No deberías ir a recoger a Daisy y a Mack? No deberían estar fuera tan tarde teniendo colegio mañana.
—Ahora mismo mi madre está metiéndolos en la cama. Y ya que parece que no vas a desterrarme y a obligarme a pasar la noche con ellos fuera de casa, esperaba que pudiéramos aprovechar y tener la noche para nosotros solos —la miró fijamente a los ojos—. Me has perdonado, ¿verdad?
—Casi.
—¿Pero no del todo?
—Vas a tener que demostrarme que has aprendido la lección.
—Dudo que esta noche pueda traerte la prueba —lamentó él.
—Es verdad. Eso solo el tiempo lo dirá.
Él deslizó un dedo sobre la línea de su mandíbula y a ella se le aceleró el pulso.
—¿Y mientras tanto?
Lentamente, Karen lo rodeó por el cuello y se acurrucó contra su cuerpo. El modo en que encajaron fue suficiente para que a él le hirviera la sangre.
—Mientras tanto —dijo Karen muy despacio tocando sus labios con los suyos—, podemos probar esto del postre a ver qué tal.
Él sonrió contra su boca.
—Ya sé qué tal irá. Voy a hacerle el amor a mi mujer hasta que grite y me suplique más.
Ella se echó atrás y lo miró divertida.
—Yo nunca te suplico.
—Pero seguro que eso puedo cambiarlo —le dijo colando una mano bajo sus braguitas y viendo cómo cerraba los ojos y su cuerpo respondía a sus caricias.
Y Karen ni siquiera suplicó cuando su respiración se entrecortó y su piel empezó a cubrirse con el brillo de un suave sudor. Lo que sí hizo fue aferrarse a sus hombros, rodearlo por la cintura con las piernas y besarlo hasta que fue él el que acabó suplicando.
De camino al dormitorio con ella en brazos, Elliott pensó por milésima vez en lo afortunado que era de haberla encontrado. Ella era el azúcar para su pimienta, la dulzura para su pasión.
Y entonces, justo cuando menos se lo esperaba, Karen le dio la vuelta a la tortilla al mostrarle un inesperado deseo que le arrebató el aliento.