—¿Va todo bien? —murmuró.
—La verdad es que no estoy segura —le respondió sin molestarse en ocultar su frustración—. Pero será mejor que te vayas. Ya hablaremos luego.
Él la besó y, murmurando contra su boca, dijo con una pícara mirada:
—Una cita genial.
—Aunque llegar a casa fue mejor —respondió ella pensando en la ternura con que le había hecho el amor antes de que se durmieran el uno en brazos del otro.
Elliott sonrió.
—Sí, es verdad —le agarró suavemente la barbilla y la miró fijamente—. Hoy llamaré a Adelia para preguntarle lo de los vestidos, ¿o prefieres hacerlo tú?
Ella le lanzó una mirada irónica.
—¿Que le pida un favor a tu hermana? Aún no hemos llegado a ese nivel. Todavía me odia.
—No te odia —protestó él—. Es que es demasiada protectora conmigo. La llamaré yo.
Justo en ese momento, alguien desde dentro del coche tocó el claxon para meterle prisa. Elliott se rio.
—Será mejor que me vaya antes de que alguno de los niños se piense que ya es mayor para darse una vuelta en coche.
—No te preocupes, Frances jamás les dejaría hacerlo —dijo Karen aunque, a la vez que pronunció esas palabras, se preguntó si sería verdad. Había visto señales de que Frances estaba cambiando y, aunque no sabía qué podían significar, sospechaba que no debía de ser nada bueno.
Elliott llamó a su hermana mayor a media mañana durante un descanso entre la clase de spinning y la de danza aeróbica. Adelia respondió al teléfono con el mismo tono impaciente que había mostrado en casa de su madre hacía unos días.
—Parece que en la casa de los Hernández las cosas no están muy animadas esta mañana. ¿Qué pasa, Adelia?
—Nada —respondió con voz entrecortada—. ¿Por qué llamas?
—La verdad es que necesito un favor para Daisy.
—Claro —dijo de inmediato porque, aunque no había recibido muy bien a Karen en la familia, sí que les había abierto su corazón a los niños—. ¿Qué necesita?
—¿Sabes lo del baile para padres e hijas del colegio?
—Selena no habla de otra cosa. Dice que es un rollo, pero no deja de suplicarle a su padre que la lleve. A Ernesto no le hace mucha gracia, pero ha accedido. Ahora depende de mí que no se eche atrás en el último momento y la decepcione. ¿Vas a llevar a Daisy?
—Me lo ha pedido.
—¡Cuánto me alegro! Me temía que fuera a sentirse apartada.
—La cuestión es que necesita un vestido de fiesta y nuestro presupuesto está muy ajustado últimamente.
—Además, Selena tiene un armario lleno de vestidos —dijo Adelia, al comprenderlo de inmediato—. ¿Qué te parece si elijo unos cuantos y te los llevo al spa? Puede probárselos en casa esta noche.
—Si te resulta más fácil, puedes llevarlos a casa de mamá —le propuso.
—¿Y que Selena se dé cuenta y haga algún comentario inapropiado sobre el hecho de que Daisy se ponga su ropa usada? Mala idea.
—Claro —dijo Elliott deseando no haber olvidado la posibilidad de que hirieran los sentimientos de la niña—. Estaré aquí el resto del día. Pásate cuando quieras y, ya de paso, puedes aprovechar y dar una clase de gimnasia.
El silencio fue la respuesta a su ofrecimiento.
—¿Qué quiere decir eso? ¿Estás sugiriendo que he engordado?
Elliott tuvo la sensación de haberse colado en otro de esos campos de minas que existían entre las mujeres de su vida.
—Yo jamás sugeriría algo así. ¿Es que Ernesto te ha dicho algo? Porque, si lo ha hecho, va a tener una pequeña charla con su cuñado sobre cómo mostrarle algo de respeto a su mujer. ¿Qué pasa porque te hayan quedado unos kilos de más por haber tenido unos embarazos tan seguidos? Eran sus hijos los que llevabas dentro.
—Parece que, últimamente, Ernesto tiene muchas opiniones que dar —dijo Adelia con una nada habitual amargura—. Ya he dejado de escucharlo.
Ahora Elliott sabía que estaba atrapado en mitad del campo de minas. Pisara donde pisara, había peligro.
—¿Quieres hablar de ello? —le preguntó con tacto.
—No —respondió ella secamente—. Me pasaré luego con algunos vestidos.
Aprovechando, él dejó pasar el asunto.
—Gracias.
Adelia vaciló antes de añadir:
—Es muy dulce lo que estás haciendo por Daisy.
—No es dulce. Es que no quiero que se pierda cosas por no tener a su padre.
—Y eso es dulce —insistió Adelia—. ¿Cuándo vais a tener un bebé Karen y tú?
Era una pregunta que su madre y sus hermanas no habían dejado de hacerle de manera habitual desde que se habían casado.
—Cuando llegue el momento adecuado —le dijo como decía siempre. Decirle que se metiera en sus asuntos no servía de nada.
Al menos esa respuesta pareció hacerla callar, aunque no por mucho tiempo.
—¿Y cuándo será eso?
—Adelia, como mi hermana mayor, estarás entre los primeros en saberlo —le aseguró—. Te enterarás justo después de mamá.
—Quiero ser la primera —bromeó—. ¿Quién te enseñó todo lo que sabes sobre las mujeres? ¿Quién te protegió de los abusones del colegio?
—Tú no, eso seguro —respondió él riéndose—. Tú no hacías más que hablar y casi me metiste en más problemas de los que podía gestionar con esa bocaza descarada que tienes.
Su hermana se rio; fue el primer sonido verdaderamente alegre que había oído desde que había comenzado la conversación.
—Pero te hizo fuerte, ¿verdad? Y tenías mucho éxito entre las chicas porque te conté lo que nos gusta a las mujeres.
—Supongo que es una forma de verlo. Hasta luego.
—Te quiero, hermano —le dijo en español.
—Yo también te quiero.
Aunque sus hermanas tenían la capacidad de volverlo loco, no podía imaginarse la vida sin ellas. Quería que Karen se beneficiara de todo ese amor también, pero hasta el momento el proceso había sido muy lento. Aunque la abierta hostilidad de sus hermanas se había disipado, aún la miraban con cierto recelo. Un día de estos tendría que encontrar el modo de acercar posiciones entre todas.
Karen tenía muchas amigas y podía apoyarse en ellas como si fueran familia, pero sabía que el amor y la familia hacían más llevaderos los problemas que surgían en la vida.
Capítulo 5
Elliott entró en el gimnasio del colegio con Daisy del brazo. Karen le había recogido su melena castaño clara en forma de ondas, y el vestido que habían elegido era de un satén rosa pastel que parecía resaltar el tono de sus mejillas y le iluminaba los ojos. Aunque tal vez ese brillo era fruto de la emoción por asistir a su primer baile de verdad.
Se quedó en la puerta y miró a su alrededor con gesto de asombro; las macetas estaban decoradas con diminutas lucecitas blancas, la bola de discoteca colgaba del techo despidiendo color al girar, y los banderines de tonos vivos convertían ese enorme lugar en algo