—¡Qué va! —le contestó aunque se mostró encantada con el comentario—. ¿Ya han llegado Selena y Ernesto?
—No los veo —respondió Elliott buscando con la mirada por el gimnasio abarrotado de niñas con sus padres. El nivel de entusiasmo estaba tan alto como el de ruido.
Cuando al momento el pinchadiscos puso una canción lenta, Elliott miró a Daisy.
—¿Quieres bailar conmigo?
—¿De verdad? —preguntó con la voz entrecortada.
—Para eso hemos venido, ¿no? Creo que aún puedo moverme por la pista sin darte ningún pisotón.
Le mostró dónde colocar las manos y después fue contando los pasos mientras ella, con cierta torpeza, intentaba seguir su ritmo. Al final de la canción, Daisy respiró hondo.
—Me alegro de que seas tú y no un chico —dijo llena de frustración—. Esto no se me da bien. Nunca tendré una cita.
—Ya le pillarás el tranquillo antes de que seas lo suficientemente mayor como para tener una cita —le prometió justo cuando vio a Ernesto y a Selena yendo hacia ellos. Su cuñado parecía estar de mal humor, y eso era raro.
—¿Cómo te ha convencido Daisy para venir? —le preguntó Ernesto con tono áspero—. A mí no me verías por aquí si no fuera porque Adelia se ha puesto hecha una furia.
Elliott captó la sombra que recorrió el gesto de Selena ante las desconsideradas palabras de su padre. Sin embargo, la niña, en lugar de responderle, se dirigió a Daisy.
—¡Ese es mi vestido! —dijo lo suficientemente alto como para que unas cuantas chicas se rieran—. Mamá ha debido de sacarlo de mi bolsa de ropa para tirar.
Elliott miró a su sobrina con mala cara.
—¡Selena, ya basta! —le gritó con brusquedad dado que Ernesto no parecía tener intención de corregir a su hija—. Estás intentando avergonzar a tu prima a propósito.
—No es mi prima —contestó con tono desagradable—. Y tú no eres su verdadero padre.
Ante las crueles palabras de Selena, Daisy se quedó aturdida, se echó a llorar y salió corriendo del gimnasio. Elliott le lanzó a Selena una mirada cargada de decepción.
—Creía que tu madre te había educado para que fueras un poco más amable —después miró a su cuñado fijamente—. ¿Y tú no tienes nada que decir sobre esta clase de comportamiento?
Ernesto se limitó a encogerse de hombros.
—¿Qué puedo decir? Es igualita que su madre.
Elliott sacudió la cabeza preguntándose, no por primera vez, qué demonios le estaba pasando al matrimonio de su hermana.
—Ya hablaré con vosotros dos luego.
Y se marchó para buscar a Daisy. La encontró al final del pasillo empujando inútilmente una puerta cerrada con llave.
—Niña —dijo en español y voz baja—. Pequeña, lo siento.
—Quiero irme a casa —le suplicó girando hacia él su cara surcada de lágrimas.
—Y yo te llevaré, si eso es lo que quieres de verdad. Pero a veces cuando la gente se porta tan mal como Selena ahí dentro, lo mejor que se puede hacer es levantar la barbilla bien alto y demostrar que tú estás por encima de todo eso.
—Pero todo el mundo se está riendo de mí —le dijo con más lágrimas en los ojos y mirándolo desconcertada—. Creía que éramos amigas. ¿Por qué ha sido tan mala?
Elliott se preguntaba lo mismo.
—No lo sé —respondió con sinceridad—. Pero creo que, tal vez, esta noche no está muy feliz.
Daisy se mostró intrigada por la respuesta.
—¿Y eso?
—No estoy seguro —dijo al no querer sugerir que Ernesto la había decepcionado—. Pero creo que ha descargado su tristeza contigo. Ha estado muy mal, pero a lo mejor tú puedes ser mejor persona e intentar entenderlo y perdonarla.
Daisy pareció reflexionar sobre sus palabras un largo momento antes de mirarlo a los ojos y preguntarle con un sollozo:
—¿Tengo que hacerlo?
Elliott tuvo que girarse para ocultar la sonrisa.
—No, pequeña, no tienes que hacerlo, pero espero que lo hagas. A pesar de lo que ha pasado aquí esta noche, seguimos siendo una familia.
La niña suspiró exageradamente.
—De acuerdo, me lo pensaré —lo miró—. Pero sigo sin querer volver a entrar. Por favor, ¿podemos irnos?
—¿Por qué no vamos a Wharton’s a tomarnos un helado? ¿Qué te parece?
Ella le dirigió una temblorosa sonrisa.
—Un helado estaría bien.
De camino a Wharton’s, se secó las últimas lágrimas y se volvió hacia él.
—Antes de que Selena dijera todo eso, me lo estaba pasando bien, Elliott. Gracias por llevarme.
—De nada —le aseguró—. Y yo también me lo he pasado bien. El año que viene el baile de padres e hijas será mejor. Te lo prometo.
Y a la mañana siguiente lo primero que haría sería averiguar por qué su sobrina se había comportado de ese modo. Tal vez su cuñado se había quedado tan tranquilo ignorando el asunto, pero él no.
—¿Que Selena le ha dicho qué a Daisy? —preguntó Karen atónita cuando Elliott le describió la espantosa escena en el baile—. ¿Y por qué ha hecho algo así? Daisy la adora. Se debe de haber quedado hecha polvo.
—Al principio, sí, pero un helado cubierto de chocolate caliente la ha hecho sentirse mucho mejor.
—Al menos eso explica por qué se ha ido directa a su habitación cuando habéis llegado y no me ha respondido cuando le he preguntado por el baile.
—Se ha sentido humillada, eso está claro —admitió con desazón—. Que mi sobrina haya hecho algo así... —sacudió la cabeza—. Aunque, sinceramente, ahora mismo me preocupa más Selena. Esta noche le pasaba algo y también me ha dado la sensación de que Ernesto no tenía ninguna gana de estar allí y que se lo había hecho saber. Tal vez su falta de sensibilidad explica por qué ha sido tan desagradable con Daisy.
—Eso no es una excusa —dijo Karen.
—Claro que no —asintió Elliott sin ponerse del lado de su familia por primera vez—. Creo que pasa algo más. Adelia tampoco ha estado siendo ella misma últimamente. Mañana llegaré al fondo del asunto y ten por seguro que Selena se disculpará.
—Una disculpa forzada no significará mucho —dijo Karen.
—Pero es necesaria de todos modos —respondió con convicción—. La gente de esta familia no se comporta así. Siento mucho que le haya arruinado la noche a Daisy. Esperaba que fuera especial para ella, un recuerdo que guardara para siempre.
Karen vio lo disgustado que estaba por el hecho de que un miembro de su familia le hubiera causado tanta angustia.
—Como has dicho, el helado ha mejorado bastante las cosas. Seguro que se le pasará.
Él vaciló y dijo:
—Hay una cosa que ha dicho Selena que creo que deberíamos hablar, algo que podríamos corregir.
Karen lo miró extrañada.
—¿Por qué está en nuestras manos corregir algo que haya dicho Selena?
—Porque podemos —respondió sencillamente—. Ha dicho que Daisy no era su prima y que yo tampoco era su verdadero padre. Ya hemos