Aceptar aquel puesto había sido un error, pero necesitaba algo hasta que recibiera la respuesta de su anterior jefe, que sabía que necesitaba a alguien para cubrir un puesto en la sección de deporte local. Era ridículo para alguien con su trayectoria, pero los deportes de cualquier tipo eran lo suyo, aunque tuviera que patearse los barrios y los pueblos del extrarradio. Sabía que, una vez de regreso en su vieja redacción, iría escalando hasta recuperar su puesto, del que le habían echado, con miles de disculpas, cuando el diario había perdido suscriptores y lectores en su formato de papel y habían tenido que despedir a parte de la plantilla. Aquel era su ámbito natural y en ningún lugar se sentiría jamás tan realizado como allí, aunque fuera escribiendo sobre yoga en la tercera edad.
Pero, mientras tanto, tendría que aprender a sobrellevar a aquel grupo de lunáticos lo mejor que supiera.
Su día a día, lo supo ya desde la primera jornada, consistía en reuniones llenas de gritos e insultos, donde cada cual defendía su pequeña parcela como si se tratase del boletín donde se publicaba el presupuesto general del país, seguida de una pequeña charla con Lola sobre lo que ella consideraba que era la mejor estrategia para acercar Oh! La mode… al mundo real, que él no acababa de ver clara, porque lo cierto era que Lola tenía muy poca idea acerca de cómo vivía la gente común y corriente, fuera de las pasarelas y las pantallas de cine, y ni siquiera todas las pantallas.
Tal vez él no supiera nada de eso último, pero sí tenía claro que no se conseguía llegar al público general mostrando las vidas inútiles de millonarios y tratando de vender productos que jamás podrían estar al alcance de la mayoría.
Y sabía bien que mucha gente miraba esos escaparates tratando de huir de una realidad triste y gris, pero se negaba a pensar que a alguien le llenase todo aquel… vacío.
Sin embargo, si pensó que los primeros días habían sido duros, lo complicado fue cuando entregó el artículo que había escrito para el número de ese mes, que hizo fruncir los labios de Lola antes de apartarlo a un lado con desprecio.
—¿Y qué hay del vídeo?
—¿Vídeo?
Reuben reconocía que no había vuelto a pensar en el asunto desde la primera reunión. Mientras los demás cuchicheaban y se peleaban por formatos, ideas, minutos y plataformas, él no había pensado en ello y ni siquiera se había planteado qué hacer.
Él no era reportero de televisión. Él escribía y listo. De hecho, solo había tenido una experiencia en cámara y había sido un desastre. Un balón le había golpeado la cabeza durante un partido durante la retransmisión de un partido de primera la única vez que había hecho un reportaje para una televisión local y se lo habían tenido que llevar en ambulancia al hospital con una conmoción. Su madre siempre le decía que había estado muy bien, pero si a uno no le apoyaba ni su madre, estaba perdido.
Lola hizo aquel gesto, o más bien, ausencia de él, que hacía que Reuben se preocupase. Lo miraba por debajo del flequillo y permanecía inmóvil y en silencio durante un minuto, o un millón, y él sentía que le había fallado.
—Pasaré por alto que tu reportaje no vale para nada en una revista como la nuestra, pero podría valer si lo acompañamos por un vídeo adecuado.
—¿Cómo que no vale? Son dos mil palabras, como me pediste, y habla de…
Lola emitió una sonrisa minúscula y echó mano de su libreta morada, y Reuben sintió que lo que estaba diciendo iba muriendo poco a poco en su boca. Probablemente ella tendría un nombre complicado para denominar aquel color, pero él solo sabía que, cada vez que hacía eso, le daba casi más miedo que cuando no se movía.
—Veamos, querido —dijo, abriendo la libreta—. Te pedí un reportaje de dos mil palabras, en efecto, que es lo que has entregado, pero el resto de lo que te dije te entró por una oreja y te salió por la otra. ¿Hablas de las nuevas disciplinas para cuidarse? Las nuevas modas en los gimnasios, los nuevos deportes, lo que hace la gente guapa para estar todavía más guapa… Ya sabes. Porque eso es lo que te pedí. Y tú no dices ni una sola palabra de ello.
Reuben no sabía si Lola bromeaba o no, pero no se atrevió a sonreír, por si acaso. Era cierto que habían hablado de todo aquello, pero a Reuben le había parecido una idiotez y había decidido escribir acerca de un viejo estadio que habían derruido en su barrio de siempre para construir unos pisos de lujo. Aquello sí era una buena historia y digna de publicarse.
Lejos de llorar de pena, los vecinos habían convertido aquello en una fiesta y habían compartido comida y bebida mientras contaban las viejas anécdotas acerca de lo mucho que habían disfrutado en aquel viejo estadio con olor a polvo. Incluso había habido fotógrafos y periodistas que habían venido a inmortalizar aquel momento. Y habían acabado llorando, por supuesto, porque para ellos era lo más cercano a algo histórico que habían vivido, pero también había sido una oportunidad para hacer algo juntos.
Pura poesía.
Ese reportaje ganaría un premio un día.
—Zumba, Pilates, CrossFit, BodyPump, TRX, Aquagym, Aquadynamic, Adaptiv…
A medida que Lola iba hablando, Reuben sentía que los oídos le zumbaban. No entendía una sola palabra de lo que decía. ¿Hablaba de deporte o de comida japonesa?
El desconcierto debió de notarse en su rostro, porque Lola lo miró con una sonrisa llena de lástima y, juraría, de malicia.
—Ya veo. Cuando hablamos de deportes, para ti solo cuentan el fútbol, el baloncesto y… —Lola movió las manos como si tratara de recordar alguno más— lo que sea. Pues la gente de este siglo conoce alguno más, querido, y quiere que los informemos sobre ellos y, además, que les digamos qué deben llevar puesto para realizarlos y estar guapos mientras sudan.
—¿En serio?
Reuben sintió que había encogido medio metro en un instante, como si fuera un hombre de la Edad Media y le estuvieran hablando de ir a la luna.
—Voy a apuntarte a mi gimnasio y te voy a poner en contacto con mi entrenadora personal, Gretchen. Ella te enseñará todo lo que debes saber sobre las nuevas disciplinas.
Reuben trató de sonreír, pero no lo consiguió. Ir a un gimnasio a hacer pesas no era hacer deporte.
Sin embargo, aunque odiaba la idea, no se atrevió a negarse. Necesitaba ese trabajo por el momento.
—Será un placer.
Si Lola notó el tono irónico en su voz, no lo demostró. La verdad era que tenía un aire divertido que era bastante preocupante.
—Te llamará a lo largo del día. Estate pendiente, porque no le gusta que la dejen tirada. Entenderás pronto que con Gretchen la disciplina es lo más importante.
Reuben asintió y se levantó. A esas alturas, Lola ya no lo miraba, señal de que lo había despachado.
En un estado cercano a la rabia, volvió a su cubículo y miró a su helecho, que no hizo nada por calmar sus nervios. Era lo que tenían los helechos, que tenían poca facilidad de palabra.
Donald se lo había advertido y no había querido escucharlo, pero ahora sabía que se había quedado muy corto en sus advertencias. Aquella gente era lo peor.
El primero en presentarse en su despacho para ver cómo le iba, y si ya estaba dispuesto a hacer las maletas con el rabo entre las piernas, había sido Ambrose Price, con su sempiterno traje de tweed, su pajarita, y un aire de curiosa superioridad que no podía, o no quería, ocultar.
—Supongo que nos entenderemos, ya que ambos somos… ya sabes… caballeros —fueron sus primeras palabras nada más sentarse en la silla que Reuben le había ofrecido—. Por cierto, ¿qué es eso?
Reuben