—Ya perdí dos páginas en el número pasado. Y ahora me quieres quitar cinco. ¡Cinco! ¿Cómo quieres que haga una sección entera con solo cuatro páginas? Tendría que eliminar al menos diez fotos para poder comprimir toda la información en ese espacio.
Lola colocó sus palmas juntas ante el rostro y observó a la persona que osaba enfrentarse a ella.
—Podría serte sincera y decir que nadie notaría la ausencia de tu sección. Ni la de Victoria, ni la de Ambrose, ni ninguna —añadió, para suavizar sus palabras, aunque Joanne había acusado el golpe de tal manera que había vuelto a sentarse, abatida—. He recortado todas las secciones para poder dar cabida a las nuevas, aunque cada uno solo sea capaz de ver el enorme daño que he infligido a su orgullo.
Joanne adelantó la mandíbula y miró al nuevo redactor de la sección de deportes, que no había dicho una sola palabra en toda la reunión. Si no había ido a trabajar, no sabía qué diablos pintaba allí. Sin duda, llamaba la atención. Vestía un traje de baratillo, de un color de esos que no combinaban absolutamente con nada que no fuera blanco o negro, y mal, además. Y luego llevaba una corbata que podría haber usado su padre en los años 70. Su pelo de color arena mojada necesitaba un buen corte y tenía los ojos oscuros y asustados de un niño que está pasando el peor examen de toda su vida. En general, los cachorros abandonados le daban pena, pero en ese momento ella también necesitaba ayuda, y ella misma era su prioridad, así que lo lamentaba por el nuevo.
—Necesito ese espacio.
Reuben notó por primera vez que era a él a quien le hablaba. Dejó de escribir y miró a Lola, que no dijo una sola palabra.
Joanne sonrió al verlo tan desconcertado. Ese hombre podía ser muy bueno allí de donde venía, pero estaba perdido desde el mismo instante en que había cruzado el umbral de la revista.
—Cuéntame por qué debería recortar mi sección para darte mis páginas —dijo él de pronto, sorprendiéndola. Tenía el aire de alguien que no tiene ni idea de lo que está hablando y, de repente, suelta la solución perfecta a un problema matemático—. ¿Es la más popular, la más leída, la que más influencia tiene, la más copiada? Solo en ese caso renunciaré a mi espacio por ti.
Joanne sintió que la rabia la obligaba a enmudecer. ¿Cómo defender su trabajo de años, la sección que le quitaba horas de vida y de sueño, la que la obligaba a hacer cosas impensables? Y todo ante alguien que no tenía ni idea de lo que suponía llevarlo a cabo cada mes, un año tras otro. Desde que había llegado a ese lugar, hacía cinco años, había pasado por todas las fases posibles en un puesto de trabajo, desde la ilusión, pasando por la rutina, al desencanto. Ahora solo quería hacer algo digno, al menos, ya que no le permitían hacer nada nuevo ni personal. Pero ¿cómo podía hacerlo si no tenía espacio para ello?
Y encima lo decía con esa tranquilidad, como si fuera la cosa más normal del mundo.
Reuben se levantó y dejó su libreta a un lado. Comenzó a caminar por la sala de reuniones, sabiendo muy bien que era el centro de atención desde el instante en que había hablado. Había pasado de ser un convidado de piedra a ser el centro de todas las miradas. Cierto que sus miradas no eran amables, sino más bien de desconcierto, pero al fin le prestaban atención.
—Veamos, usted —dijo, señalando a Ambrose— se encarga de la sección de belleza y salud. ¿Cree que es indispensable?
Ambrose Price se llevó una mano a la pajarita, ya impecable, y lo miró, como si no supiera muy bien qué se proponía. Joanne sabía muy bien que ese era un gesto destinado a ocultar su nerviosismo, aunque él siempre procuraba mostrarse impávido.
—No me hagas hablar, jovencito. Lo que vendemos en esta revista es tan vacío que a veces creo que deberían encerrarnos por estafa.
—¡Ambrose! —exclamó Victoria, negando con la cabeza, haciendo que su cabello oscuro perdiese su perfecta forma por unos instantes—. No puedes estar hablando en serio. Nuestros lectores nos buscan para tener una guía en la que basarse a la hora de saber vestir con estilo en ocasiones especiales, al menos en mi sección. Aunque no me preguntes qué buscan al leer a Miss Trapos, porque jamás lo entenderé —añadió, con una mirada ácida en dirección a Joanne.
—Ya habló lady Perfecta, que, según se rumorea, duerme en un ataúd de cristal —replicó Joanne con una sonrisa sin humor.
Reuben se detuvo y contempló la lluvia de reproches con asombro, como si no pudiera imaginar que en esa sala aquello era algo habitual. Joanne casi sintió compasión de él, al ver que levantaba las manos para instaurar la paz.
—Pues yo creo que todas las secciones son maravillosas e indispensables para cualquiera con buen gusto.
Todos se giraron hacia Enna McBride, sorprendidos. Esa mujer rubia y callada que acababa de llegar para encargarse de las nuevas secciones de hogar y familia, más pegadas «al mundo real», como decía Lola, era tan tímida que a veces olvidaban su presencia. De hecho, nadie sabía muy bien qué era lo que iba a hacer en su sección, pero alguien tan dulce solo podía hacer algo entrañable y familiar. Según decían, provenía del mundo de las redes sociales y los blogs, pero todos fingían no tener ni idea de qué era todo aquello, así que la ignoraban con todas sus fuerzas, aunque ella no parecía tenerles ningún rencor por ello y sonreía siempre con una dulzura que empezaba a resultar incómoda.
Un par de aplausos secos interrumpieron la escena. Lola, sentada en su silla, los contemplaba con serena frialdad. Parecía cansada y un poco aburrida, pero en absoluto acabada, como decían las malas lenguas.
—Bonito espectáculo. Espero que estés encantada, querida —dijo, dirigiéndose a Joanne, que se sintió avergonzada al instante por su infantil arrebato—, pero supongo que sabes que no podemos permitirnos esto ahora mismo. Reuben no puede decidir si renuncia o no a su sección para cedérsela a nadie. Él es un redactor como los demás y tendrá suerte si no le recorto páginas como a todos. Además, recordad que, además de lo que escribáis, tendréis que grabar algún tipo de contenido para las redes sociales y que tendrá que vender una imagen fresca y acorde con el espíritu de la revista y de la sección que representáis. Eso es lo que nos piden los lectores y, por desgracia, es lo que tenemos que hacer para sobrevivir. ¡No matéis al mensajero! —exclamó, levantando las manos—. No tengo que deciros que, si queremos seguir adelante, todos, y quiero decir todos —añadió, mirándolos uno a uno—, tendremos que aprender a sacrificar cosas que creíamos intocables, ya sea el número de páginas o espacios privilegiados. Incluso nuestra vida privada.
—¡Pero, Lola! —exclamó Victoria, que se había dado por aludida con sus últimas palabras.
La expresión de la directora se cerró de golpe al sentirse cuestionada. Comenzó a recoger sus cosas sin decir una sola palabra y se puso en pie.
—Hasta hace muy poco yo tenía la última palabra en esta sala —dijo, con mirada altiva, aunque voz ligeramente temblorosa—. Si creéis que tenéis una solución mejor, tal vez sea hora de que vosotros mismos la llevéis a cabo.
—Todo esto es ridículo —masculló Ambrose, pasándose una mano por el cabello plateado. Se lo veía incómodo e incapaz de mantener las manos quietas. Cuando acabó de atusarse el pelo, volvió a comprobar el lazo de la pajarita, aunque lo dejó en cuanto se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
—No, no lo es —dijo Enna, levantándose y poniéndose junto a Lola. Le pasó una mano por el hombro, acercándola a sí, haciendo evidente que la poderosa Lola no le llegaba más que hasta el hombro—. Lola tiene razón, tenemos que ser un equipo para salir de la crisis en la que estamos. ¡Vamos, chicos, podemos conseguirlo!
Lola miró la mano que la sostenía con algo cercano a la repugnancia, pero Enna no se dio por enterada, como