—Os encantará, ya veréis. Será algo revolucionario y fantástico. Nada menos que un reto entre vosotros y el público, con dieta y ejercicio sano para que todo el mundo esté guapo y estupendo. ¡Pero nada de tonterías ni cosas horteras, de eso me encargo yo! Solo salud y bienestar.
Reuben se preguntó si su rostro reflejaba tanto horror como sentía en ese momento. Ese adonis no podía estar hablando en serio. Miró a Joanne, y le consoló ver que ella parecía estar sintiendo lo mismo que él. De hecho, juraría que se estaba arrastrando hacia la puerta.
—Es una lástima que Brandon nos haya fastidiado la sorpresa, pero os juro que no hoy, y tal vez no mañana, ni la semana que viene, pero un día os sentiréis felices de haber participado en esto.
Joanne musitó algo para sí y Reuben se acercó para poder oírla, porque ella seguía murmurando en bucle, con la mirada perdida en el techo, como si quisiera olvidar que estaba viviendo aquel infierno.
—Quiero despertar, quiero despertar, por favor, quiero despertar.
Reuben suspiró y se dejó caer sobre la colchoneta.
—Y yo.
Joanne trataba de llevar la cuenta de las flexiones, o lo que fuera que estaban haciendo, pero no podía, porque los ojos del animal que Reuben tenía tatuado en el brazo la miraban fijamente y le impedían concentrarse.
Al principio no había visto los tatuajes, pero era lógico, porque él tenía la mano en las pelotas, y era imposible ver algo más que eso. Y luego el shock de saber que tendría que hacer ejercicio le había impedido concentrarse en nada más.
Ahora necesitaba fijar la vista en algo para olvidarse de que iba a morir en ese sitio horrible, sudando y hecha un adefesio. Y lo más probable fuera que Victoria hablara en su funeral y dijera barbaridades sobre ella.
Leones rampantes. Eso eran. Como los que llevaba en los calcetines y en la corbata. ¿Qué le ocurría a ese hombre con los leones rampantes? ¿Acaso pertenecía a la realeza?
—Creo que es suficiente por hoy. Como calentamiento ha estado bien, pero no penséis que seré igual de blanda mañana.
Una risa de malvada de película rebotó contra las paredes, haciendo que hasta los leones rampantes parecieran más mustios de pronto.
—La odio, lo juro.
Puede que las palabras de Reuben fueran un susurro, pero Gretchen las escuchó.
—Guarda esa energía para mañana, Barton. Demuestra que puedes vencerme. —Algo en el tono de la rubia le hizo pensar a Joanne que no creía que fuera posible, y de pronto se sintió agotada, sucia y derrotada. Y no eran ni las nueve de la mañana.
Todavía le quedaba una jornada entera de trabajo por delante.
Se dejó caer en la fina colchoneta y cerró los ojos.
—¡A la ducha! Os espero mañana a la misma hora. Más tarde os enviaré la dieta personalizada. Notaré si la estáis siguiendo. Nadie engaña a Gretchen, ¿verdad, Brandon?
El musculoso adonis, que seguía grabando, rio y la hizo sentir todavía más miserable.
Camino a la ducha, arrastrando los pies, pensó que, si aquello había sido solo un calentamiento, probablemente le quedaban solo unos días de vida. El ejercicio físico jamás había sido lo suyo. Aunque, mirando a Reuben, tampoco podía decirse que él estuviera en lo alto del pódium atlético.
Aquello tenía que poder arreglarse. Lola tenía que entrar en razón.
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