–Pareces distraída, hermanita. Primero te chocas con Will dentro y ahora prácticamente me arrollas. ¿Te pasa algo?
–Nada –le aseguró.
–No tendrá nada que ver con el encuentro que has tenido con Will, ¿verdad?
Ella se detuvo en seco y lo miró muy seria.
–¿Es que esta familia tiene espías por todas partes? ¿Tengo que ataros cascabeles al cuello para saber cuando un O’Brien está cerca?
Él tuvo el atrevimiento de reírse.
–Estaba sentado en la barra pensando en mis cosas cuando has entrado. No es culpa mía que Will y tú hayáis empezado a moveros alrededor del otro como un par de boxeadores esperando a ser el primero en soltar un puñetazo.
–Una analogía preciosa. Pero no ha sido así.
–Entonces, ¿cómo ha sido? Te has marchado farfullando sobre Will. Ni siquiera estabas mirando adonde ibas y por eso te has chocado conmigo en la calle. ¿Qué te ha dicho para ponerte así esta vez?
–Nada –insistió, pero no pudo evitar añadir–: Se ha librado de mí, ¿te lo puedes creer? Como un profesor diciéndole a su clase que se marche antes de que haya sonado la campana.
Connor la miró confundido.
–¿Y eso qué quiere decir?
–¿Qué derecho tiene a hacerme marcharme así con una colleja en la nuca?
–No he visto que te haya dado una colleja.
–Lo digo en sentido figurado –dijo impacientemente–. Estaba siendo condescendiente y todo porque anoche le dije que no era una cita.
–¿Anoche? ¿Estuviste con Will anoche? Pero si no te fuiste de casa de papá y mamá con él.
–No, vino al hotel a ayudarme a limpiar el ático. Y sin invitación, por si acaso te lo preguntas.
Connor, que estaba acostumbrado a tratar con testigos reticentes a hablar en un juicio, asintió como si lo que ella estuviera diciendo tuviera sentido, aunque en realidad estaba totalmente confundido.
–De acuerdo, así que no fue una cita que estuvierais limpiando el ático juntos. ¿Y él creía que lo era?
–No, creía que lo fue la cena. Bueno, la verdad es que no dijo que lo creyera, pero yo le dije que no lo era para que no hubiera malentendidos, y se enfadó y se marchó.
Connor se rio y ni siquiera tuvo la cortesía de disimularlo.
–¿Sabes? Creía que Susie y Mack vivían en una especie de estado de negación, pero Will y tú puede que los ganéis.
–Will casi dijo lo mismo, aunque después dijo que no lo aguantaría.
–¿Y puedes culparlo? Todos nos hemos cansado un poco de las ridículas protestas de Susie y de Mack.
Jess suspiró.
–No, entiendo lo que decía Will. Pero yo solo intentaba ser sincera y clara.
–¿En serio? Porque ni siquiera creo que estés siendo sincera contigo misma sobre tus sentimientos hacia Will. Oh, es posible que en su momento no sintieras nada, pero ahora sí que lo sientes. ¿Por qué no lo admites y ves lo que pasa?
–Porque no puedo –respondió con frustración.
–¿Por qué?
–Cuando estoy con él, siento que sabe más sobre mí de lo que yo sé. Y es irritante.
–¿Tienes idea de cuántas mujeres darían lo que fuera por encontrar a un hombre que las comprendiera de verdad?
–Esto es distinto.
–¿En qué?
Como no podía explicarlo, respondió:
–Lo es y punto.
–Ahí está esa parte racional tuya que tanto me gusta.
–Oh, déjame tranquila. Nunca he dicho que fuera racional. Es solo cómo me siento.
Connor le echó un brazo sobre los hombros y la abrazó.
–Lo solucionarás.
–Parece que tienes mucha más esperanza en mí que yo.
–Como todos los de la familia. Tal vez deberías pararte a pensar por qué es eso, Jess. Hasta que no veas que eres una persona fantástica que se merece ser feliz, no te sentirás bien –la besó en la frente–. Te quiero. Tengo que ir al despacho.
Ella vio a su hermano marcharse y suspiró. Algo le decía que Connor, que no era conocido por ser la persona más perspicaz del universo, había dado en el clavo en esa ocasión. Si él podía ver lo que le estaba pasando, entonces tal vez era hora de que ella se detuviera a mirarse a sí misma.
Will fue a Brady’s al salir del trabajo y se sentó en la barra. Era algo que no solía hacer solo, y menos un lunes por la noche, pero aún estaba dándole vueltas a su encuentro con Jess esa mañana y al fiasco del domingo por la noche.
Para su sorpresa, encontró a Mack y a Jake allí.
–¿Qué estáis haciendo aquí?
–Estábamos de acuerdo en que hoy en el almuerzo no parecías tú mismo y en que acabarías apareciendo por aquí esta noche. Además, necesitaba relajarme durante una hora y dejar de oír llorar al bebé. Para ser tan pequeña, puede armar un gran alboroto.
–Y aun así pretendes que Bree se ocupe de ella sola todo el día –comentó Will ignorando las referencias a su estado de ánimo.
–Bree tiene ayuda, créeme. Su abuela pasa por casa y la ayuda durante una hora. Deja al bebé con Megan todas las tardes y cuando la lleva al teatro, las chicas de la obra se turnan para entretenerla. Esta niña tiene más niñeras no oficiales que cualquier niño de la tierra.
Will sonrió.
–En otras palabras, el único momento en que estás con ella es por la noche, cuando está agotada y llorando.
Jake asintió.
–Y no tengo la única cosa que quiere: comida. Eso solo puede dárselo Bree.
–¿De verdad estás celoso porque tu mujer pueda amamantar al bebé y tú no? –preguntó Mack incrédulo.
Jake se quedó asombrado con el comentario.
–Eso sería una locura –dijo y se encogió de hombros–. Pero tal vez –se sonrojó–. No te atrevas a repetir esto, pero antes de que naciera, solía cantarle por la noche. Ahora en cuanto come, cae rendida y a Bree le pasa casi lo mismo.
–No me has pedido consejo, pero Bree y tú tenéis que hablar de ello y buscar algo de tiempo para vosotros. Hay muchos reajustes que hacer cuando nace un bebé, y los dos no querréis que vuestra relación se pierda en medio de todo esto.
–Supongo que no –dijo Jake dando un sorbo de cerveza. Se levantó del taburete–. Debería irme a casa –vaciló mirando a Will–. Mack y yo hemos venido por ti. ¿Va todo bien? ¿Debería quedarme?
–Yo tengo coartada –dijo Mack.
–Sí, vete a casa con tu familia –le dijo Will.
Una vez Jake se había ido, Mack lo miró preocupado.
–¿Crees que estarán bien?
–Claro.
–Quiero decir, si no logran solucionar la situación, después de todo por lo que han pasado para volver a estar juntos, ¿quién podría superarlo?
–Estarán bien –dijo Will con énfasis.
Mack pareció aliviado por la certeza con que hablaba.
–De