Suspiró ante su lógica; incluso ella reconocía que no estaba teniendo mucho sentido. Si Laila o incluso Connie, que sabían lo que era tener sentimientos confundidos hacia alguien, se enteraran de lo que había hecho, se enfadarían con ella por haber rechazado a alguien sin haber esperado a tener ni una cita.
–Oh, bueno, ya está hecho –se dijo cerrando el ordenador y dirigiéndose a la cocina para hablar con Gail sobre los menús.
Para su sorpresa, encontró a Ronnie con un delantal y siguiendo las direcciones de Gail para preparar un chutney de mango y papaya como acompañamiento para el pescado asado de esa noche. Alzó la mirada cuando Jess entró.
–He desviado aquí las llamadas de recepción –se apresuró a decirle–. Y he hecho tres reservas. Juro que no estoy escaqueándome de mi trabajo.
–Es verdad –confirmó Gail–. Y me ha ayudado mucho aquí dentro –miró a Jess como suplicándole que le diera una oportunidad a Ronnie–. La verdad es que he estado intentando convencerlo de que haga algún curso en una escuela culinaria.
Jess miró a Ronnie sorprendida.
–¿En serio? ¿Estás interesado?
Él asintió con expresión tímida.
–Siempre me ha gustado cocinar, pero mi padre se ponía de los nervios cada vez que lo mencionaba. Creo que me gustaría probar. Además, no puede decirme nada si me lo pago yo, ¿verdad?
Jess se quedó tan impresionada con su entusiasmo que dijo:
–Deberías estudiar la posibilidad, Ronnie –ella, más que nadie, sabía lo importante que era descubrir una pasión por algo. Tal vez la cocina supondría para él lo mismo que había supuesto el hotel para ella, así que ¿cómo podría no animarlo a hacerlo? –y así, impulsivamente, añadió–: Averigua cuánto cuesta el curso. No te prometo nada, pero si eres tan bueno como Gail cree que eres, puede que encuentre el modo de que el hotel te costee parte de los cursos.
Gail se mostró tan asombrada por la oferta como Ronnie.
–¿Abby?
–Abby lo entenderá. Además, no podremos cubrir todos los gastos, Ronnie, ¿de acuerdo?
–Lo que sea será una ayuda –respondió él emocionado.
Jess pensó cómo convencer a Abby para sacar algo de dinero del presupuesto y solo se le ocurrió una cosa.
–Si puedo organizarlo, tienes que prometerme que trabajarás aquí durante un año o así como ayudante de Gail una vez te hayas graduado.
Por primera vez desde que había ido a trabajar al hotel, Ronnie demostró verdadero entusiasmo.
–¡Genial! Sé que no he sido el mejor empleado hasta ahora, pero prometo que eso ha cambiado. Sea lo que sea lo que necesites por aquí, cuenta conmigo.
Jess sonrió.
–Tendré que ver cómo encajarlo en el presupuesto –volvió a advertirle–. Tráeme información de los cursos cuando la tengas.
–De acuerdo –prometió–. Y gracias, Jess. Quiero decir, señora O’Brien. Es usted increíble. Será mejor que salga e introduzca en el sistema informático estas tres reservas que he anotado antes de que el papel se llene de comida.
Prácticamente salió dando saltos de la cocina. Jess lo miró y sacudió la cabeza.
–¿Quién iba a decirlo? Pensé que jamás encontraría su lugar en el mundo. Has hecho un milagro.
Gail sonrió.
–No es para tanto. Solo necesitaba que alguien le prestara atención a lo que él quiere hacer con su vida. Empecé a verlo la primera vez que me ayudó aquí. Es bueno, Jess. Con un poco de práctica, creo que será especial. Y gracias al trato que le has mencionado, se quedará con nosotras al menos un tiempo.
–Debe de ser agradable saber que has descubierto el talento oculto de alguien –dijo deseando haber sido ella la que hubiera visto más allá de las meteduras de pata de Ronnie.
–No puedes descubrir lo que alguien no quiere dejarte ver. Ronnie tenía demasiado miedo a perder este trabajo, que era como su última oportunidad, si te decía lo que de verdad quería hacer. Si no hubieras insistido en que me ayudara aquel día, tal vez seguiría ahí fuera haciéndose líos a la hora de anotar reservas. O peor aún, lo habrías despedido.
Gail levantó la mirada de la masa de pan que estaba preparando y miró a Jess fijamente.
–¿Qué te pasa? Pareces deprimida.
–No estoy deprimida, estoy enfadada.
–Con Will, supongo. ¿Qué ha hecho ahora?
–Me ha buscado una cita o, mejor dicho, Almuerzo junto a la bahía me ha encontrado una cita. Es lo mismo básicamente.
–¿Pero no te estabas quejando antes porque no te había encontrado ninguna cita?
Jess asintió.
–En lo que respecta a Will soy totalmente contradictoria. No me extraña que se haya hartado de mí.
–¿Qué te hace pensar que se ha hartado de ti? –preguntó Gail e, inmediatamente, dijo–: Oh, claro, la cita.
–No perdamos tiempo con esto. ¿Estás lista para que preparemos los menús de la semana?
Gail parecía querer discutir el tema, pero finalmente se limitó a sacar unas hojas plastificadas de un cajón. Había llegado a desarrollar la clase de habilidad organizativa que Jess tanto envidiaba. Sus recetas más preciadas estaban impresas y plastificadas para poder combinarlas y crear distintos menús. A veces las modificaba un poco con nuevos experimentos y las que eran más populares entre sus huéspedes se imprimían y plastificaban para añadirlas al resto.
–Allá vamos, a ver qué te parece. He estado trabajando en algunas ideas para la boda de los Parker a finales de este mes.
Jess pasó la siguiente hora revisando los menús de Gail y los respectivos costes y después se recostó en su asiento con un suspiro.
–No sé por qué no te doy rienda suelta con todo esto. Nunca te has pasado en el presupuesto y tienes mucho mejor control de los gastos que yo.
Gail sonrió.
–Sé que odias los números y también sé que Abby confía en mí, pero a pesar de todo, me siento mucho más cómoda sabiendo que lo has revisado y supervisado todo –les sirvió una taza de té y miró a Jess.
–Bueno, volvamos al tema de Will.
–Preferiría no hacerlo.
–Solo dime por qué has estado tan decidida a no admitir que estás interesada en él.
–Es posible que en el pasado me afectara exageradamente. Me ha asustado de algún modo pensar que está ahí sentado analizando cada palabra que digo, pero la gente no deja de decirme que tener a un hombre que de verdad te entiende es algo muy positivo.
Gail sonrió.
–Eso digo yo. En el caso de mi marido y yo, el hecho de que los dos seamos chef es fantástico. Siempre que uno de los dos ha tenido un mal día, el otro lo entiende y podemos darles vueltas a muchas ideas juntos. Además, los domingos, cuando los dos estamos libres, nos encanta pasar el día en la cocina experimentando con recetas. Es divertido tener en común el amor por la comida. Y todos esos fabulosos aromas… –suspiró–. Es un afrodisíaco asombroso.
Jess no pudo más que preguntar:
–¿Cómo puedes llamarlo día libre si te pasas el día en la cocina cocinando?
–Porque