De Kalb llegó en 1768 y empleó los primeros cuatro meses en valorar el posible clima revolucionario de las colonias, desde Filadelfia a Boston. Esta vez, la temperatura política era casi tan fría como la de los pantanos helados que De Kalb tuvo que cruzar de noche al poco de llegar a América (después de que su barco se hundiera justo frente a Staten Island). En comparación con la ardiente retórica de Patrick Henry de solo tres años antes, el sentimiento que De Kalb percibió con más frecuencia fue el de resignación. A su vuelta, en su informe a Choiseul explicaba que, en efecto, los residentes de las colonias estaban furiosos por las Leyes de Townshend, resentidos por tener que alojar soldados en sus pueblos y ciudades y descontentos por las severas restricciones a la circulación de dinero y por las limitaciones al comercio que reducían sus beneficios: todo aquello podría dar lugar a un levantamiento. «Es indudable que este país se liberará en algún momento dado»,59 especulaba, pero seguidamente aguaba las esperanzas que Choiseul tenía de una separación inmediata de la madre patria: dicha revolución solo podría suceder «cuando su población sea superior a la de Gran Bretaña», dentro de muchos años. Más frustrante aún fue su valoración de las posibilidades que tenía Francia de liderar la rebelión. Aunque las colonias no tenían Marina ni arsenales con los que emprender una contienda contra la madre patria, «nunca aceptarían ningún socorro extranjero, el cual les podría parecer sospechoso y que amenazaría a su libertad, sobre todo si viene de Francia; preferirían someterse por un tiempo al Parlamento inglés».
Johann von Kalb (1721-1780). Óleo sobre lienzo (1780) de Charles Willson Peale (1741-1827).
Choiseul, que había esperado recibir noticias de una próxima posibilidad de lucha revolucionaria liderada por Francia, no encajó bien el informe enviado por De Kalb, se negó a recibirlo a su regreso de América y le negó un ascenso ansiado por largo tiempo. Aquel informe no solo contravenía los meticulosos planes de Choiseul para fomentar una insurrección en Norteamérica: tampoco coincidía con los reportes previos de sus espías. Lo cierto es que De Kalb trasladó un sentimiento real que los anteriores agentes no habían advertido o que habían omitido a propósito; por mucho que los colonos odiaran el continuo bombardeo de impuestos y restricciones al comercio, muchos estaban aún orgullosos de ser parte del gran Imperio británico y pensaban que aquella «disputa familiar» se podía resolver con equidad. En las colonias americanas, el sentimiento de fidelidad no se amoldaba tan bien a las fronteras como parecía suceder en Europa. Choiseul, que dominaba a la perfección el tablero de ajedrez europeo, apenas comenzaba por entonces a comprender hasta qué punto iba a resultar más complicada la partida en Norteamérica.
INFORMANTES ESPAÑOLES EN LAS COLONIAS
Cada mes la partida se iba complicando más, a medida que quedaban claras las repercusiones del Tratado de París. Debido al cambio de dueño de tanto territorio, tuvieron lugar grandes desplazamientos entre las poblaciones británica, francesa y española. Desde 1763 hasta el comienzo de la Guerra de Independencia de Estados Unidos, Norteamérica fue un subcontinente en movimiento.60 El número de inmigrantes procedentes de distintos lugares de Europa –Gran Bretaña, Irlanda, los territorios alemanes– alcanzaba cifras máximas, atraídos por la promesa de tierra, recursos y una relativa paz. Terratenientes como George Washington presionaron al gobierno británico para que abriera más territorios occidentales a la creación de nuevos asentamientos. El gabinete respondió moviendo las fronteras de las colonias bastante más allá de la Línea de Proclamación, cada vez más cerca del río Misisipi, y avasallaba poco a poco los territorios de los nativos americanos.
Más al sur, los esfuerzos británicos para poblar las dos colonias de la Florida tuvieron resultados más decepcionantes.61 España había entregado la Florida a Gran Bretaña y esta había dividido el territorio entre Florida Oriental (la península, básicamente, con capital en San Agustín) y Florida Occidental (desde el actual Mango de Florida [Florida Panhandle] hasta el Misisipi, con capital en Pensacola*****). Aunque se permitió a los habitantes españoles permanecer allí y la práctica del catolicismo, la inmensa mayoría optó por emigrar a México y a Cuba. El gobierno británico otorgó concesiones de tierra para animar a la creación de asentamientos como medida de defensa frente a los territorios españoles adyacentes, pero apenas consiguió atraer a unos pocos miles de inmigrantes a cada colonia.
A diferencia de lo sucedido en la Florida, la población de Canadá prefirió en su mayoría quedarse y vivir bajo el dominio británico, aunque continuó habiendo fricciones entre su catolicismo y las políticas oficiales de la Iglesia anglicana.62 Sin embargo, una minoría significativa de canadienses optó por mudarse a Luisiana. Dicha migración había comenzado durante la Guerra de los Siete Años, con la expulsión de los acadios de sus tierras. La Luisiana española, con capital en Nueva Orleans, era un enorme territorio cuyo tamaño duplicaba el de las trece colonias británicas. El nuevo gobernador español, Antonio de Ulloa, veía en los franceses un sólido parapeto frente al avasallamiento territorial británico que se acercaba ya a las orillas del Misisipi, por tanto, estimuló dicha migración mediante la concesión de tierras y ayuda al transporte. San Luis, por ejemplo, se fundó en 1764 como ciudad gala en territorio español.
La ocupación británica de Florida y su avance continuo hacia el oeste, hacia el río Misisipi, constituía una amenaza estratégica para el control español de la región. En Madrid, el ministro principal, Jerónimo Grimaldi, igual que su análogo Choiseul, dependía de una red de informantes para mantenerse al tanto de las actividades británicas en América. Sin embargo, le preocupaba mucho más la posibilidad de ataques por sorpresa sobre Nueva Orleans y Luisiana que fomentar la revolución en los territorios británicos. En parte, esta preocupación se debía a que los primeros años de dominio español sobre la Luisiana estuvieron trufados de problemas políticos que aumentaron la vulnerabilidad de la colonia. El primer gobernador, Ulloa, era más un científico que un administrador y fue expulsado a la fuerza durante una rebelión contra la autoridad española. Lo reemplazó Alejandro O’Reilly, nacido en Irlanda, que sofocó de forma brutal la revuelta. En 1770, un nuevo gobernador, Luis de Unzaga y Amézaga, llevó, por fin, la colonia a cierto grado de estabilidad.
Unzaga estaba a las órdenes de Antonio María de Bucareli y Ursúa, capitán general de Cuba y la mayor autoridad militar y civil en el área norte del Caribe y del golfo de México. Juntos crearon una red de agentes que informaba de forma clandestina de los puertos, fortificaciones, guarniciones militares y movimientos navales británicos.63 No se trataba de verdaderos agentes profesionales, sino más bien de pescadores, comerciantes y clérigos que podían entrar y salir de los territorios británicos sin llamar la atención. Los reportes que llegaban a Nueva Orleans y La Habana se reunían y se enviaban a Madrid y ayudaron a conformar la política española de vigilante neutralidad hacia Gran Bretaña durante la década posterior al