Tanto Choiseul como Grimaldi sabían que harían falta cinco años o más para que ambas Marinas recuperaran una capacidad ofensiva creíble ante la flota británica. Por ello, emprendieron de forma simultánea dos proyectos: en primer lugar, conseguir la información necesaria; segundo, la creación de una armada borbónica unificada. Mientras tanto, aparentarían ante los británicos que solo deseaban la paz.
Por su parte, el gobierno británico no se hacía falsas ilusiones. Las primeras instrucciones al conde de Hertford, que sucedió a Bedford como embajador en Francia, pedían:
[…] enviadnos información constante de cada paso que se dé en Francia que pueda tender a reforzar la fuerza militar del Reino, y en especial en lo que concierne al agrandamiento de su marina […] Sin duda, os harán sentidas declaraciones de su amor por la paz y su deseo de perpetuarla sobre la base del acuerdo actual, pero […] no es fácil creer que la Corte de Francia, y también la de España, no tengan el pensamiento de alcanzar un estado que las permita, en su momento, recuperar las posesiones perdidas y reparar la reputación de sus armas. Y aunque su capacidad para poner en práctica esos planteamientos pueda necesitar aún bastante tiempo, nos corresponde de todas formas estar en guardia y vigilar cualquier movimiento que vaya en esa peligrosa dirección.36
Es por ello que, desde que comenzaron a llegar espías franceses a Gran Bretaña para obtener información vital de la flota británica y los lugares posibles de desembarco, lo hicieron bajo la atenta vigilancia de los británicos. En 1764, Choiseul envió a un joven cadete de la Marina, Henri Fulque, chevalier d’Oraison, a que entrara en las bases navales británicas de Plymouth y Portsmouth y también en los astilleros del Támesis. Este más tarde alardearía: «Todo está cerrado para los civiles y los extranjeros, pero soy la prueba de que su vigilancia no es infalible».37 Informó del número y tipo de barcos que se estaban reparando o en construcción y de innovaciones técnicas que, tal vez, podían dar ventaja en la batalla a los buques británicos.
En el mismo momento en que D’Oraison visitaba los astilleros, espías militares inspeccionaban el paisaje inglés en busca de lugares de desembarco y rutas de avance para la invasión.38 Jean-Charles-Adolphe Grand de Blairfindy, un oficial escocés al servicio de Francia, demostró un agudo sentido histórico en la ocasión en que recomendó una población de Kent como el lugar ideal para el desembarco: «Es en Deal donde Julio César, tras haber sido rechazado en Dover, desembarca su ejército cuando conquista Inglaterra».39 Otro oficial del Ejército, Pierre-François de Béville, recomendó atacar Portsmouth para inutilizar la flota enemiga y luego proseguir hacia Londres.
A espaldas de Choiseul, también otros espías galos investigaban en Inglaterra los mejores lugares para una invasión. La razón por la que Choiseul, uno de los ministros mejor informados de Francia, desconociera la actividad de estos agentes era que formaban parte de la red secreta de Luis XV, el Secret du Roi [Secreto del Rey].40 El monarca la había creado veinte años antes con el fin de obtener de forma subrepticia el trono de Polonia para su primo Louis-François, príncipe de Conti. El rey puenteó a su ministro de Exteriores y envió órdenes clandestinas directamente a sus embajadores en países como Suecia, Polonia y al Imperio otomano, con la intención de obtener apoyo político en favor de su primo. Aunque este subterfugio no le consiguió el trono a Conti, Luis XV mantuvo el Secret du Roi y lo agrandó, de modo que, al poco, ya enviaba órdenes y obtenía información de más de dos docenas de embajadores y funcionarios de las embajadas, al tiempo que mantenía a sus ministros de Exteriores en la ignorancia de todo aquello. El resultado fue que, en aquel momento, operaban de facto dos políticas exteriores, la primera dirigida por el secretario de Estado de Asuntos Exteriores y la segunda por el rey. Los embajadores y funcionarios recibían órdenes contradictorias de Versalles y a la vez dependían de agentes clandestinos de lealtad a menudo dudosa. El resultado fue que el Secret du Roi tuvo un efecto corrosivo y, a la postre, destructivo.
Charles-François de Broglie, que había servido como embajador en Gran Bretaña y como general durante la Guerra de los Siete Años, era el miembro del Secret en quien más confiaba Luis XV. De Broglie (pronunciado debroi; y cuyo apellido italiano original, Broglio, significa «engaño») sabía que, una vez que se firmara el Tratado de París, el embajador, el duque de Nivernais, regresaría de Londres y su cargo lo asumiría el encargado de negocios, Charles de Beaumont, chevalier d’Éon y también miembro del Secret. De Broglie, como Choiseul, tuvo igualmente la idea de planear una futura invasión de Inglaterra, pero, en su caso, los espías trabajarían desde la embajada gala en Londres.41 Luis XV dio su visto bueno al proyecto en 1756, pero no informó del mismo a Choiseul.
De Broglie envió a Gran Bretaña a uno de sus antiguos oficiales de ingenieros del ejército, Louis-François Carlet de La Rozière, quien, a su vez, se sirvió de una red propia de espías y pagó a informantes británicos para que confeccionaran mapas de posibles lugares de desembarco. La Rozière hizo dibujos detallados y tomó notas de más de 150 kilómetros de la costa y de las rutas de acceso a Londres, los cuales enviaba a De Broglie a través de D’Éon. Aunque el plan de invasión se tenía que mantener secreto, no fuera a ser que los británicos lo descubrieran y lo emplearan como excusa para lanzar un ataque preventivo, D’Éon conservó copias de dicha correspondencia. Al mismo tiempo, comenzó a amistarse con la aristocracia británica, a la que ofrecía fastuosas fiestas a costa de la embajada francesa. Además, empezó a vestirse de mujer. De Broglie pasó por alto el comportamiento de D’Éon, cada vez más disparatado, sin dejar de insistirle a Luis XV que pusiera en práctica los planes de invasión. En 1768, después de años de falta de una respuesta positiva del rey, De Broglie obtuvo el permiso para contactar con Choiseul y enviarle sus informes, que se habían obtenido con tanto esfuerzo, y este incorporó sin dilación los planes de De Broglie a los suyos propios.42
La primera parte del proyecto de invasión –obtener la información necesaria– estaba ya casi ultimada y la segunda –crear una flota borbónica unificada– ya estaba bastante avanzada. A principios de 1763, Francia solo tenía cuarenta y cinco navíos de línea (grandes barcos de guerra capaces de aguantar en la línea de batalla que se formaba al enfrentarse con las escuadras enemigas),43 y España, por su parte, apenas treinta y siete, una cantidad que aún quedaba lejos de la cifra necesaria. La tesorería gala estaba muy endeudada tras la guerra –la porción de los ingresos que se empleaba en el pago de la deuda se había duplicado hasta llegar al 60 por ciento–.44 En un primer momento, Choiseul tuvo que depender casi en exclusiva de un programa que había instituido durante la guerra, denominado don des vaisseaux [donación de barcos]. Se animaba a individuos, pueblos y ciudades enteras a que donaran dinero para construir y equipar buques de guerra. Por este método se obtuvo más de la mitad de los treinta nuevos navíos que se incorporaron a la flota a lo largo de siete años. El enorme Ville de Paris, de 90 cañones, que se convirtió en uno de los buques insignia de la flota francesa, recibió el nombre de la ciudad que pagó su construcción. España iba más despacio: en el mismo periodo solo construyó ocho.
Tanto Choiseul como Grimaldi sabían que la mera construcción de barcos no era suficiente para derrotar a la Marina inglesa, dado el penoso desempeño de las flotas borbónicas. Era necesaria una completa reforma e integración de las Marinas a ambos bandos de los Pirineos. En una de sus últimas actuaciones oficiales antes de volver a intercambiarse el puesto