El siglo de los dictadores. Olivier Guez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Olivier Guez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Изобразительное искусство, фотография
Год издания: 0
isbn: 9789500211079
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      Entierro y moraleja de la fábula

      Tan cínico como su mentor, Stalin se dedicó a organizar un funeral grandioso y mandó embalsamar su cuerpo para exhibirlo en un mausoleo sobre la plaza Roja, para ser adorado por los pueblos de la Unión Soviética y los comunistas de todo el mundo. Lenin había muerto y Stalin inauguró su culto –al que asoció su propia persona–, que deslumbraría al siglo XX. Sobre todo cuando en 1956 Nikita Jruschov hizo caer de su pedestal al “malvado” Stalin para honrar mejor al “buen” Lenin. Sin embargo, el discípulo no había hecho más que perpetuar a su maestro.

      Bibliografía

      Alain Besançon, Les origines intellectuelles du léninisme, Calmann-Lévy, 1977.

      Stéphane Courtois (dir.), Dictionnaire du communisme, Larousse, 2007.

      —, Lénine, l’inventeur du totalitarisme, Perrin, 2017.

      Yolène Dilas-Rocherieux, L’Utopie ou la memoire du futur. De Thomas More à Lénine, le rêve d’une autre société, Robert Laffont, 2000.

      Orlando Figes, La Révolution russe, 1891-1924. La tragédie d’un peuple, Denoël, 2007.

      Richard Pipes, The Unknown Lenin: From the Secret Archive, Yale University Press, 1996.

      Robert Service, Lénine, Perrin, 2012.

      Nikolaï Tchernychevski, Que faire? Les hommes nouveaux, prefacio de Yolène Dilas-Rocherieux, Éditions des Syrtes, 2000.

      Dimitri Volkogonov, Le vrai Lénine, Robert Laffont, 1995.

      Nicolas Werth, “Un pouvoir contre son peuple”, en S. Courtois, N. Werth et alii, Le Livre noir du communisme. Crimes, terreur et répression, Robert Laffont, 1997.

      2

      Mussolini, del rojo al negro

       Frédéric Le Moal

      Benito Mussolini conserva aún hoy una parte de misterio, a pesar de las innumerables biografías dedicadas a él. ¿Quién puede afirmar que conoce totalmente los resortes íntimos de este hombre lleno de aparentes contradicciones? Fue al mismo tiempo un hombre brutal, aunque sin crueldad, un padre de familia sentimental y un amante desordenado, un socialista nacionalista y un revolucionario anticomunista, un líder político tímido, con un carisma que electrizaba a las multitudes, un dirigente pragmático, enceguecido por su propia leyenda, un hombre de letras cultivado y un tirano que soñaba con moldear la naturaleza humana como si fuera masilla, el amo de un régimen totalitario rodeado de contrapoderes. En verdad, había en él una sola coherencia: el sueño de remodelar a los italianos e inculcarles la cultura de esa violencia que definía como moral, sagrada y necesaria, y que terminó por sumergirlo a él, junto con sus últimos fieles, en la bacanal de la plaza Loreto.

      Socialista, luego fascista, pero siempre revolucionario

      Mussolini, nacido el 29 de julio de 1883 en Dovia di Predappio, fue, ante todo, un producto de la Romaña roja y anticlerical, hijo de un herrero anarquizante y garibaldino y de una maestra piadosa, educado en los ideales del socialismo. Fue un niño colérico, violento y desobediente, que se hizo maestro, prefirió el exilio en Suiza antes que el servicio militar en Italia, conoció diferentes prisiones por su militancia socialista, ascendió los peldaños del Partido Socialista Italiano (PSI) y en 1912 dirigió el diario principal del Partido, el Avanti!, en el que lanzó los más terribles ataques contra los reformistas dispuestos a acordar con los gobiernos burgueses. Muy pronto, se convirtió en el ídolo de los jóvenes militantes fascinados por su carisma. La Primera Guerra Mundial constituyó una ruptura fundamental en su vida. Lo propulsó hacia su destino, alejándolo del PSI, pero –y esto es absolutamente capital para entender lo que siguió– sin un rechazo profundo. Se deslizó hacia otra forma de socialismo, vinculado al nacionalismo.

      Como el resto de la élite italiana, se vio arrastrado al violento debate provocado por la proclamación de la neutralidad del país el 3 agosto de 1914: ¿había que quedarse en esa posición confortable, poco gloriosa, pero útil para conseguir determinadas ventajas o intervenir en la furiosa pelea que ya ensangrentaba a Europa? Al principio, Mussolini siguió la línea neutralista del PSI, pero muy pronto se alejó de ella. La guerra era la oportunidad de hacer la revolución, de derribar los tronos, de trastocar el orden social tradicional. No había que dejarla pasar. ¡Entonces, era el momento de atacar a los imperios centrales y a la Francia republicana! Pero su partido no estaba de acuerdo. Se produjeron debates de una inusual aspereza. Mussolini perdió rápidamente la dirección del Avanti! y fundó en noviembre de 1914 su propio diario, Il Popolo d’Italia, desde el cual impulsó al gobierno a unirse a la Triple Entente para honrar el encuentro de Italia con su destino.

      La batalla fue dura para el joven líder, que perdió su sólida posi­ción en el seno del socialismo italiano con su expulsión del PSI el 24 de noviembre de 1914. Pero eso no impidió que siguiera siendo socialista y concentrara sus esfuerzos en convencer a sus camaradas de que estaban equivocados. “Hoy es la guerra; mañana, la revolución”: ese era su credo. ¿El enemigo? Los austríacos, por supuesto, que durante mucho tiempo habían dominado su patria, pero también el ex presidente del Consejo Giovanni Giolitti y sus maniobras dilatorias para salvar la neutralidad. Poco a poco, se operó un deslizamiento semántico. El término “pueblo” reemplazó al de “proletariado”, pero el enemigo seguía siendo el mismo: la burguesía cobarde, que rechazaba la gran confrontación necesaria para el advenimiento de un mundo nuevo.

      El poder a la medida de una marcha

      Otros combates lo esperaban después de la victoria: rechazar esa “victoria mutilada”, impuesta a Roma por sus aliados, que le disputaban una parte de las tierras prometidas en 1915, combatir al régimen liberal en el poder, tan incapaz de preservar la herencia de la guerra como de proteger al país del espectro del comunismo, que amenaza­ba con llevar a Europa a la revolución permanente. En una palabra, había que salvar a Italia.