El siglo de los dictadores. Olivier Guez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Olivier Guez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Изобразительное искусство, фотография
Год издания: 0
isbn: 9789500211079
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Lenin proclamaba además: “Lo que necesitamos es una organización militar de agentes”: definiría esto en 1920 como el “centralismo democrático”, una “disciplina casi militar”. Pero ese modelo de partido estaba en las antípodas de los partidos socialistas europeos: a través de las elecciones, sus municipalidades, sindicatos y cooperativas, esos partidos representaban los intereses de los obreros y las clases populares. El grupúsculo leninista, en cambio, solo defendía sus propios intereses: la toma del poder y su conservación, con la dirección de un líder revolucionario y sus seguidores, deseosos de aplicar la doctrina de Marx, es decir, la destrucción mediante la violencia de la sociedad “burguesa”, la supresión de la propiedad privada, la instauración de una economía planificada y la represión a los opositores. Este divorcio anunciado de una sociedad plural mostraba ya la crueldad con la que Lenin conduciría a Rusia después de 1917. Al afirmar que “el partido se fortalece depurándose”, reivindicaba incluso la eliminación política y luego física del “miembro indigno”. De este modo, se establecía el principio y la legitimación del crimen político-ideológico, característicos del Partido-Estado totalitario comunista. Por otra parte, insistía en que el programa del POSDR debía definir al futuro poder socialista como la “dictadura del proletariado”. ¡Ya la dictadura!

      Lenin preparó activamente el II Congreso del POSDR para que los “iskristas” tomaran su dirección. En un primer momento, todo estuvo bien: sus insultos y sus maniobras hicieron huir a los disidentes. Pero pronto se enardeció la batalla entre los bolcheviques –“mayoritarios” pro-Lenin, para quienes el miembro del partido debía dedicarle toda su vida– y los mencheviques –“minoritarios” pro-Mártov, para quienes el partido debía abrirse a simpatizantes y aliados. La idea de Lenin era: “¡Mayoría un día, mayoría siempre!”. Sin embargo, su cinismo era tan grande que uno de sus jóvenes seguidores, León Trotski, lo denunció como un nuevo Robespierre, para quien el partido era el “aparato administrativo que debía gobernar la república de la ‘Virtud’ ortodoxa y del ‘Terror’ centralista”. Y pronto, muchos bolcheviques abandonaron la nave leninista, cuyo jefe se encontró muy aislado al frente de una minúscula fracción.

      Aunque no desempeñó ningún papel en las revueltas que sacudieron a Rusia en 1905, Lenin se inspiró en ellas para privilegiar la idea de una revolución en medio de una guerra civil, insurrecciones campesinas y levantamientos de soldados y de marinos. Cuando regresó al país por algunos meses a fines de 1905, conoció allí a la joven generación revolucionaria, hombres de acción que fueron sus seguidores. Entre ellos, un tal Iósif Dzhugashvili, ya conocido bajo el seudónimo de Stalin: luego, Lenin lo apodaría “el maravilloso georgiano” y lo recomendaría para el Comité Central de la fracción bolchevique del POSDR, recreada en 1912 en Praga.

      La “divina” sorpresa

      El 1º de agosto de 1914, estalló la Primera Guerra Mundial. Lenin, instalado en ese momento cerca de Zakopane, en la parte polaca de Austria-Hungría, y no la había visto venir, fue detenido como ciudadano ruso y, por lo tanto, enemigo. Si hubiera permanecido hasta 1918 en un campo de prisioneros, nunca se habría vuelto a oír de él. Pero los socialistas austríacos lo hicieron liberar una semana más tarde y huyó a Suiza, donde la guerra se revelaría como una “divina sorpresa”. En un primer momento, Lenin asistió alarmado al desmoronamiento de la doctrina marxista: en vez de manifestar su solidaridad contra la guerra, según el eslogan de Marx: “Proletarios de todos los países, uníos”, los socialistas europeos se unieron a sus propios gobiernos en el seno de la Unión Sagrada. El sentimiento nacional y patriótico primó por sobre el principio de clase. Furioso, Lenin extrajo dos conclusiones: por un lado, la Segunda Internacional –socialista– había traicionado y por lo tanto era preciso crear una Tercera, esta vez comunista; por otro lado, había que aprovechar el hecho de que millones de hombres estuvieran en armas para llamarlos a “transformar la guerra imperialista en guerra civil”, de la que saldría la revolución comunista. Mientras tanto, refugiado en Zúrich, alejado de Rusia, vivía en la pobreza y deprimido. En enero de 1917, llegó a declarar: “Nosotros, los viejos, quizá no veamos las luchas decisivas de la revolución inminente”.

      Pero el 15 de marzo, llegó la noticia más inesperada: la abdicación del zar Nicolás II, que provocó el desplome del régimen y abrió una crisis mayor. Su odio por los Romanov, su profundo resentimiento contra la sociedad “burguesa”, en la que no había podido encontrar su lugar, y su pasión revolucionaria eran tan grandes que, para volver a Rusia, Lenin no dudó en apelar a los servicios secretos alemanes, que se sintieron felices de fletarle al enemigo a ese agitador acompañado por decenas de “camaradas”.

      Después de atravesar Alemania y luego Suecia en un tren especial despachado por el Reich, Uliánov llegó a Petrogrado el 17 de abril y lanzó de inmediato una violenta campaña contra el gobierno provisional y contra el Sóviet de Petrogrado, de mayoría menchevique y socialista-revolucionaria. Llamó a la fraternización en el frente, a la toma del poder por una república de los sóviets y a la nacionalización de las tierras, mientras que los bolcheviques crearon su milicia armada, los guardias rojos. Al principio, todos se burlaban de él, pero pronto aprovechó un desastre militar del ejército ruso para intentar una toma de armas en Petrogrado, los días 17 y 18 de julio. Resultó un fracaso: el Partido Bolchevique fue reprimido, Lenin huyó a Finlandia y luego desapareció en la clandestinidad.

      Su futuro político parecía haberse arruinado. Sin embargo, la crisis revolucionaria se convirtió en anarquía, en el ejército, en las fábricas, en el campo y entre las nacionalidades no rusas ávidas de conquistar su independencia. A mediados de septiembre, el jefe de gobierno, Alexándr Kérenski, celoso del jefe del estado mayor Kornílov, planeó un falso golpe de Estado contrarrevolucionario y repuso a los bolcheviques. Proclamó la república, legitimada por la elección por sufragio universal de una Asamblea Constituyente realizada el 25 de noviembre, pero Lenin no estaba conforme. Debía tomar imperativamente el poder antes de esa fecha: le ordenó a su partido que preparara la toma de armas decisiva, según el modelo del famoso revolucionario francés Auguste Blanqui.

      La “dictadura del proletariado”

      Durante la noche del 6 de noviembre, 6000 guardias rojos y los marinos amotinados de la base naval de Kronstadt ocuparon Petrogrado. El 7 a la mañana, Lenin proclamó el poder de los bolcheviques con un Consejo de Comisarios del Pueblo –Sovnarkom– que presidía. Instauró la “dictadura del proletariado”: “La dictadura es un poder que se apoya directamente en la violencia y no está sometido a ley alguna. La dictadura revolucionaria del proletariado es un poder conquistado y mantenido mediante la violencia que el proletariado ejerce sobre la burguesía, un poder que no está sometido a ley alguna”. En realidad, un partido único que pronto fue rebautizado “comunista” –en referencia a la doctrina radical del Manifiesto del Partido Comunista de Marx de 1848– se apoderó del Estado y sentó las bases del régimen totalitario. Y la “dictadura del proletariado” no fue más que la dictadura de ese partido.

      El Sovnarkom publicó inmediatamente un decreto sobre la paz, que llamaba a detener los combates, y un decreto sobre la tierra, que apoyaba la toma de propiedades por parte de los campesinos. Lenin provocó la ruina de los dueños y las clases medias al anular los préstamos zaristas e incautar en los bancos el contenido de las cajas de seguridad de los particulares. Instauró una economía administrada y planificada, y no toleró ninguna oposición. Le declaró la guerra a Ucrania, que aspiraba a la independencia, y el 20 de diciembre creó la Checa –Comisión Extraordinaria de Lucha contra la Contrarrevolución, la especulación y el sabotaje, que luego sería se llamaría GPU, NKVD y KGB–, el órgano del terror de masas utilizado como medio principal de gobierno. Nombró como su jefe a Félix Dzerzhinski, “nuestro Fouquier-Tinville” (el fiscal del Tribunal Revolucionario que, de abril de 1793 a julio de 1794, envió a 2500 personas a la guillotina). La Checa, brazo armado del Partido, que actuaba con total impunidad, llegó a tener hasta 280.000 hombres en 1921 y desempeñó un papel decisivo en el transcurso de la guerra civil y, más tarde, en el mantenimiento de los comunistas en el poder.

      Sin embargo, el jefe bolchevique no pudo impedir que se reuniera, el 18