El siglo de los dictadores. Olivier Guez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Olivier Guez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Изобразительное искусство, фотография
Год издания: 0
isbn: 9789500211079
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nada”. De hecho, en el verano de 1921 el Politburó le ordenó tomarse unas largas vacaciones. A principios de 1922, estaba burn-out, bajo el efecto de un intenso estrés. Incapaz de asistir a las reuniones, reposaba en sus habitaciones o en el campo.

      Sin embargo, se resistía a descansar. Del 10 de abril al 19 de mayo de 1922, se reunió en Génova una conferencia internacional encargada de restablecer los circuitos monetario, financiero y económico. Invita­ron allí a la Rusia bolchevique y Lenin aprovechó para negociar con la República de Weimar un tratado de reconocimiento mutuo. Al hacerse público en Rapallo el 16 de abril, ese tratado le permitió sentar las bases de una cooperación militar secreta con la Reichswehr, que, contra las cláusulas del Tratado de Versalles, reconstruiría clandestinamente en la Unión Soviética su poder –formación de sus oficiales, experimentación de nuevos materiales (tanques, cazabombarderos, paracaídas) y nuevas tácticas ofensivas –, y esto le permitiría vencer a Polonia y a Francia en 1939-1940…, antes de volverse contra Moscú en 1941. Lenin logró torpedear así el Tratado de Versalles y “exacerbar las contradicciones interimperialistas”. Una maniobra extraordinaria: ya no estaba solo y había logrado romper el frente de potencias que estaba en su contra.

      Valiéndose de este éxito, decidió liquidar los últimos polos de resistencia y, en primer lugar, a la Iglesia ortodoxa. Un decreto del 26 de febrero de 1922 ordenó la “confiscación inmediata en las iglesias de todos los objetos valiosos de oro o plata y de todas las piedras preciosas, que no sirvan directamente para el culto”. Con un formidable cinismo, Lenin utilizó el pretexto de la hambruna para arruinar a la Iglesia, tratando de vender sus bienes en el exterior para restablecer las finanzas del país. Estas operaciones de confiscación provocaron muchos incidentes con los fieles. Como reacción, el 19 de marzo, Uliánov le impartió sus órdenes al Politburó: “Estrictamente secreto. […] Tene­mos noventa y nueve por ciento de probabilidades de asestarle un golpe mortal al enemigo en la cabeza con un éxito total, y de garantizarnos posiciones esenciales para nosotros en las próximas décadas. Con todas esas personas hambrientas que se alimentan con carne humana, con los caminos llenos de centenares, de miles de cadáveres, ahora y solo ahora podemos (y por lo tanto, debemos) confiscar los bienes de la Iglesia con una energía feroz, despiadada. […] Todo indica que no alcanzaremos nuestros objetivos en otro momento, porque solo la desesperación generada por el hambre puede provocar una actitud benévola, o por lo menos neutra, de las masas hacia nosotros”. Inme­diatamente después, miles de sacerdotes, monjes y monjas fueron asesinados por la Checa.

      Últimas crueldades

      El 25 de mayo de 1922, a los cincuenta y dos años, Lenin sufrió un ataque cerebral. A partir de ese momento, su comportamiento estuvo guiado por la angustia de desaparecer antes de haber liquidado a sus últimos enemigos: los socialistas-revolucionarios (S-R) y los intelectuales. Para organizar el juicio contra los líderes S-R, era necesario elaborar un código penal ad hoc y se dedicó a eso: “Creo que lo esencial está claro. Hay que establecer abiertamente el principio, justo en lo político –y no solamente en términos estrictamente jurídicos–, que motiva la esencia y la justificación del terror, su necesidad y sus límites. El tribunal no debe suprimir el terror: decir esto sería mentir o mentirse. Debe fundamentarlo, legalizarlo en los principios, claramente, sin hacer trampas, ni disfrazar la verdad. La formulación debe ser lo más abierta posible, porque solo la conciencia legal revolucionaria y la conciencia revolucionaria crean las condiciones de aplicación en los hechos”. Ese “código” fue redactado en pocos días y definía como crimen contrarrevolucionario todo acto “tendiente a abatir o a de­bilitar el poder”. El juicio a los S-R se llevó a cabo del 6 de junio al 7 de agosto de 1922: fue el primer gran proceso-espectáculo trucado de la era comunista y terminó con once condenas a muerte de revolucionarios muy conocidos. Stalin también se inspiró en estos juicios.

      Luego, Lenin atacó a los intelectuales. El 6 de junio se creó el Glavlit –la Dirección Central encargada de los asuntos de la literatura y la prensa–, que legalizó la censura sobre todas las publicaciones du­rante tres cuartos de siglo. Celoso de las verdaderas personalidades científicas, Lenin exigió que se preparara su expulsión y elaboró su lista de indeseables: profesores universitarios, arqueólogos, físicos, ingenieros, escritores y “una lista especial de miembros antisoviéticos de la intelligentsia de Petrogrado”. En la noche del 16 al 17 de agosto, un primer grupo de 160 de ellos, la mayoría, muy conocidos, fueron arrestados: 35 de ellos y sus familias fueron embarcados por la fuerza el 29 de septiembre en un navío y enviados sin aviso a un puerto prusiano. Solo pudieron llevar un poco de ropa y, crueldad suprema, confiscaron sus libros y sus archivos. Además, los obligaron a firmar un documento que estipulaba que, en caso de regresar a la Unión Soviética, serían inmediatamente fusilados.

      El 13 de noviembre, haciendo un enorme esfuerzo, Lenin pronunció su último discurso público. Luego, entre el 24 de noviembre y el 2 de diciembre, sufrió cinco ataques cerebrales. El estado desastroso del líder bolchevique concordaba con una Rusia exangüe. A los 2,5 millones de muertos y desaparecidos de la Gran Guerra se agregaron, por la guerra civil y el comunismo de guerra, 2 millones de víctimas de masacres y combates, 5 millones de muertos por hambre, 2 millones de muertos por tifus y 2 millones de emigrados, a menudo provenientes de las élites. La clase obrera, que supuestamente dirigía la Unión Soviética, quedó reducida a un millón de activos. El verdadero poder estaba en manos de un Partido Comunista que contaba con 750.000 miembros: a fines de la década del 20, nueve de cada diez afiliados no superaban el nivel de la instrucción primaria.

      Final de juego

      El 13 de diciembre, los médicos de Lenin anotaron: “Tiene ataques paralizantes todos los días. Esta mañana sufrió una parálisis en su cama y otra durante su baño. Vladímir Ilich está abatido y consternado por el deterioro de su estado”. El 22 de diciembre, otro ACV lo dejó muy debilitado, hasta el punto de que debió reaprender a hablar y a escribir. Postrado en la cama, solo su cabeza seguía pensando, siempre en política. Pasó revista a sus sucesores y destacó al “camarada Stalin [que], al convertirse en secretario general, ha concentrado en sus manos un poder ilimitado, y no estoy convencido de que pueda seguir ejerciéndolo con bastante circunspección”. ¡Qué confesión sobre la dimensión totalitaria del Partido-Estado, y qué ingenuidad creer que un poder ilimitado pudiera ser manejado “con circunspección”! Luego se ocupó del “camarada Trotski que […] es quizás el hombre más capaz del actual Comité Central. Pero peca por exceso de confianza en sí mismo y un exagerado entusiasmo por el aspecto puramente administrativo de las cosas”. ¡Como si el “exceso de confianza en sí mismo” no hubiera sido desde 1900 la marca misma de Lenin! En cuanto al “aspecto puramente administrativo”, era un concepto realista de la burocratización excesiva que tenía el poder soviético y del que él era el principal responsable.

      El 4 de enero de 1923, dictó: “Stalin es demasiado brutal y ese defecto, perfectamente tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, comunistas, ya no lo es en las funciones de secretario general. Les propongo entonces a los camaradas estudiar una manera para remover a Stalin de ese puesto y nombrar en su lugar a otra persona, que solo debería tener sobre el camarada Stalin la ventaja de ser más tolerante, más leal, más delicado y más atento hacia los camaradas, de humor menos caprichoso, etc.

      ”Estos rasgos pueden parecer solo un ínfimo detalle. Pero a nuestro juicio, para preservarnos de la escisión y teniendo en cuenta lo que escribí más arriba sobre la relación entre Stalin y Trotski, no es un detalle, o bien es uno que puede llegar a tener una importancia decisiva”.

      Mientras que en 1917 llamaba a la guerra civil y en 1918 exigía “personas más duras”, de pronto, Lenin consideraba que su “maravilloso georgiano” era demasiado “brutal”. Sin embargo, esta era la razón por la cual lo había promovido al Comité Central en 1912, luego al Sovnarkom y al Politburó en 1917, y finalmente, en 1922, a la secretaría general. Pero ahora ya no estaba en condiciones de oponerse a su dominio ineludible.

      El 7 de marzo de 1923, un nuevo ataque dejó a Lenin definitivamente fuera de juego: lejos de las estampas embellecidas y las fotos retocadas de la propaganda soviética,