Turbulencias y otras complejidades, tomo I. Carlos Eduardo Maldonado Castañeda. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Carlos Eduardo Maldonado Castañeda
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789587391701
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suceder que, por circunstancias puntuales –¡siempre el azar!–, todo hubiera podido ser diferente; por ejemplo.

      La microhistoria es acaso la más importante contribución para evitar el reduccionismo y el determinismo histórico. Es decir, creer que las cosas solo sucedieron en el modo como tuvieron lugar.

      Hegel, alguien que no podría haber tenido jamás la más mínima conciencia de microhistoria, lo decía, sin embargo, en otro contexto, de forma afortunada. Se trata de ver lo universal de lo singular. “Formular las grandes preguntas con respecto a los lugares pequeños”, como se dice en este campo historiográfico.

      La sociedad y la economía, la historia y la política, por ejemplo, se desempeñan –y se gatillan– en escalas pequeñas. Esas que siempre han sido reconocidas por la ficción. En la base de la historia, siempre, siempre están “las gentes pequeñas” –esos seres anónimos, los marginados, los sin voz, los excluidos, los que nunca han sido protagonistas y ni siquiera antagonistas, los enfermos, los pobres, los necesitados. Que son los que hacen la inmensa base de la vida humana en la tierra–. La diferencia, en el universo, siempre la marca, ulteriormente, el individuo. Las grandes unidades clásicas de la historia –incluidos el Hombre de Acción, el Filósofo, el Sacerdote, o el Científico– son simples abstracciones y desvían siempre la atención de una mirada más fina, más granulada.

      Nacida en la década de los años 1970, en Italia, la microhistoria tiene dos avenidas principales, así: la microhistoria social y la microhistoria cultural. No es necesario, sin embargo, que ambas estén disyuntas.

      Pues bien, es justamente esta mirada más granulada, con una pixelación más fina, la que permite enfocar la atención sobre planos, personajes, actuaciones que normalmente pasarían desapercibidos.

      Existen historias locales, son posibles enfoques microscópicos que no por ello son necesariamente minimalistas, la vida humana está siempre atravesada por contingencias. Pues bien, estos son los temas de interés de la microhistoria. La fragilidad de los acontecimientos, la invisibilidad de los grandes cambios, la luz enceguecedora del anonimato. (Todo ello, hoy, en una época marcada, como sostenía con acierto A. Warhol, en la que cada quien aspira a sus quince minutos de fama, y en los que nadie termina finalmente por marcar las diferencias. Como siempre, las artes se anticipan muchas veces a las ciencias).

      Es indudable que hay personajes, instituciones, decisiones macro que marcan en un momento determinado la historia. Pero es igualmente verdadero que la historia no es en absoluto posible sin esa otra polaridad que es la forma en que hechos intrascendentes se tornan en catalizadores de nuevas dinámicas y estructuras.

      No existe un solo agente, o un solo polo en la historia. Esta es el tejido complejo de texturas, granulaciones, entrelazamientos diversos, todos los cuales van tejiendo, de forma sorpresiva siempre, las épocas, las sociedades, las vidas humanas. La historia es, en suma, ese cruce entre los siglos y los días, entre las décadas y los minutos, entre las grandes instituciones y las callejuelas, los cafés, las bibliotecas o las reuniones episódicas en donde se germinan cosas.

      No sin ironía sostenía con acierto E. Ionescu, el padre de la literatura del absurdo, que la única enseñanza de la historia es que nunca aprendemos de la historia. Lo cual no está para nada distante del reconocimiento de Marx en el 18 Brumario: los seres humanos hacen la historia, pero no siempre la hacen como quisieran. La historia es la expresión más inmediata de la presencia del azar, del tejido delicado de la contingencia. Sí, ese destino que tejen las Parcas –Cloto, Láquesis y Átropos–, del cual ni siquiera los dioses escapan, y es lo que los seres humanos merecen en consonancia con sus propias acciones. Cada quien merece lo que hace, o deja de hacer.

      (Cloto, aquella que hilaba la vida en la rueca y el huso; Láquesis, que medía con una vara la longitud del hilo de la vida; y Átropos, que era quien cortaba el hilo mismo de la vida. Solo que las tres nunca dejaron de existir y aún hacen lo suyo, de consuno, en algún lugar más allá del tiempo y el espacio. A donde los hombres solo pueden llegar en los sueños, por ejemplo).

      No es, pues, la acción colectiva la única que define el tiempo y los acontecimientos; también cuenta la experiencia singular. En realidad, es la escala micro la que engendra la escala macro, pero es el tejido de ambas la que define el destino de los pueblos y los individuos.

      La historia es el tejido complejo de hebras, texturas, densidades y granulaciones de escalas distintas que van marcando el destino humano: ese destino que se hace en el día a día, pero que se plasma, acaso, en última instancia, en la mirada general de los mapas. Pero sí, los mapas no son jamás, la geografía.

      James R. Flynn (1934) es un psicólogo neozelandés que publica, sobre la base de grandes observaciones acumuladas, dos artículos en 1998 y 1999 en los que muestra una hipótesis singular: desde 1930 hasta hoy ha habido un crecimiento de la inteligencia humana de manera sostenida.

      Desde luego que las bases de sus estudios pueden dar lugar a numerosas críticas, como ha sido en efecto el caso. Notablemente a partir de la medición de la inteligencia en términos del coeficiente intelectual. Un tema sobre el cual los propios psicólogos se encuentran lejos de alcanzar un consenso. Pero la tesis se sostiene: de manera consistente ha habido un aumento de la inteligencia humana en el curso del siglo XX y, digamos, lo que va corrido del siglo XXI. Un fenómeno de inmensa envergadura y consecuencias en numerosos ámbitos y planos.

      Esta tesis no es ajena y, por el contrario, es perfectamente complementaria con el trabajo que en otro plano lleva a cabo S. Pinker (1954), un cognitivista canadiense, en un texto único: The Better Angels of Nature: Why Violence Has Declined (2012), y que ha sido traducido al español con el título Los ángeles que llevamos dentro: el declive de la violencia y sus implicaciones. Sencillamente, la violencia ha disminuido y hemos ganado ampliamente en moralidad, eticidad y humanidad.

      Clara y concomitantemente, entre Flynn y Pinker, los seres humanos parecemos habernos vuelto mucho más inteligentes y, al mismo tiempo, moralmente mejores. Una dúplice tesis con una holgada atmósfera de optimismo. Una dúplice tesis que parece denostar contra los mensajes negativos, pesimistas y guerreristas de los grandes medios de comunicación. Un malestar en la cultura perfectamente orquestado y diseñado, como ya lo mostrara muy bien Z. Bauman.

      Naturalmente que la tesis de Flynn como la de Pinker no debe ser tomada de manera lineal y mecánica. Existen conflictos, actos de violencia y los estúpidos siguen gobernando aquí y allá.

      Caben dos posibilidades: o bien adoptar las tesis provenientes de la psicología y el cognitivismo –dos áreas muy próximas entre sí, por lo demás– como una verdad establecida; lo cual no es indiferente a críticas, escepticismo, comentarios agrios o destemplados. O bien, de otra parte, como indicadores, y entonces aparece una luz nueva, diferente, sobre la historia y la sociedad humana.

      Lo cierto, lo evidente, es que a lo largo de la historia los seres humanos han alcanzado mayores esperanzas y expectativa de vida. Literalmente, hemos ganado, con respecto al pasado, una vida de más. Y es evidente, desde la biología y la ecología, que la longevidad constituye una marca evidente de adaptación (fitness) evolutiva. Y es igualmente incontestable que la ciencia en general y las tecnologías han desempeñado un papel principal en estos logros. Las políticas de salud pública, los avances en farmacología, los progresos en arquitectura e ingeniería civil, por ejemplo. Y es indudable que la educación y la información –por ejemplo, internet, en años recientes– cumplen un papel protagónico al respecto.

      La idea no es que hoy sepamos más que antes. Tampoco es la idea que hoy pensamos más o mejor que antes. Simple y llanamente, se trata del reconocimiento de que nos hemos hecho más inteligentes, y ello confiere manifiestamente una ventaja evolutiva. Al fin y al cabo, una especie que aprende puede adaptarse más fácilmente a los cambios que una especie que no aprende, esto es, especializada. (La especialización es el primer paso para que una especie se torne endémica y en peligro. En todos los campos y sentidos). Pero es seguro que si los seres humanos se han hecho más inteligentes,