Al consultar el pronóstico para el día siguiente prácticamente habíamos decidido pasar un día refugiados en Cariño, pues se anunciaban vientos de 25 nudos del Suroeste (los peores en esta costa) y, además, nuestra derrota era precisamente Suroeste, o sea que los llevaríamos de proa. Por la mañana estábamos muy tranquilos en el barco, dejando pasar el rato, pero ambos nos extrañamos de lo calmado que estaba todo y de que el barómetro estaba demasiado estable. Aventurando que el pronóstico se había equivocado, y con lo poco que nos apetecía pasar el domingo en ese pueblo, cambiamos de planes y decidimos salir a hacer una etapa corta, hasta Cedeira, a 18 millas. Fue la primera imprudencia del viaje y la pagamos cara. Largamos amarras a las 10, con poco viento y dentro de una niebla tan espesa que si hubiéramos sido dibujos animados le habríamos hecho un agujerito con el dedo para mirar a través de la misma. Hasta doblar el Cabo Ortegal nos mantuvimos dignamente, con la mayor en el segundo rizo y ayudados por el motor, dando pantocazos contra un mar de fondo de 2 metros. Pero nada más doblar el cabo se demostró que Windfinder tenía su parte de razón, y fue entrando el Suroeste hasta alcanzar lo previsto. Lo que iba a ser una travesía de 18 millas en 4 horas se transformó en 27 millas en 7 horas, luchando con el motor y la mayor en el 2º rizo, o como pudimos en cada momento, contra ese viento categórico de cara, ese mar de fondo tremendo, y todo ello aderezado con chubascos. Teniendo ya a la vista la ría de Cedeira y viendo el pueblo a 3 millas, nos era imposible hacer rumbo debido al oleaje y al viento que nos hacían derivar hacia el Norte. Estuvimos dando bordos como locos; en los que nos amurábamos a estribor la escora sacaba la hélice del agua con un ruido escandaloso que nos hacía temer por la integridad del motor. En los peores momentos estuvimos considerando dar media vuelta y volver a Cariño de empopada. Al final, con paciencia y perseverancia conseguimos entrar, dando los bordos amurados a babor ayudados por el motor y parándolo en los amurados a estribor. En el último momento la entrada en la ría de Cedeira fue impresionante, pues habíamos derivado tanto que en realidad la abordamos con un ángulo muy distinto del previsto en nuestra derrota inicial. De repente aparecieron delante de la proa unas rocas sumergidas que ese día se veían al romper las olas, pero probablemente con el tiempo en calma pasarían desapercibidas. Son las que forman una restinga en la Punta Chirlateira, a estribor al arrumbar al interior de la ría, que están media milla apartadas de la costa. Pasado el susto, y ya en el interior de la ría, sucedió como ocurre tras los espigones de los puertos, aquello parecía otro mundo de tranquilidad y mar en calma. Doblamos las “Piedras de Media Mar”, unas rocas que velan cerca de la superficie pero ya perfectamente balizadas con una torre de hormigón de peligro aislado (roja y negra) y nos dirigimos directamente al muelle pesquero. Parecía mentira lo que dejábamos atrás.
Para pasar la noche abarloado a un pesquero hay unas normas mínimas de cortesía que se deben respetar. Además de adaptar bien las defensas, conviene hablar con la tripulación del pesquero o alguien en tierra que les conozca para pedirles permiso, aunque se da por hecho que este se concede. En la costa cantábrica se asume que pueden pasarse dos noches libremente en cualquier puerto, tema que, como veremos más adelante, está claro en todas las comunidades autónomas menos en Andalucía. Si no hay nadie a bordo y tampoco en el muelle y se va a abandonar el barco, hay que dejar en sitio visible nuestro teléfono móvil para que puedan localizarnos. Si el pesquero es más grande que el velero (lo más habitual) no es necesario echar amarras a tierra, basta con amarrarse al pesquero. Para nosotros es más cómodo pues no hay que calcular las fluctuaciones de la marea. Pero si los tamaños son similares, hay que amarrarse a tierra para que no aguanten sus amarras el tirón de los dos barcos. En este caso hay que tener cuidado de que con la fluctuación de la marea nuestras amarras no traben las partes delicadas del otro barco, como las antenas, pues podrían arrancarlas. Nunca hay que modificar las amarras del pesquero, y menos aún atarle en corto a una escalera para facilitarnos el desembarco; esto ha sido motivo de accidentes y averías al bajar la marea. Conocimos uno en Suances al que le habían arrancado el pasamanos en bajamar por dejarle amarrado a la escalera. Hay que preguntar a qué hora va a salir a faenar, para estar a bordo y ayudar en la maniobra de salida. Suele ser de madrugada, o sea que hay que estar dispuesto a levantarse muy temprano y, eventualmente, acabar la noche amarrados al muelle donde estaba el pesquero; por eso hay que haber examinado la pared del muelle y saber si es irregular o con columnas verticales, tener dispuesto el tablón por fuera de las defensas. Y, finalmente, al saltar a tierra pasar por el pesquero dejando todo como estaba. Como los pescadores no suelen quedarse a bordo, no es necesario tomar precauciones especiales para no molestarles, como se hace al abarloarse a otro velero (pasar por proa de su palo mayor, para respetar la intimidad de los que están en la bañera y en la cabina).
Después de un día de navegación, apetece dormir bien, sobre todo, si ha sido duro como el que acabamos de contar, así que existe un truco para no tener que madrugar cuando al día siguiente van a salir a faenar. Hay que buscar abarloarse a un barco que tenga pinta de estar averiado, desahuciado, embargado o abandonado. Algunas pistas son comprobar que no lleva redes a bordo, que está especialmente sucio, con las amarras llenas de verdín, o directamente preguntar a alguno de los paseantes por el muelle, que suelen saberlo. En Cedeira elegimos uno cochambroso que, además, no tenía redes. Efectivamente estaba abandonado y por la mañana no nos despertó nadie.
Cedeira es un pueblo bonito y grande, a orillas de una ría, con unas playas preciosas y la desembocadura del río Loira. Lo malo es que no encontramos grifos de agua potable con que rellenar los depósitos, con lo que hay que andar unos 3 kilómetros para llegar al pueblo y, más aún, para encontrar la gasolinera, que se encuentra en las afueras, en la carretera de Ferrol. Con el agotamiento que teníamos no nos sentó muy bien tener que ir a comprar gasolina, y ese día no pudimos cargar agua, pero, a cambio, encontramos varias cafeterías con wifi y esa noche la actualización del blog no nos supuso mucho esfuerzo.
La mañana del día siguiente la dedicamos, antes de salir hacia La Coruña, a algunos bricolajes a bordo. Hubo que colocar todo el zafarrancho del día anterior (en una navegación agitada todo el barco queda patas arriba y mojado), recortamos la driza del génova que daba señales de desgaste cerca del puño de driza de la vela, y sustituimos los cabos de algunas de las defensas. Salimos de Cedeira antes de las 9, por la mañana había sol y poquísimo viento, que aprovechamos para poner a secar todo lo del día anterior. A mediodía salió viento del norte que nos permitió una marcha muy decente en orejas de burro hasta La Coruña, pues en este tramo de costa nuestra derrota era en dirección Suroeste. Por el camino estrenamos la cacea de bonitos que nos preparó Dimas. Estrenarla es un decir, porque no cogimos nada, ya que íbamos muy cerca de tierra. Poco después del Cabo Prior, al menos 8 millas antes de llegar a La Coruña, avistamos el faro de la Torre de Hércules. Es una construcción del siglo I o II, de la época de los romanos, y es el faro en servicio más antiguo del mundo. Su altura es de 68 metros (el segundo más alto de España) y fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Cuando llegamos a La Coruña estaba en labores de mantenimiento, con grúas y equipos de obras alrededor. Al puerto de La Coruña se puede entrar por el Sur o por el Este del Banco Yacentes, una zona de bajos donde rompen las olas con mar gruesa. La entrada Sur es la única recomendada con mal tiempo, pero como hacía un día espléndido y no había casi olas, nosotros entramos por el Este, lo que nos evitó un largo rodeo. No obstante comprobamos que los mercantes, seguramente por una elemental prudencia marinera y porque a ellos estos rodeos no les supone nada, utilizaban