La vuelta a España del Corto Maltés. Álvaro González de Aledo Linos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Álvaro González de Aledo Linos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги о Путешествиях
Год издания: 0
isbn: 9788494202735
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fotos sino para llevar el barco bien encarrilado y que no se clave en la ola anterior ni se atraviese. Aunque nuestra intención inicial era llegar a Ribadeo, por el camino se hizo evidente que estaba muy lejos a pesar de la buena marcha y habríamos llegado a las 21 horas, sin tiempo para llevar el espí a la velería. En efecto, hablamos con Jorge Aguirre, un navegante de Navia al que conocimos a través del foro náutico “La Taberna del Puerto”, que había contactado con una velería local para repararnos el espí en cuanto llegásemos a puerto, pero teníamos que estar allí antes de que cerrase. Por esos motivos cambiamos nuestro destino a Navia, donde llegamos a las 17 h.

      Navia es un puerto situado al fondo de una ría estrecha, a la que se entra entre dos espigones con un banco de arena peligroso, que estaban dragando. El espigón de babor tiene un paseo peatonal elevado sobre pilotes separando una zona de marisma preciosa. Es como un lago interior al que llaman “La Poza”, rodeado de bosques de eucaliptos, y con una senda que permite rodearlo en su totalidad y que, más adelante, recorrimos en bici. Tiene también un pantalán de visitantes gratuito en la orilla de babor de la ría, sin agua ni luz en el propio pantalán pero con un grifo a pocos metros en el muelle. Allí nos esperaba Jorge. Además de encargarse personalmente de llevar a reparar y recoger el espí, compartió con nosotros una tarde por Navia contándonos anécdotas de su vida en Asturias, de la que está enamorado, así como detalles de utilidad práctica para las etapas que nos esperaban. El espinaker quedó aceptablemente bien aunque finalmente la reparación la hizo una empresa de toldos, que no pudo poner el ollao de acero inoxidable del puño de driza por carecer del material y lo resolvió con un parche de cuero. Aunque a partir de entonces, y hasta Vigo, utilizamos el espí sin ese ollao, el parche de cuero que le sustituía aguantó perfectamente.

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      Capítulo 4

      Los primeros puertos gallegos,

       las Rías Altas

      Esta parte del viaje estaba siendo fría, húmeda y un tanto apresurada. Estábamos a finales de mayo pero teníamos que navegar con ropa de invierno (forros polares, ropa interior larga, bluf, gorro de lana, etc.) y muchos días con trajes de aguas. Muchas noches dormíamos con 14 ºC dentro de la cabina, utilizando dos sacos de dormir e incluso los calientamanos de gasolina para calentar el saco. Habíamos quedado con nuestras chicas (Ana y Maribel) en la ría de Vigo para una semana de vacaciones en la primera semana de junio. Desconocíamos qué media de millas seríamos capaces de mantener cada día y si la meteorología nos obligaría a permanecer en algún puerto. Por eso queríamos acelerar, y si luego nos sobraba tiempo ya nos entretendríamos en las islas gallegas. Pero, por otra parte, la rotura del espí parecía recordarnos la fragilidad de un barco pequeño y tan antiguo (28 años). Esta vez se había resuelto bien y rápido y esperábamos que la reparación durase, pero otra avería podría resultar peor y hacernos fallar esa cita. Nos rondaba en la cabeza la idea, bien asimilada, de que el éxito de una larga travesía a vela depende, principalmente, de no forzar y terminar rompiendo el material. Sin ir más lejos, carecer de espí nos restaba 1-2 nudos, y eso en travesías largas es vital.

      La siguiente etapa nos llevaría al puerto de Burela, en Galicia. La salida de Navia fue con una niebla tan espesa que ni haciendo los ojos pequeños llegábamos a ver la orilla de la ría, además, todo el día estuvo nublado, con alguna tormenta con aparato eléctrico y viento flojo predominante del Oeste, que nos obligó a navegar de nuevo a la francesa en un mar invernal, salvo al final de la tarde que roló al Sur y pudimos navegar solo a vela. Con el tiempo tan nublado el panel solar no cargaba suficiente, y comprobamos que al conectar el piloto automático se apagaba el plotter por bajo voltaje. Ello nos obligó a gobernar a mano pues dábamos prioridad en el consumo eléctrico al plotter, sobre todo, con un tiempo brumoso como el que teníamos, que nos dejó la inquietud de si sería suficiente el panel que llevábamos para la escasa electrónica de a bordo. Desde ese momento, ante la menor señal de descarga de la batería (voltímetro por debajo de 12 V más o menos) gobernábamos a mano, lo que hizo un poco más duras estas primeras etapas.

      A Burela llegamos a media tarde y preguntamos al pesquero “Angel Manuel Primero” dónde podíamos quedarnos a dormir. Después de algunas bromitas por un malentendido (creían que les preguntábamos por un hotel) nos sugirieron utilizar el atraque vecino al suyo, cuyo propietario había llevado el barco a Foz en los dos meses de parada biológica. Burela es un puerto únicamente pesquero pero organizado en pantalanes como una marina deportiva, algo poco habitual. El agua del puerto estaba muy sucia, los pantalanes tenían agua pero no electricidad, y el surtidor de gasolina estaba en el pueblo, a 2 kilómetros del puerto. En esos días se celebraban las fiestas patronales y la calle estaba llena de grupos folclóricos. También llamaba la atención la cantidad de niños y adolescentes que ocupaban la calle, muchísimos de raza negra o mestizos, que allí llamaban “morenos”, por la gran cantidad de trabajadores inmigrantes en la pesca. En resumen, un pueblo bien animado.

      Con ese tiempo invernal llevábamos todo el día pensando en el guiso de lentejas que nos haríamos de cena en la olla. Por desgracia por la noche comprobamos que el fuego del camping-gas no calentaba lo suficiente para que la olla alcanzase presión, y que solo podríamos usarla como cazuela. Un poco más tarde de lo esperado tuvimos la cena servida, pero maldiciendo nuestra mala suerte, pues para todo el viaje la cocina iba a ser más lenta de lo que habíamos calculado. Finalmente, ya después de cenar, se nos presentó el guardamuelles con el que al aclarar que habíamos hablado con el vecino de pantalán, no hubo problema alguno para quedarnos a dormir allí. ¡Qué diferencia con los de Andalucía, como veremos más adelante!

      El día siguiente amaneció despejado y con viento del Sur de fuerza 4-5 y salimos dispuestos a doblar el Cabo Estaca de Bares, el más septentrional de España. El primer escollo a salvar era la Piedra Burela, una roca que vela a flor de agua media milla al norte de la salida del puerto, pero actualmente bien señalizada con una marca cardinal Este y, por tanto, sin peligro alguno, y un bajo donde el mar rompe con cualquier clase de oleaje que está situado entre esta piedra y la punta del rompeolas. Salvados estos escollos, establecimos las velas para navegar de empopada hasta dejar por el través el Puerto Alúmina Española. Es un puerto industrial construido para dar servicio a una empresa de producción de aluminio, de una milla de ancho y otra de largo, pero cuyo interior no está completamente urbanizado con muelles, tinglados portuarios, etc., sino que en su mayor parte se ha dejado la costa virgen y solo se han habilitado los extremos Norte como muelle pesquero y Sur para las operaciones de carga. Por lo que ha quedado como una bahía artificial, bien protegida por dos espigones, con una playa en su centro y con la entrada al puerto protegida del oleaje por dos islotes, La Baixa y La Sombriza. Con cierta melancolía decidimos no detenernos en este lugar, que despertaba nuestra curiosidad, para hacer ruta hacia el cabo que nos esperaba con un viento tan favorable.

      Por la mañana estuvieron en la VHF dando noticias de dos tripulantes que se habían caído al agua desde un yate frente a Foz, y que finalmente fueron recogidos por un pesquero. Nos recordó la peligrosidad de esta costa, y vino acompañado de un role del viento al Suroeste justo al pasar Estaca de Bares, así como la irrupción de nuevo de un chubasco tras otro. Ello nos obligó a navegar ciñendo con la vela mayor en el 2º rizo y el génova enrollado al 50%, y finalmente con la mayor rizada y el motor, hasta alcanzar el puerto de Cariño. No duró mucho la empopada y el sol.

      Cariño es un pequeño puerto pesquero a la entrada de la ría de Santa Marta de Ortigueira. Tiene también un muelle comercial para exportar madera de eucalipto. En todas las rías gallegas decidimos quedarnos en los puertos situados más cerca de la entrada, pues el desplazamiento a los puertos del interior, sin duda más protegidos, suponía algunas horas más de navegación tanto a la entrada como a la salida, y en esta parte del viaje nos interesaba acelerar. Elegimos Cariño en parte por la curiosidad de su nombre, que no explicaban las guías. Tiene un único pantalán para barcos deportivos, largo y recurvado, sin sitio para barcos de paso. Por tanto nos quedamos abarloados al pesquero “Apóstol San Andrés” en el muelle de la lonja. El viento del Sur entraba al puerto por la amplia bocana, abierta precisamente al Sur, y formaba una olita pequeña pero ruidosa que no ponía en peligro