Como Nazaré está alejado del puerto (unos 3 kilómetros), tal era la amabilidad de esta pareja que llegó a prestarnos la bici de Sally para que pudiéramos ir los dos al pueblo más rápidamente. Era una bici plegable y cochambrosa, con la solera de muchos años embarcada, por supuesto llena de óxido, pero una bici al fin y al cabo. Eso nos permitió aprovechar muy bien la tarde. Recorrimos el pueblo y la playa. Una parte de la playa la usan de secadero de pescado, sin separación de los bañistas, dando un olor apestoso a todo el entorno; nos sorprendió que entre el pescado colgaban objetos infantiles, como chupetes o zapatitos. ¿Para qué serían? Los tenderetes estaban vigilados por señoras vestidas de negro, con un pañuelo en la cabeza, a pesar del calor que hacía. Preguntamos a una señora el significado de aquellos objetos infantiles pero no nos entendió y nos quedamos con la curiosidad sin satisfacer. Allí mismo, en el paseo playero, vendían el pescado seco a los turistas. El extremo Norte de la playa finaliza al pie de un enorme acantilado, sobre el que asienta la parte antigua de Nazaré. Como se desprenden rocas, esa parte de la playa está vallada y no se puede acceder a ella. El acceso a la parte antigua se hace con un tren cremallera o “elevador”, de unos 200 metros de recorrido. En su salida nos encontramos con un grupo de españoles que estaban haciendo un recorrido turístico. Después de entablar conversación preguntaron por nuestra estancia en Portugal. Cuando les dijimos que estábamos dando la vuelta a España nos miraron incrédulos de arriba abajo, después a nuestros vehículos, y nos preguntaron: ¿Con esas bicis?
Habría que ver nuestra pinta con la ropa sucia de navegar así como las dos bicis plegables y tan viejas, para comprender su sorpresa.
También nos llamó la atención la cantidad de mujeres de todas las edades que hacían de “mujer-anuncio” sosteniendo carteles al borde de la calzada ofreciendo habitaciones, sobre todo particulares pero también de hostales y hoteles. La mayoría estaban sentadas de dos en dos, con la silla en la carretera y los pies en la acera, con el cartel sobre la tripa apuntando a los peatones, y a la sombra de una sombrilla, comiendo pipas y charlando animadamente. ¿Es que la gente vendrá a Nazaré sin la habitación contratada? Porque en otros pueblos igualmente turísticos y costeros de Portugal no hemos visto nada parecido. Aquellas sillas introducidas en la carretera de un pueblo con bastante tráfico nos parecieron una temeridad. Otra curiosidad a resaltar es que en las calles hay paneles para anuncios personales de todo tipo. Vimos uno de alguien que había perdido ¡una mochila infantil! y la gratificaba. ¿Qué habría dentro?
Al volver a la marina devolvimos la bici a Sally, que volvía de visitar con su gato al veterinario, y nos despedimos de esta pareja singular que nos encantó conocer. Buena gente de la de verdad, ojalá les vaya bien en la vida. Luis y yo seguíamos nuestro viaje. En Nazaré terminábamos la etapa más difícil de Portugal, de ahí en adelante encontraríamos más puertos de abrigo y las etapas diarias serían más cortas. Ya no haríamos estos maratones hasta Las Landas, en Francia después del canal de Midi... si es que llegábamos.
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