El huésped. Sok-yong Hwang. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Sok-yong Hwang
Издательство: Bookwire
Серия: Colección literatura coreana
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786077640165
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en su propio coche hasta su departamento donde el otro le robó en sus narices. Yosop llegó a casa de su hermano con la espalda de la camisa muy mojada y sumamente abatido por la fatiga.

      Cada vez que llegaba a casa de Yohan tenía que pasar por varios espacios sucesivos, y el interior siempre estaba oscuro. Estábamos en verano, pero mi hermano mayor, como si fuera invierno, no sólo no había quitado la cortina gruesa, sino que también había asegurado firmemente con piezas de madera las dos puntas para que no se abrieran.

      Tocó el timbre. Durante unos segundos no se oyó nada en el interior. La puerta tenía una calcomanía de una compañía de seguridad, y las instalaciones electrónicas funcionaban perfectamente. El hermano mayor lo estaría observando en la pantalla. Al fin se oyó un “chap”.

      —¿Qué pasó?

      Era la misma voz de siempre. El viejo Yohan hablaba como si mordiera algo rápidamente, y en su tono había aburrimiento y frialdad.

      —Nada. Sólo he venido a visitarlo.

      —¿Has venido solo? —preguntó aun cuando lo veía en la pantalla. Debía permanecer de pie en el rellano largo tiempo mirando la puerta. El hermano quizás estaría mirando el patio delantero y la calle a través de la ventana saliente de la sala, situada en el lado izquierdo del portal. Se movió la cortina. Por fin se oyó abrir la puerta interior, y después, girar sucesivamente la cerradura de seguridad. La puerta se abrió lenta y suavemente tras oír que quitaban el último seguro.

      El hermano mayor vivía solo en esta casa. En realidad, no exactamente. Un gato vivía con él. Nadie sabía cuántos años tenía, pero decían que ya era viejo cuando mi cuñada lo trajo de la casa de un feligrés que frecuentaba mi hermano. Por eso, si comparásemos su edad con la de mi hermano, quizá sería mayor. Ese gato siempre dormía sobre una vieja manta junto a la chimenea de la sala. Era blanquinegro: las patas y el vientre blancos, la cabeza y el cuerpo negros. Por eso brillaban sus ojos cuando se ponía en cuclillas en la oscuridad. A mi cuñada, que había fallecido hacía tres años, le gustaba mucho, quería tenerlo en su dormitorio. Mi hermano, tras la muerte de su esposa, se lo regaló al propietario de la ferretería vecina, pero el animal volvió a casa antes de tres días. Se lo devolvió al nuevo dueño, pero el gato regresó a casa. Así pasó en dos ocasiones. A partir de entonces, renunció. Compartían el piso con indiferencia mutua. La única luz de la sala era la del televisor por cable que estaba encendido. Veía dibujos animados en que un coyote perseguía en vano a un correcaminos. El volumen era demasiado alto. Yosop cogió sin vacilación el control remoto y bajó el volumen.

      —Hermano mayor, hoy hace buen tiempo. ¿Por qué no sale a dar un paseo en vez de quedarse en casa mirando la televisión?

      —Me duelen las piernas, me fastidia andar. ¿Qué te pasa hoy?

      Yosop, en vez de responder, rezó cabizbajo un momento. Yohan no podía reprocharle nada porque era presbítero, por eso fingió bajar la cabeza igual que su hermano menor. Yosop rezó para pedir la ayuda de Dios en dos asuntos: uno, la salud de su hermano; otro, el bienestar de sus dos sobrinos que trabajaban en otra ciudad.

      —Quiero comunicarle que, al fin, he conseguido una oportunidad para visitar nuestro pueblo natal.

      —¿Seúl?

      —No, Seúl no, nuestro pueblo natal en Corea del Norte.

      —¿La provincia de Hwanghae?

      —Por supuesto, ya puedo ir a Chansemgol, a la aldea Sinchon.

      Después de pronunciar el nombre del valle de Chansem, se dio cuenta de que, después de 40 años, por primera vez había dicho el nombre de su pueblo natal. La palabra Chansemgol le provocaba un sentimiento insólito que al principio paladeaba en la punta de la lengua, como si fuera el nombre de un fruto montañés con su propio aroma; después se convirtió, de súbito, en olor a pescado podrido. Igual que pintura negra, como una nube oscura vertida y extendida en la acuarela llena de hojas color verde claro.

      —Vas para encontrarte con los rojos… —el hermano mayor, en vez de poner cara de alegría, lo miró de reojo con la mirada repleta de sospechas, muy propias de un viejo que vive solo.

      —Existe un Comité de Promoción para el Encuentro de Familias Separadas. Si pagamos un poco por el papeleo y gastos para el viaje, nos consigue el permiso de Corea del Norte para que visitemos nuestro pueblo. Algunos en Canadá y Los Ángeles tienen ese negocio.

      —¿Crees que Jesús es quien te permite visitar el pueblo en Corea del Norte?

      —Lo que puedo hacer ahora es dar gracias a Jesús. Ante todo, ¿no se acuerda de su esposa o de Daniel?

      Yohan seguía mirando la televisión despreocupadamente y se frotaba despacio la cara con ambas manos de arriba hacia abajo.

      —Creo que todos habrán fallecido. Si todavía viviera nuestro tío, ¿sabrá dónde los enterraron?

      Parecía que el pastor Liu Yohan había cambiado mucho en comparación a como era en el pasado. Su fuerte obstinación no duraba lo suficiente. Cambiaba de tema en la plática o guardaba silencio.

      —Si vas allí, intenta localizarlos.

      Aunque quería decirle que los buscara personalmente cuando estuviera allí, cerró la boca. Hasta hoy, no habían hablado nunca sobre su pueblo natal. Sobre todo el hermano mayor, gracias a su agilidad mental, sabía que el hermano menor aún no le había perdonado lo que hizo en aquella época.

      —¿Qué piensas de los fantasmas? —Yohan le preguntó sorpresivamente al misionero.

      Yosop sabía que su hermano mayor no le hablaba de un hechicero, sino de demonios errantes.

      —Salen varias veces en los relatos bíblicos, es decir, hablan acerca de seres humanos endemoniados.

      —Yo he visto a los demonios innumerables veces —Yohan le dijo en voz baja, como si estuvieran escuchando a su lado.

      —Por primera vez le oigo hablar de fantasmas.

      La señora de Ansong era la mujer con la que se había casado en segundas nupcias después de trasladarse a Corea del Sur y con la que había vivido hasta hacía tres años en Estados Unidos, es decir, mi cuñada.

      El hermano mayor, ante su hermano menor, nunca decía “tu cuñada” o “mi mujer”.

      —Hermano mayor, en estos días no ha ido al rito, ¿verdad?

      —Oye, no hables de eso. No me gusta ese ambiente de reunión amistosa. Allí la gente celebra el rito de manera superficial, y después de haber comido a gusto y tomado té en el templo, casi siempre compiten sus vanidades.

      —Es el estilo de aquí. ¿Reza usted?

      —Claro que sí. Todos los días rezo y leo la Biblia.

      —Muy bien. Hace poco estuve de visita en la casa de un feligrés y hoy celebraremos el rito en casa de usted.

      —¿Has traído la Biblia y el himnario?

      —Voy a traerlos de mi coche.

      —Déjalos. Está bien. Tengo varios. Los de la señora de Ansong y los de mis hijos.

      Empezaron a celebrar el rito. Yosop abrió la Biblia y leyó un fragmento de “Regocijo de Pablo al arrepentirse los corintios”:

      Ahora me gozo, no porque hayáis sido entristecidos, sino porque fuisteis entristecidos por el arrepentimiento, porque habéis sido entristecidos por Dios, para que ninguna pérdida padecierais por nuestra parte. La tristeza, según Dios, produce el arrepentimiento para la salvación, de lo cual no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce la muerte. El hecho de que hayáis sido entristecidos