La revolución burguesa vino a sacarlo de este anclaje. Lo separó de sus instrumentos de trabajo, de sus condiciones naturales de vida, y lo arrojó solo y sin protección al marasmo de las ciudades, a vender su fuerza de trabajo, que es lo único que le quedó como propio después de la gigantesca expropiación a que fue sometido, y que se conoce con el nombre de “acumulación originaria”.
El antiguo siervo, ahora proletario, quedó solo, en lucha con todos para ganarse la vida. Pero el burgués, el miembro de la nueva clase en ascenso, no ha quedado menos solo, en lucha contra todos los otros miembros de su misma clase por la conquista del mercado.
Si esto es tenido debidamente en cuenta, será muy difícil, por no decir imposible, dar al mensaje de Jesús un sentido individualista. El sentido individualista e intimista le proviene de un contexto totalmente distinto al que Jesús conoció y en el que actuó, que era totalmente comunitario. Allí no se dudaba que el todo, la comunidad campesina, el pueblo, era antes que el individuo.
3. LA TOTALIDAD[30]
Queda claro que si el hombre es un ser social, su práctica también lo será, y, en consecuencia, también el conocimiento o la conciencia. La práctica que el hombre realiza lleva el sello de lo social, pues tiene lugar en el seno de una totalidad estructurada e histórica. Queremos decir que la totalidad en la que el hombre realiza su práctica y desarrolla su pensamiento, por una parte presenta una determinada estructura, y por la otra es una creación histórica que en consecuencia corre la suerte de todo lo que pertenece a la historia. Nace, se desarrolla y entra en crisis para dar paso a una nueva estructura.
En un texto clásico, Marx presentó en forma esquemática, pero completa, esta categoría de totalidad: “En la producción social de su existencia, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base sobre la cual se eleva un edificio jurídico y político, y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social”.
El accionar de los hombres se realiza en esa totalidad, que a su vez es obra de ellos: “En la producción social de su existencia”. Como toda totalidad o como todo organismo viviente, la totalidad concreta que es una sociedad se estructura alrededor de un núcleo, de un centro. De él parten y a él remiten las distintas ramificaciones. Éstas no pueden concebirse separadas de aquél, y, viceversa, el núcleo no puede pensarse sin las ramificaciones a él articuladas.
Se da, en consecuencia, una mutua influencia, pero uno es el momento trascendente, aquél a partir del cual comienza todo movimiento y al cual retorna. Ese momento es el de la producción, o sea, el de la creación en el sentido denso y profundo del concepto, es decir, en el sentido práxico, que abarca todas las dimensiones de lo humano y social, desde la producción de los bienes materiales para satisfacer las necesidades vitales del hombre, como alimentación, casa y vestido, hasta la de los más elevados y sutiles productos espirituales, como son las obras artísticas, literarias y filosóficas.
Con una hermosa comparación, que Marx recoge de la tradición filosófica perteneciente tanto a la línea platónica y neoplatónica como a la aristotélico-tomista, confluyentes ambas en Hegel, compara el momento trascendente de la producción a la luz, y la sociedad a un organismo:
En todas las formas de sociedad existe una determinada forma de producción que asigna a todas las otras su correspondiente rango e influencia... Es una iluminación general en la que se bañan todos los colores y que modifica las particularidades de éstos. Es como un éter particular que determina el peso específico de todas las formas de existencia que allí toman relieve.[31]
4. LOS MODOS DEL SABER[32]
Como hemos visto, la práctica es el origen del conocimiento. Ahora bien, es posible detectar –en la práctica de los hombres ubicados en sociedades divididas en clases sociales– tres características fundamentales, que provocarán los tres modos fundamentales del saber.
Por una parte, la práctica del hombre se dirige a la totalidad. El hombre no se limita voluntariamente a transformar una parte limitada de su entorno, sino que quiere transformarlo todo. No sólo no se contenta con su pueblo, su región o su país, sino que tampoco se satisface con la tierra y parte a la conquista y transformación de los astros. Esta tendencia a la totalidad genera el modo de saber que conocemos con el nombre de “filosofía”. Entendemos por tal la reflexión sistemática y conceptualizada de la totalidad.
También el mito se dirige a la totalidad, dando una explicación de ésta pero no lo hace mediante la conceptualización, sino a través del relato. En este sentido, la filosofía tiene un nacimiento preciso en el siglo VI A. DE C., en Mileto, ciudad griega –jónica– de Asia Menor. En consecuencia, sólo en sentido impropio podemos hablar de la filosofía de Jesús. En la Biblia existe el mito, la narración, la parábola, pero no el sistema conceptualizado de una cosmovisión.
Por otra parte, para transformar la realidad el hombre tiene la necesidad de abarcarla por sectores. Esta práctica sectorial origina las distintas ciencias fácticas,[33] divididas en naturales y sociales. Las ciencias tienen ciertas características fundamentales, como racionalidad y objetividad. La racionalidad, por su parte, conlleva la sistematicidad; y la objetividad, la verificabilidad. La racionalidad de la ciencia en sentido estricto supone la superación del conocimiento cotidiano y la elaboración del mismo en un nivel superior.
En sentido propio las ciencias naturales nacen en los siglos XVI-XVII, y las sociales en el XIX. En consecuencia, no se puede hablar de ciencia en la Biblia. Gruesos errores, gran desgaste de energías y mucho sufrimiento se han derivado de la falta de claridad en este asunto. El caso Galileo y la larga lucha en contra del evolucionismo han sido algunas de sus dolorosas consecuencias.
Finalmente, el hombre realiza su práctica a partir de un sector o clase social a la que pertenece. Esto da nacimiento a la ideología. Estrictamente hablando, la ideología es todo sistema de representaciones, sentimientos, conceptualizaciones, que expresa intereses de clase, y en este sentido sólo se da en el modo de producción capitalista, porque sólo en él existen las clases en sentido estricto. Pero en sentido amplio, hoy completamente aceptado, la ideología expresa intereses de los sectores sociales de los diversos modos de producción. Está presente siempre en todo conocimiento que se da en una sociedad dividida en clases o sectores.
La Palestina de la época de Jesús, y en general la Palestina de la época de la Biblia, perteneció al modo de producción asiático, que supone la división de la sociedad en sectores o clases sociales. Por consiguiente, todo mensaje que se dé en su seno conlleva una ideología, pues necesariamente se hace desde un sector social. Jesús o hablaba desde los pobres, en general desde los oprimidos, o desde los ricos, desde los opresores. No hay alternativa. En consecuencia, Jesús expresa su mensaje en una determinada ideología que es necesario esclarecer, analizando la sociedad en la que actuó y dio su mensaje.
Capítulo VI
La sociedad de Jesús
Ya hemos visto que la totalidad se estructura a partir de la producción que es su momento trascendente. Para los efectos de nuestro análisis distinguiremos entre modo de producción y formación social.[34] Entendemos por modo de producción la manera de organizar la producción. Un modo de producción es distinguible de otro por factores como la extracción de plusvalía – sea por vía extraeconómica,[35] como en los modos de producción precapitalistas, o económica, como en el capitalista–, la propiedad de los medios de producción, la división del trabajo, el nivel de las fuerzas productivas.
Pero en la realidad no se dan los modos de producción