Los zelotes expresaban la vertiente más violenta de los sectores populares enfrentados a la dominación externa y a la interna. Su número fue creciendo constantemente, hasta lograr la hegemonía en las masas cuando la insurrección del 66 d. de C.
Cuando veamos la estrategia de Jesús,[52] analizaremos también la de los zelotes que es la que más se le acerca, pero desde ya hacemos notar que querían “purificar” a la sociedad, de manera especial al sacerdocio, echar al usurpador romano y liberar de sus deudas a todos los sectores populares que habían caído en manos de los ricos terratenientes y comerciantes, y cuyas actas de deudas se guardaban en el templo.
El método preferido en contra del usurpador romano era el de los golpes de mano, la guerrilla con sus escondrijos naturales en el desierto, de acuerdo con la tradición macabea, y los “ajusticiamientos” de líderes políticos de los opresores.
En cuanto a la estructura política,[53] es necesario tener en cuenta, en primer lugar, al asiatismo de la formación palestina, y, luego, su subordinación al esclavismo romano. En cuanto a lo primero debemos, a su vez, distinguir entre las aldeas y las ciudades. Las aldeas estaban gobernadas por un consejo de ancianos formado por los jefes de las casas judías que respondían a las normas de pureza, y un sacerdote encargado de resolver los problemas de acuerdo con el sistema de la mancha-pureza. En las ciudades la máxima autoridad era el Consejo, formado por los jefes de las familias más ricas, teniendo también mucha importancia los tribunales, presididos por los escribas.
Jerusalén ocupaba un lugar especial. La máxima autoridad allí era el Sanedrín, formado por setenta y un miembros, divididos entre los sacerdotes jefes, los escribas y los ancianos, a los cuales ya conocemos.
Pero Palestina, organizada de esta manera, dependía del Imperio Romano. A partir del 6 d. de C. quedó dividida en dos regiones, la de Judea y Samaria, dependiente del procurador romano que residía en Cesarea, junto al mar; y la de Galilea, dependiente del Legado romano que residía en Siria. En Galilea, por otra parte, se encontraba el rey Herodes Antipas, y de él en lo inmediato dependía Galilea. En las fiestas, el procurador se trasladaba a Jerusalén, ciudad en la que había una guarnición romana permanente que ocupaba la fortaleza Antonia, para prevenir la posibilidad de tumultos populares en contra de la dominación romana.
Como la práctica de Jesús se divide en dos etapas netamente distintas, la de Galilea y la de Judea, es necesario hacer notar las diferencias existentes entre la formación de una y de otra, como queda expresado en los gráficos que siguen.
SEGUNDA PARTE
LA PRÁCTICA DE JESÚS
Capítulo I
Práctica y teoría en los distintos modos de producción
En los modos de producción primitivos, los que preceden al esclavista, no se conoce la separación entre teoría y práctica, como acontece con los modos de producción más desarrollados. En aquellos el polo de la conciencia adhiere todavía estrechamente al de la práctica, de tal manera que forman una unidad compacta. La consecuencia que de esto se desprende es que son culturas fuertemente monistas. Sólo con la diferenciación en las prácticas sociales –dominantes y dominadas– comenzará a manifestarse la separación entre conciencia y práctica, dando origen a la concepción dualista que ya hemos analizado.
Las culturas primitivas poseen una orientación totalmente intramundana, sin conocimiento de la orientación trascendente, en el sentido de algo que esté fuera o más allá de este mundo. “La acción cuya motivación es religiosa o mágica aparece en su existencia primitiva orientada a este mundo. Las acciones religiosas o mágicas deben realizarse para que «te vaya bien y vivas largos años sobre la tierra». Incluso aquellos ritos extraordinarios, sobre todo para gentes de ciudad, como los sacrificios humanos, fueron realizados, por ejemplo, en las ciudades marítimas fenicias, sin ninguna idea de ultratumba.”[54]
Ello es fácilmente detectable todavía hoy, en aquellos estratos populares que no han entrado de lleno en la cultura capitalista, sino que aún permanecen anclados en modos de producción primitivos. Ellos son materialistas. Lo observaba Gramsci con su habitual agudeza: “La religión popular es crasamente materialista, aunque la religión oficial de los intelectuales busque impedir que se formen dos religiones distintas, dos estratos separados, para no alejarse de las masas, para no convertirse, también oficialmente, como lo es en la realidad, en una ideología de grupos reducidos”.[55]
Las culturas primitivas no conocen las formas discursivas, los sistemas conceptuales elaborados. Ello es consecuencia del hecho de que todavía el polo de la conciencia permanece fuertemente adherido a la práctica. Es decir, el significado todavía no se ha separado del significante. Significa ello que el sentido se encuentra inmerso totalmente en la materialidad de las prácticas. Los mensajes se transmiten a través de prácticas simbólicas, cuyo sentido es necesario interpretar mediante el acto de la decodificación.
Se trata de una verdadera cultura de gestos. “Es una cultura de gestos, caminatas, miradas, de determinadas «expresiones corpóreas». En la caminata, en la procesión, en la romería, en el gesto, en el beso a la imagen del santo, en el contemplar vuelto hacia la pared de la casa, en los cánticos tradicionales heredados de los tiempos de las santas misiones, los pobres expresan su modo de estar en el mundo, de participar de la sociedad.”[56]
Esta adhesión del significado al significante, del significado a la práctica, de la conciencia a la práctica, se manifiesta también con mucha claridad en los productos de ésta: en la casa, el templo, la ciudad. El espacio está organizado de una manera claramente significativa. El lugar que ocupa el templo en la ciudad, la orientación de ésta hacia determinado punto cardinal, el lugar ocupado por las aberturas de la casa no responden ni a la casualidad ni a meros fines “positivos” como podría ser resguardar a sus habitantes de los fuertes vientos, o del sol, sino que significan sobre todo la manera como sus habitantes están en el mundo, esto es, la manera como están situados en él; en otras palabras, su cosmovisión.
Nosotros no expresamos nuestra cosmovisión preferentemente mediante prácticas o por medio de los productos de nuestra práctica, sino mediante la elaboración conceptual que conocemos con el nombre de filosofía. Es cierto que también se expresa a través de determinados productos como las obras de arte, sea en la pintura, la escultura, o la arquitectura. Sin embargo, ésta es la excepción y además es producida no por la comunidad, sino por algunos profesionales. Por otra parte, los miembros de la comunidad, para captar el sentido de tales productos, generalmente necesitan explicación. Las ideas, los conceptos, deben venir en ayuda, porque ya para la cultura general el sentido dejó de adherir a las prácticas y sus productos.
No queremos decir que no haya en absoluto prácticas significativas. Ello no es posible. La práctica del saludo con la mano, del beso, del abrazo, de la sonrisa, del llanto, de por sí son significativas, y no necesitan explicación alguna. Pero sobre ese nivel cotidiano de nuestra cultura, se ha edificado el nivel cultural de los conceptos. Allí están los libros, las bibliotecas, las librerías, las universidades, para atestiguarlo.
Como ya lo hemos indicado, la dualización de la práctica social está dialécticamente conectada con la dualización cultural. Pueden verse gérmenes de la misma más o menos desarrollados en sociedades pertenecientes al modo de producción asiático, pero el lugar clásico donde este proceso llegó a su maduración y adquirió carta de ciudadanía es Grecia. Allí, en esa sociedad esclavista, en la cual un sector social–no reconocido como tal, sino como mero instrumento–, el de los esclavos, era relegado al ámbito de la materia, lo despreciable, y otro sector, el de los amos u hombres libres, se ocupaba del ámbito espiritual, madura la separación