Ella se irguió.
–No es mi problema.
La primera emoción real que le mostraba.
–En cierto modo, lo es, Georgia. Has firmado un contrato que debes cumplir. Necesitamos encontrar un modo de avanzar en esto.
Lo miró con ojos astutos.
–¿Siempre y cuando funcione para vuestros oyentes?
–Tiene que haber cosas con las que ellos disfruten y tú también.
–No lo haré si me refleja buscando a un hombre. O mejorándome lo suficiente como para encontrar a uno.
–Solo el Año de Georgia, entonces. La Chica de San Valentín vuelve a levantarse. Daniel te importaba de verdad… a nuestros oyentes les gustará eso –se oía a sí mismo y sonaba como Rod. Siempre un ángulo. Siempre una zanahoria–. Asignaremos a alguien de la emisora para…
–No. No quiero a ninguno de ellos conmigo.
–¿A ninguno de quiénes?
–De las personas presentes durante la petición. No quiero que vengan conmigo.
Entendía por qué no confiaba en ellos. Aunque lo que ella no comprendía era que todo ese lío era culpa de él, no del equipo.
–De acuerdo, contrataré a algún especia…
–Tampoco desconocidos.
–Georgia, si no puedo usar a nadie de mi equipo ni contratar a alguien, ¿quién lo va a hacer?
–Tú. A ti te conozco.
No pudo contener una carcajada espontánea.
–¿Sabes cuánto gano por hora?
–Estoy segura de que demasiado para que te paguen por horas. Pero esa es mi condición –trató de mostrarse decidida–. Tómalo o déjalo.
No tenía ni idea de cómo negociar. Su inocencia era refrescante.
–Ya has firmado el contrato –le recordó con amabilidad.
Pero aun así, su cerebro se activó de inmediato. Casey estaría encantada de que le delegara algunas tareas, y si era eso lo que hacía falta para que Georgia participara sin poner trabas…
Pero contuvo la aceptación por si tenía más poder unos momentos más tarde.
Toda su vida se resumía en contener las cosas hasta poder sacarles el máximo provecho.
–Mis días se inician al amanecer y concluyen al anochecer.
Georgia se encogió de hombros.
–Yo también tengo un trabajo. Supongo que tendrá que ser por las noches y los fines de semana. Aunque todo depende de lo mucho que desees los niveles de audiencia, claro.
–De acuerdo –dijo él, como si no hubiera tomado su decisión sesenta segundos antes–. Lo haré.
El triunfo de Georgia fue fugaz. Tardó un segundo en comprender que el compromiso de él sellaba por completo el suyo. Y sus siguientes doce meses.
–Una condición más –añadió cuando les sirvieron otras copas–. Nadie mencionará a Dan. Nadie. Lo dejarás completamente al margen.
De sus ojos castaños rezumaba lealtad.
La admiró por seguir protegiendo al hombre que había herido. Un hombre que aún le importaba a pesar de que también él la había herido mucho. Revelaba que podía ser impetuosa e ingenua, pero también leal. Un rasgo muy raro en su mundo.
Se preguntó si ella ya se habría dado cuenta de que no tenía el corazón roto.
–De acuerdo. Daniel se queda al margen.
–Y haz que los medios lo dejen en paz.
Él bufó. Quienquiera que le enseñara modales a Georgia, había olvidado decirle que no abusara de su suerte.
–Nadie puede detener ese tren una vez que se ha puesto en marcha. Puedo prometerte que EROS no lo utilizará, pero no hay nada que pueda hacer si lo buscan otros medios de Londres. Es un chico grande. Sabrá cuidar de sí mismo –adelantó el torso y la miró fijamente a los ojos–. Has jugado bien tu mano en esto… pero ya he cedido en todo lo que pienso ceder. Haré que añadan una enmienda al contrato y lo tendré listo para que lo firmes la semana próxima –ella asintió y se hundió contra el asiento–. ¿Qué te parece si cenamos algo? –lo miró desconcertada–. Porque tú cenas, ¿verdad?
–Ummm, sí. Aunque, por lo general, no fuera. Salvo en ocasiones especiales.
–No me digas que eres una cocinera estupenda.
–No –se rio con sinceridad–, bajo ningún concepto.
–¿No cocinas?
–Preparo comida. Pero no se le puede llamar realmente cocinar. La última de una serie de razones por las que probablemente Dan rechazó mi proposición.
Encendió su tableta y tecleó algo.
–Creo que acabamos de encontrar tu primera idea oficial del Año de Georgia.
–¿Cenar en todos los restaurantes de Londres?
–Escuela culinaria –aclaró él con una sonrisa. Percibió los mecanismos de oposición activándose en el cerebro de ella. Dejó la copa y adelantó el torso–. Georgia, voy a tener una solución para cada obstáculo que levantes. Has firmado un contrato. ¿Qué te parece si trabajas conmigo en esto y no en mi contra?
Ella suspiró y lo miró con esos ojos inescrutables.
–De acuerdo. Lo siento –bebió un sorbo de vino–. ¿Qué tenías en mente?
–Es una lista larga –Georgia se estiró y leyó el folio del revés que Zander tenía ante sí.
–Un año es un tiempo largo. Pero no hay que elegir todo. Además, durante el proceso pueden surgir cosas, de modo que hay que dejar sitio para dichas posibilidades. Si tuvieras que resumir, ¿con qué actividades disfrutarías más?
Le entregó el papel y la elegante pluma. Ella marcó con un asterisco Wimbledon, clases de cocina, que aceptó porque Zander le había dicho que a los oyentes les encantarían, no porque quisiera conocer realmente la diferencia que había entre flambeado y salteado, clases para preparar cócteles, trufas y maquillaje. Esta última porque le parecía importante. Estiró la falda decorosamente sobre sus rodillas.
–Esta sí que la quiero hacer –marcó una opción próxima al final, corriendo un riesgo. No sería algo que él esperara. Y a diferencia de algunas de las otras, esa sí que le interesaba e intrigaba.
–¿Estatuas de hielo?
–Será asombroso. Oooh, y esta… –puso otro asterisco.
–¿Escuela de espías?
–¿Te lo imaginas? –lo miró con ojos entusiasmados.
–No necesito hacerlo –Zander movió la cabeza–. Lo averiguaré.
Ella bebió un poco de vino.
–¿Y qué me dices de viajar? –inquirió él.
–¿Qué pasa?
–¿No te interesa la idea de unas vacaciones?
Volar a otro país le parecía demasiado. Además, no tenía pasaporte. Y la idea de solicitar uno le producía escalofríos.
–¿Adónde iría? –musitó.
–Adonde quisieras –repuso desconcertado.
Como siempre había ido de vacaciones donde vivía, la idea de ir más lejos que Brighton no se le pasaba por la cabeza.
–¿Dónde