A pesar de que le acababan de destrozar la vida, le había dado las gracias.
Una mujer bien educada. Joven… como mínimo debía de sacarle unos quince años, aunque era difícil saberlo. Activó la telefonía por voz.
–Llama a la oficina –le dijo al coche.
Esperó unos momentos.
–EROS, Sede de Gran Música, despacho del señor Rush. Soy Casey, ¿en qué puedo ayudarlo?
Dios, tenía que decirle que abreviara ese saludo.
–Soy yo –anunció en el vehículo vacío–. Necesito que saques el contrato de la chica de San Valentín.
–Un segundo –murmuró su ayudante–. Ya lo tengo. ¿Qué necesitas, Zander?
–¿Edad? –el silencio le indicó que ojeaba el documento.
–Veintiocho.
O sea, que únicamente le sacaba nueve años. Lo que indicaba que tenía una piel extraordinaria. Como mucho, le habría echado veintidós o veintitrés años.
–¿Duración del contrato?
Hubo otra breve pausa.
–Doce meses. Concluye con un seguimiento el próximo catorce de febrero.
Doce meses de sus vidas. Se suponía que eso incluía la fiesta de compromiso, la boda completamente pagada, la luna de miel. Todo a cargo de EROS. Esa era la zanahoria de las cincuenta mil libras. ¿Por qué otro motivo alguien querría hacer público el momento más íntimo y especial de una vida?
La zanahoria resultaba barata en términos de emisión internacional debido a la cobertura global que sospechaba que tendría esa promoción. Incluso en ese momento, cuando era probable que se hubiera convertido en un virus, atraería oyentes, estos atraerían publicidad y, esta, ingresos.
Salvo que el seguimiento en doce meses sería un mal ejemplo de radio. Su mente fue directamente al eslabón más débil.
–Casey, ¿puedes mandarme ese contrato a mi móvil y luego llamar a la ayudante de Rod para comunicarle que llegaré en una media hora?
–Sí, señor.
Cortó sin despedirse. La vida era demasiado corta para eso.
Un año era mucho tiempo para crear contenido, pero si jugaban bien sus cartas, podrían salvar algo que durara más que unos pocos días. Aún esperaba que EROS se beneficiara de esa cobertura viral, pero el contrato también los vinculaba a ellos durante el próximo año.
Dedicó la segunda mitad del trayecto a formular un plan. Tanto se concentró que al entrar en el cuartel general de su cadena ya lo tenía trazado. Les permitiría avanzar y rescatar parte del desastre de ese día.
–Zander… –murmuró la ayudante de Rod cuando pasó delante de ella de camino al despacho de su jefe. Él se detuvo y se volvió–. Está con Nigel.
Nigel Westerly. El propietario de la cadena. No era una buena señal.
–Gracias, Claire.
De pronto su plan de salvación no le pareció tan sólido. Nigel Westerly no había amasado una de las fortunas más grandes del país por ser manipulable. Era duro e implacable.
Irguió la espalda.
Bueno, si tenían que despedirlo, prefería que lo hiciera uno de los hombres que más admiraba de Inglaterra. Desde luego, no iba a deprimirse ni a preguntarse cuándo caería el hacha. Con elegancia empujó las puertas dobles del despacho de su director y se anunció.
–Caballeros…
Capítulo 2
TODO el edificio National Trust era tan brillante y… optimista. Agradeció que su pequeño laboratorio de rayos X tuviera luz regulable. En ese momento estaba tenue y como en penumbra, dando la impresión de que no se encontraba allí, aunque no fuera cierto.
El día después de San Valentín había llamado para informar de que se hallaba indispuesta y que no iría, pero luego había vuelto al trabajo de puntillas, siendo el jueves y el viernes una experiencia dura, con sonrisas de cuidada neutralidad de parte de sus compañeros. También había sido el día en que había enviado al departamento de plantas carnívoras de Kew un necesario y tardío correo electrónico.
Muy breve:
Lo siento muchísimo, Daniel. Te echaré de menos.
Sabía que habían terminado. Aunque Dan no hubiera coincidido en ello, algo que sí había hecho una vez que se había calmado lo suficiente como para volver a hablar con ella, no habría podido pasar otro momento en una relación que solo daba vueltas en un lento e interminable círculo vicioso. Lo positivo era que también significaba que no tenía que explicar algo que ella misma apenas entendía… al menos no durante una temporada. Con el tiempo vería a Dan, se disculparía en persona y recogería las pocas cosas que tenía en la casa de él. Pero de ese modo los dos acababan con la tristeza del momento.
Una eutanasia afectiva.
Salvo por el intenso interés público.
En ese momento era sábado por la tarde. Y el trabajo era un sitio tan bueno como cualquiera para esconderse de todos esos mensajes y correos electrónicos de amigos y familiares asombrados. Quizá mejor, ya que apenas había personal y ella trabajaba sola en su laboratorio, detrás de dos barreras de seguridad. Aunque no tenía una jauría de paparazzi detrás de ella, unos días después aún había el suficiente interés como para que se hablara del tema. No se atrevía a comprobar sus cuentas sociales, ni a escuchar la radio ni leer el periódico por si la Chica de San Valentín seguía siendo el tema principal.
Muchos se preguntaban si no se había dado cuenta de la estupidez que había cometido.
Se hacía una buena idea. Pero había creído que él diría que sí, de lo contrario no se lo habría pedido. Resultó que la información privilegiada de la que disponía había sido tan fiable como la de un jugador arruinado para un caballo ganador en el hipódromo.
«¿Por qué hacerlo en público?», habían clamado sus detractores.
Porque había despertado la mañana después de la sorprendente declaración de Kelly de que su hermano estaba listo para más y en la emisora de radio que había puesto mientras se lavaba los dientes únicamente se hablaba de la promoción del año bisiesto. Y así había seguido durante todo el día en el trabajo.
Era como si el universo le gritara que metiera su nombre en el sombrero.
Se frotó las sienes palpitantes.
«El nombre de los dos».
También Dan estaba metido hasta el cuello, pero como no pensaba delatar a su mejor amiga, por el bien de él y de la única hermana que tenía, seguía debatiéndose con la respuesta que les daría a esos ojos penetrantes cuando estuvieran cara a cara y Dan le preguntara: «¿Por qué, George?».
Después de escribir el informe en el ordenador, retiró la pequeña muestra del irradiador, volvió a sellarla según los patrones de cuarentena y lo depositó en la unidad de almacenamiento. Luego sacó la siguiente.
En el banco había veinticinco mil especies de semillas y alguien tenía que probarlas en busca de viabilidad. Por fortuna para el National Trust ella disponía de semanas, incluso meses, en los que tendría que ocultarse. Parecían los beneficiarios inmediatos de sus fines de semana y noches en el exilio.
Al otro lado de su mesa, sonó el teléfono.
–Georgia Stone –contestó