–Un año en el cual él creyó que ambos disfrutabais de la compañía del otro.
Lo miró. La enfermedad de su amiga no era asunto de él. Ni la fogosidad de Kelly por ver felices a dos personas a las que quería.
–Malinterpreté algo que dijo alguien próximo a él –murmuró.
En realidad, su error fue oír lo que deseaba oír. Y dejar que la afectaran las expectativas de su madre. El deseo desesperado que tenía de llenar con nietos el vacío que la carcomía.
Pero nada de eso se acercaba a una buena excusa para haber participado en la promoción.
–Acepto la plena responsabilidad de mi error y tendré que buscar consejo legal antes de poder darte una respuesta acerca del contrato.
–Por supuesto –él se sacó del bolsillo una tarjeta comercial que le entregó–. Serías tonta si no lo hicieras.
Un modo sutil de sugerirle que ya lo había sido bastante.
–Creo que deberías hacerlo –afirmó Kelly con el teléfono sujeto entre la cara y el hombro mientras colaba unos espaguetis con una mano y planchaba un pequeño uniforme escolar con la otra.
–Creía que ya me habías dicho dónde se podía meter su oferta –le recordó Georgia.
Kelly se rio.
–Salvo por esas palabras mágicas…
«Cincuenta mil libras».
–Tú dices palabras mágicas, pero yo veo algo que tiene el potencial de volverse abrumador.
–¿Y? ¿Es que tenías otros planes para los próximos doce meses?
Eso era verdad, y era un poco triste.
–Escucha, George. No quiero volver a aburrirte con mi discurso de que la vida es para los vivos, pero si alguien me lo ofreciera a mí, lo aceptaría en un abrir y cerrar de ojos. Es una oportunidad para hacer todas las cosas que has postergado toda tu vida mientras no parabas de trabajar y ahorrar. De vivir un poco.
–Sabes por qué trabajo tanto.
–Sí, conozco el juramento de «a Dios pongo por testigo de que no volveré a pasar hambre». Tú no eres tu madre, George. Eres económicamente más estable y segura que la mayoría de la gente de tu edad. ¿No hay espacio en tu gran plan para algo de diversión?
Le dolió el preciso resumen de Kelly sobre el objetivo de toda su vida y las implicaciones de dichas palabras.
–Soy divertida.
–Oh, cariño. No, no lo eres. Eres asombrosa, inteligente y una compañía muy interesante, pero eres tan divertida como Dan. Eso es lo que hizo que vosotros dos… –contuvo sus palabras imprudentes–. No tienes nada que perder. Acepta las cincuenta mil libras que te ofrece ese hombre y mímate. Considéralo un premio de consolación por no haber terminado casándote con mi estúpido hermano.
–No es estúpido, Kel –musitó Georgia–. Simplemente, no me ama.
–Bueno, pues yo te quiero, George, y como tu amiga te digo que aceptes el dinero y corras. No tendrás otra oportunidad igual. Y ahora voy a tener que dejarte o los niños provocarán la tercera guerra mundial en casa.
Cortó la conexión en el móvil y se sentó en el sofá.
No le costó reconocer que Kelly tenía razón. No había nada en su vida que unas cuantas actividades nuevas fueran a interrumpir.
Sus objeciones no eran con el tiempo, sino con la implicación de que estaba rota. Era deficiente.
«Eres tan divertida como Dan». ¿Se daba cuenta Kelly de la acusación real que significaba eso? ¿El Señor Seriedad?
Eso hacía tres de tres a favor. Kelly y su abuela consideraban que sería bueno para ella, y su madre…
Bueno, ¿qué otra cosa diría una mujer incapaz de controlar su dinero o sus impulsos?
Se estiró y depositó el contrato de EROS sobre su regazo. En la primera página figuraba la recomendación de su abogado sujeta con un clip.
Firma, había escrito. Y le había adjuntado la minuta.
Eso hacían cuatro de cuatro. Cinco, si contaba al atractivo y persuasivo Zander Rush.
Con una sola persona en contra.
Capítulo 3
Marzo
LA SECRETARIA de Zander estableció una cita al final del día para que fuera a firmar el contrato y que el regreso a EROS resultara la mitad de intimidador que hubiera sido de haber ido con todo el personal en la emisora.
Con una copia del contrato en la mano, Georgia la siguió en silencio más allá de las pocas mesas en las que aún había gente. Nadie levantó la cabeza para mirarla.
Quizá ya era la noticia del día anterior.
O quizá el interés público se había centrado en Dan una vez que el calendario había llegado a marzo. «Muérete, Dan». Al parecer, atraía mucho interés en las revistas femeninas y los tabloides, todos decididos a encontrarle una pareja más aceptable que ella. Más digna. En ese momento, Londres creía que era demasiado bueno para Georgia.
Se movió en el asiento en el exterior del despacho de Zander.
Detrás de las puertas de cristal esmerilado, un voz alta protestaba agotada. La respuesta a los gritos fue un murmullo y luego un agudo estallido final. Momentos más tarde, una de las dos puertas se abrió y salió un hombre, acalorado, agitado, que pasó a su lado hecho un basilisco. La miró.
–Un cordero para el sacrificio –murmuró en voz demasiado alta para que hubiera sido fortuito.
Ella siguió con la vista todo su recorrido hasta uno de los estudios que había al final del pasillo.
–Georgia.
Una voz suave llamó su atención de vuelta a las puertas.
Se puso de pie y extendió la mano. Zander frunció el ceño imperceptiblemente antes de estrechársela. Fue un apretón tan cálido y agradablemente firme como el último.
–Empezaba a creer que ya no volveríamos a verte.
–Tenía que reflexionarlo –una y otra vez en busca de una salida razonable que le permitiera evitar todo el asunto.
–¿Y?
–Y aquí estoy –suspiró. Él retrocedió y le hizo una leve señal a su secretaria, lo que podía significar cualquier cosa, desde que les llevara café hasta que no le pasara ninguna llamada–. Necesitaba estar segura de entender lo que pedían –eso le sonó demasiado defensivo.
Finalmente, él la miró con ecuanimidad.
–¿Y lo has entendido?
–Ya está todo firmado –alzó el contrato.
La cara de Zander mostró un alivio casi desproporcionado. Se sentó en su caro sillón.
Ella ladeó la cabeza.
–¿No esperabas que lo hiciera? –odiaba pensar que tal vez hubiera tenido más margen de negociación.
–He aprendido a no prever jamás los actos de la gente –miró hacia la puerta por la que acababa de salir el otro hombre.
–Tenía una pregunta.
–Claro.
–Es acerca de las entrevistas. ¿Son realmente necesarias? Parece algo muy formal.
–Necesitamos hacernos una idea de quién eres en realidad, para saber con qué empezamos.
–¿Rellenando un cuestionario? Pensaba