–A no ser que buscaras un almuerzo gratis.
–Claro –lo miró furiosa–. Porque todo esto valdría la pena si pudiera sacarte un plato de sopa –el ceño de él se transformó en una media sonrisa–. ¿Y uno de tus otros acólitos? –sugirió.
–¿Acólitos? –Zander enarcó las cejas.
–Tienes una secretaria a tus órdenes. Y el hombre que acaba de salir no parecía alguien que disfrutara de un rango justo y equivalente en su lugar de trabajo.
–No tengo acólitos –volvió a mostrarse ceñudo–. Tengo personal.
–Entonces, otra persona de tu personal.
–No. Nadie de mi personal.
–Zander –ella suspiró–, preferiría no tener que rellenar ningún cuestionario. Es demasiado frío –por no decir ofensivo. Como si un ordenador pudiera establecer qué le faltaba a su vida cuando ella aún intentaba descubrirlo.
–Nadie de mi personal y tampoco un cuestionario.
–Entonces, ¿qué?
–Yo.
–¿Tú qué?
–Yo te entrevistaré –tomó un bolígrafo.
–¿A-ahora? –tartamudeó ella.
–No. Solo le dejaré un par de notas a Casey para mañana.
–¿Se ha ido? –Georgia se giró en el sillón.
–Sí. ¿Por qué?
–Pensé que… ¿Hace unos momentos no le indicaste con un gesto que hiciera algo?
–Sí, le dije que se marchara a casa. Que yo tenga una jornada laboral prolongada no significa que también ella deba tenerla. En casa la espera una familia.
De modo que estaban… solos. Se preguntó por qué ese pensamiento le desbocaba el pulso. Retiró el sillón.
–Debería irme.
–¿Y qué pasa con la entrevista? Pensé que podríamos ir a tomar algo y charlar.
Para ser una mujer brillante, en ese momento su cabeza se llenó con una asombrosa cantidad de nada. Él se levantó, rodeó el escritorio y Georgia no tuvo más alternativa que dejar que la escoltara fuera del despacho.
–El contrato… –susurró ella a duras penas. Él se lo quitó de la mano, fue a la última página y lo firmó sin leerlo–. Deberían haberme regalado un coche de lujo.
Zander sonrió, revelando unos dientes blancos y parejos.
–¿Adónde irías con un coche de lujo?
–Nunca se sabe. Quizá es algo que quiera experimentar… jamás he llevado nada más elegante que un Vauxhall.
La mirada de él se suavizó. Luego metió la mano en el bolsillo y le entregó un llavero. Irradiaba la calidez de haber estado en contacto con su cuerpo. Georgia lo miró a los ojos.
–Nunca es demasiado tarde para empezar. Considérala la primera actividad del Año de Georgia. Conducir un coche de lujo.
–¿Tu Jaguar? –se quedó boquiabierta.
–¿No es lo bastante elegante para ti?
El entusiasmo se mezcló con el pavor.
–¿Y si lo rayo? ¿O lo abollo? –¿o se lanzaba al Támesis de la excitación?
–Pareces una conductora precavida. Además, tengo un seguro muy completo.
Rod y Nigel ya estaban llevando a cabo un estudio de mercado, pero le dejaban a él los detalles de lo que conllevaría el año. En realidad, lo único que les importaba era que él lograra su participación.
Pero a Zander le importaba mucho en un plano personal que apenas entendía. Solo quería que ella recibiera algo a cambio de todas sus molestias. No le parecía justo fastidiar a una chica en el momento más vulnerable de su vida.
Y él sabía lo que representaba un momento así. Lo había vivido. Sabía cómo lo modificaba todo.
Era una estupidez; no podía decir que hubiera establecido un vínculo con Georgia nada más protegerla de los ojos curiosos que esperaban en la recepción cuando bajaban en el ascensor. Pero así había sido. Había ocupado un rincón de su mente en el instante en que había aceptado el gesto agradecida.
–Pareces llevar esto bastante bien –comentó mientras el camarero les llenaba las copas en su bar favorito de
–. Considerando lo que pensabas de la idea la última vez que nos vimos.
Ella respiró hondo.
–Parece que soy la única de una larga lista de personas que no cree que haya espacio de mejora con Georgia Versión Dos.
–Concédete algún mérito –murmuró él alzando la copa en señal de saludo antes de beber un trago–. Eres más estable de lo que te imaginas.
–¿En qué te basas?
–En mis observaciones.
–¿Sacadas durante un rápido paseo por el bosque?
–Se me paga para prestar atención a las primeras impresiones.
–¿El ascensor? –Georgia entrecerró los ojos.
–Fueron unos minutos duros para ti, y los manejaste bien.
–¿Llorando mientras tú me ofrecías la espalda? –expuso con un bufido.
–La forma de reaccionar bajo una presión extrema te revela mucho sobre una persona –Zander sonrió–. Ni mientras te morías por dentro perdiste tu cortesía.
–¿Percibiste eso? –preguntó insegura.
–Pero no dejaste que pudiera contigo. Mantuviste el control.
–No presenciaste lo que me pasó cuando llegué a casa –musitó ella.
–He dicho que eres fuerte. No una máquina –Zander se rio entre dientes. La miró estrujarse los dedos. Eran unas manos elegantes y cuidadas. Se preguntó cuáles serían los secretos de Georgia Stone. Contuvo esa curiosidad a la misma velocidad con que apareció–. Bueno, ¿has pensado en las cosas que te gustaría hacer en el Año de Georgia?
–No.
Era una mentira, no cabía duda. Después de todo, era humana. ¿Quién no iba a empezar a pensar en cómo gastar ese dinero?
–¿Restaurantes de cinco tenedores? ¿Barcos? ¿Fiestas de primera? Probar cómo vive la otra mitad.
–Puedo ver cómo vive –Georgia se encogió de hombros–. No me interesa especialmente.
–¿Por qué no?
–Porque es… frívolo.
–Eso es bastante parcial, ¿no crees?
–¿Más coches de los que puede conducir una persona, casas de ensueño y guardarropas a rebosar de prendas sin estrenar?
–¿De dónde has sacado esa impresión, de la televisión? –la vio fruncir el ceño–. Yo tengo más coches de los que puedo conducir a la vez. Una casa bonita y suficientes trajes para pasar dos semanas sin mandarlos al tinte –como sabía por experiencia–. Pero no me llamaría frívolo. Quizá haya más de lo que te imaginas.
Y no era por él. Se trataba de un prejuicio ya arraigado.
La vio bajar momentáneamente la vista.
–Tal vez. Pero sigo sin estar interesada como para intentarlo. Me gusta mi propio mundo.
–¿Ciencia y jardines hermosos? ¿Qué más?
–Música