Luz de luciérnaga (2a edición) + Somos electricidad. Zelá Brambillé. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Zelá Brambillé
Издательство: Bookwire
Серия: Wings to Change
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013126
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pero aun así la rodeé con mis brazos y la pegué a mi cuerpo.

      Como sanguijuela se adhirió a mi anatomía, sus labios volaron a mi cuello, al igual que una vampiresa, al igual que todas; no había nada interesante o nuevo.

      Carly emanaba un olor agradable a vainilla, su cabello siempre olía delicioso y sus curvas perfectas encajaban cual rompecabezas en mi cuerpo. A su lado todo era así, todo encajaba, supuse que solo yo lo había sentido de aquella forma.

      Levanté los ojos, mi corazón palpitó desenfrenado cuando la ubiqué mirándome desde la barra, su mirada brillaba y relampagueaba al mismo tiempo. Me dio una sonrisilla de lado y, posteriormente, se giró en el banco para darme la espalda.

      Dejé de mirarla, intenté controlar el disgusto concentrándome en la chica entre mis brazos, pero no lo logré. ¿Había entendido todo mal? Quizá iba en serio cuando había dicho que no me quería y los besos sucedieron debido al alcohol.

      —¿Y si vamos a un lugar más privado? —murmuró la rubia, ni siquiera sabía su nombre. Me debatí mentalmente, la tristeza corrió por mis venas cuando me di cuenta de que Carlene no me haría una escena, no se pondría histérica porque no se sentía de esa forma por mí, había malinterpretado todo. Necesitaba sacar sus palabras que continuaban clavándose en mi corazón como estacas.

      —Sí. —Sonrió, tomó mi mano y me condujo fuera de la multitud. Antes de salir murmuré:

      —Necesito hacer algo antes.

      Me encaminé hacia Carly, quien al parecer encontraba entretenida su pajilla, ya que no dejaba de mover los hielos con ella. Toqué con la punta de mi dedo índice —deseando, en realidad, besarla— su hombro. Me miró con curiosidad.

      —¿Me esperas aquí? Regresaré. —Sus pupilas pasearon y se clavaron en la mujer a mi lado, no logré descifrar lo que pensaba. Se estaba escondiendo de mí, y siempre que lo intentaba lo lograba. La rubia apretó mi antebrazo intentando llamar mi atención.

      —De acuerdo —murmuró asintiendo.

      La esperanza de que me arrebataría de los brazos de la loba se esfumó y me hizo soltar todo el aire que guardaba en mis pulmones. Sin decir nada más, me di la vuelta.

      —¿Esa marimacha es tu novia? —La voz chillona de mi acompañante amenazó con perforar mis tímpanos. Sentí la necesidad de mandarla a la mierda porque la había ofendido, pero no dije nada.

      Deseaba poder decir «sí, ella es mi chica, esa mujer hermosa es solamente mía».

      —No —solté tajante y malhumorado.

      Caminamos hacia la camioneta de mi padre en un silencio que fue interrumpido por los traqueteos de sus tacones. Me dejé llevar y seguí sus indicaciones.

      Una vez dentro de su departamento supe que se llamaba Mary, que amaba mucho a su ex, quien la había engañado con su mejor amiga. Ambos compartimos anécdotas mientras tomábamos tragos de vodka y reíamos. Ella me aconsejó, con el semblante descompuesto por el alcohol, que no me diera por vencido, porque amores como el mío merecían ser bien recibidos.

      No recuerdo mucho más después de eso.

      Miré el reloj en mi muñeca de nuevo, la gente a mi alrededor se estaba yendo, partiendo a sus hogares o, como él, a alguna cama para revolcarse como animales.

      ¡Estaba tan molesta!

      No vi el amor que había dicho que me tenía mientras bailaba con esa chica. Al final yo había tenido razón, solo habían sido las hormonas y la confusión. Como Tarzán, estaba segura de que si Jane no hubiera aparecido en la selva, se habría apareado con un gorila o un coco, yo qué sé.

      Tres jodidas horas.

      Estaba indignada, él nunca hacía esas cosas, siempre volvía por mí, me acompañaba a casa y luego volvía a las fiestas para irse con sus ligues, o simplemente permanecía a mi lado toda la noche.

      Debo admitir que la primera hora la pasé llorando, sorbiendo por la nariz y lamentando su partida; la segunda fue para calmar mis pensamientos, cuales bombas amenazando con explotar e ir en su búsqueda para asesinarlo a él y a la mujer, y la tercera estaba sirviendo para enfurecerme como nunca antes en mi vida. Incluso creo que estaba temblando, mis dientes castañeaban.

      —Es obvio que no vendrá, ternura —soltó con lástima el mesero que nos había atendido con anterioridad.

      Me limpié una lagrimita que aún no había terminado de salir y ahogué un suspiro profundo. Miré al chico de ojos café que me observaba con atención.

      —¿Podrías darme una cerveza? —pregunté, a lo que afirmó con calidez. Abrió la bebida frente a mí y me la tendió con calma. No se movió, se quedó de pie mirando cómo bebía antes de que el bar cerrara y la realidad se estampara en mi rostro.

      No iba por mí, se había largado, se había atrevido a dejarme varada en medio de un club desconocido.

      Estaba sola, sin idea de qué hacer para regresar al campamento. Supuse que quedarme dormida afuera del bar no era una buena opción, la gente no se veía demasiado amigable como para hacerlo. La desesperación comenzó a perforarme.

      —Mal día, ¿eh? —cuestionó sonriendo.

      Mis comisuras se levantaron por primera vez en la noche al recordar que justo así había conocido a Lissa. Me encontraba

      en una fiesta, David me había arrastrado al evento, pero al entrar se marchó con una chica. Yo me senté en una barra improvisada con un vaso rojo en las manos, no me atrevía a tomar el contenido por miedo a que tuviera alguna sustancia tóxica. Y entonces llegó ella y, aunque al principio pensé que era una niñita mimada como el resto, me sorprendió. Me contó su vida y yo le conté la mía. Nos hicimos inseparables.

      Me descargué con él como si fuera el amigo de toda la vida. Le conté lo mucho que lo amaba, a veces reía conmigo al contarle aventuras y en otras ocasiones se quedaba más serio que mi madre al verme vestida de negro. Hablé de su cabello y de cómo me gustaba cepillarlo, sobre lo tonto que lucía cuando ingería perritos calientes y de las bromas que solíamos hacerle a la gente que nos molestaba. Le conté todo, no me quedé con nada porque sentí que explotaría si no lo sacaba; era mejor desinflarse de a poco.

      Manny me escuchó, sospechaba que era por la falta de clientes, aunque de vez en cuando me detenía levantando la palma para poder servir algo y minutos después retomábamos la conversación como si nunca se hubiera ido.

      —Créeme que si fuera heterosexual saldría contigo, ternura.

      —Acarició mi brazo y sonrió con cariño, reconfortándome—. ¿Me dejas darte un consejo?

      —Por favor —rogué. Lissa estaba muy lejos.

      —Hay dos cosas seguras en esta vida: uno, cuando un chico te siente segura y sabe que podría tenerte en cualquier momento, no se esfuerza por conseguirte; dos, cuando se da cuenta de que puede perder suele jugar mejor sus cartas. Demuéstrale que eres la mujer más valiosa que conoce, haz que suba a la copa más alta por la mejor manzana.

      Digerí todo lo que había dicho y lo entendí. Había un ligero problema: después de aquella noche no sabía si valía la pena.

      —Gracias, Manny. —Soltó una risilla apenas audible, sonreí un poco—. Creo que debería irme ya.

      —Si me esperas unos minutos podría acompañarte, es de noche, estás en un pueblo extraño.

      Se lo agradecí.

      Manejó su auto negro con paciencia al lugar que le había indicado. Yellow Submarine sonaba de fondo.

      Manny era estudiante de enfermería, trabajaba como mesero para pagar sus estudios,