Luz de luciérnaga (2a edición) + Somos electricidad. Zelá Brambillé. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Zelá Brambillé
Издательство: Bookwire
Серия: Wings to Change
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013126
Скачать книгу
pude ver a nuestros padres riendo despreocupados frente al fuego. Localicé los baños, me adentré en la pequeña construcción y cerré la puertilla metálica. Apoyé mi espalda contra esta y suspiré, temblando, sin saber si era por el clima tibio o lo que acaba de suceder con anterioridad.

      Supe que estaba del otro lado debido a su respiración pesada, la puerta se movió cuando se recargó en ella. Hice lo mismo y deseé que mi frente estuviera apoyada en la de él, que sus labios me volvieran a besar; pero que lo hiciera porque me amaba y no porque no había podido controlar sus impulsos.

      Todavía podía sentirlo besándome, a su lengua trazar una gloria que no conocía, pero era un sueño que no podía ocurrir una vez más porque, en el caso de que sucediera, estaría acabada.

      —Carly, ábreme —suspiró resignado—. Por favor, déjame verte.

      No contesté nada para que el temblor de mi voz no delatara cuánto me dolía el corazón.

      —Cariño, lo siento, no quería molestarte. Quería probarte otra vez, quería… —Su voz tembló, dejé que mi espalda resbalara hasta el suelo—. Entiendo si no quieres hacerlo, no te iba a obligar, luciérnaga.

      Comenzó a tocar la puerta creando una secuencia de sonidos claves, algo que solíamos hacer. Cuando nos enojábamos, tocábamos las maderas, siempre dos toques largos y uno corto en medio de ambos, por último decíamos cosas buenas del otro para recordar el porqué de nuestra amistad.

      Recordé de dónde había salido esa costumbre: nuestras madres nos compraron mascotas, dos lindos polluelos; el mío era rosa y el suyo era azul. Todos los días salíamos a jugar con ellos, hasta que el animalito de Dave enfermó y murió. Estaba tan enojado que decidió que aplastar al mío era una buena idea. Lloré demasiado, se arrepintió, pero dejé de hablarle porque estaba indignada, él había matado a mi pollo. Entonces, un día, comenzó a tocar mi ventana creando una especie de canción, mientras recitaba una carta diciéndome los motivos por los cuáles no podíamos dejar de ser amigos. Después me enteré de que Rachel, su madre, lo había ayudado con el plan.

      Dejé de vagar en mis memorias y abrí mis oídos a sus palabras.

      —Recuerdo aquella ocasión en la que intentaste enseñarme a leer al revés. Lo hacías con fluidez, yo no pude hacerlo.

      Hice lo mismo, toqué la madera y hablé.

      —Recuerdo cuando golpeaste al chico rubio que me molestaba en cuarto año, desde entonces supe que nunca me fallarías —solté, con la imagen fresca de él tumbando a un bravucón.

      —Jamás te fallaría, Carly. ¿Piensas que lo haría?

      No necesité analizar su pregunta, sabía que David jamás se atrevería a dañarme, había pasado la mayor parte del tiempo protegiéndome.

      Entonces, ¿por qué aquella angustia no salía de mi cuerpo? Lissa solía decirme que era paranoica y que mi manera de ser, siempre alerta, no me permitía disfrutar de lo que me rodeaba. Con Dave no quería dejarme llevar porque era una parte importante de mi vida, sin él seguiría viviendo, lograría mis metas, pero sería infeliz.

      Mi madre decía que debía avanzar y aceptar que David nunca se fijaría en mí, que debía dejar de lastimarme y buscar a un chico que estuviera a mis alcances. Ginger jamás estaba contenta conmigo, ni siquiera cuando Richard y yo habíamos empezado a salir. Siempre me había dolido que mirara mis ropas con repugnancia, que despreciara lo que yo amaba, que disfrutara lastimándome. Sin embargo, ahí siempre estuvo Dave, acariciando mi cabello para que dejara de llorar, susurrando que todo estaría bien.

      —No —musité con seguridad.

      —Sí lo sabes, ¿qué está sucediendo?

      —¿Por qué lo haces, Dave? No es gracioso, n-no entie-en-ndo

      —hablé entrecortadamente porque el nudo en mi garganta comenzaba a crecer. David soltó otro de sus largos suspiros.

      —No quiero hacer esto en un baño mal oliente, cariño.

      —¿Lo ves? No sé de qué hablas.

      —Quiero que cuando te diga cuánto te amo pueda verte el rostro, pueda acariciar tu mejilla y mirarte directo a los ojos. Cuando te diga que te amo con toda mi alma quiero besarte y abrazarte. Y entonces, cuando me digas que me amas, demostrarte lo enamorado que me siento de ti, poder susurrar en tu oído «te amo» cada vez que estés junto a mí, pero no puedo verte ni abrazarte ni besarte porque estás escondida junto al maldito retrete.

      —¿Qué? —susurré, en estado de shock. Me levanté con torpeza y empecé a tambalearme, así que apoyé mis manos en el metal de la puerta blanca. Giré la cabeza buscando las cámaras, las pruebas de que aquella era una absurda broma para algún programa televisivo.

      —¿Quieres que lo repita de nuevo o vas a abrirme?

      No podía ser cierto.

      Mi corazón martilleaba, intentando salir de su cautiverio, queriendo extender sus alas para volar en su cielo, recordándome lo vivaz que se ponía tan solo con escuchar su timbre. Aleteando, queriendo desenfrenadamente su contacto. Rogando para que sus manos me sostuvieran como siempre había deseado.

      Abrí la jodida puerta de un jalón. Mi pecho subía y bajaba rápido, como si hubiera corrido miles de kilómetros. Él estaba de pie, separado quizá por medio metro. Era como si estuviera viéndolo por primera vez.

      Se acercó dando pasos cortos con la vista estancada en la mía, midiendo mis reacciones. Su cuerpo se plantó frente al mío, sus manos rodearon mi cintura y me aferraron con ternura.

      La lentitud con la que bajó su rostro al mío me ahogó en un mar de anticipación. Sus dientes tomaron mi labio inferior y lo apretaron para darle después un ligero jaloncito. Me mareé debido a su respiración, a sus labios en los míos. Sé que de no haber estado en sus brazos me habría desmayado.

      Minutos después reaccioné de mi aturdimiento, aquello no estaba bien. Me eché hacia atrás para alejarme. La sangre se me empezó a calentar, el nudo en mi garganta provocó cierto ardor en la nariz, tenía tanto miedo. Le temí a todo en ese momento: a equivocarnos y perderlo, a que después se diera cuenta de que no se sentía de esa forma, a que estuviera confundido. Estaba temblando, Dave era todo, no… no podía solo ignorar eso

      y lanzarme al vacío.

      —No vuelvas a hacer eso en tu vida —musité—. No quiero que me beses nunca más.

      Su rostro me destrozó. Las esquinas de sus ojos y su frente se arrugaron; estaba herido.

      —¿Por qué no? —cuestionó, despacio. Si no desaparecía iba a vomitar. Quise esquivarlo para huir, pero su brazo se levantó y me lo impidió.

      —P-porque… —Se metió al pequeño cubículo del baño. Di pasos hacia atrás conforme se acercaba con sus ojos duros y dulces a la vez.

      Mi increíble torpeza me hizo tropezar con la taza del retrete. David me rodeó rápidamente evitando mi caída. ¿Cómo iba a ser fuerte cuando su olor me penetraba y sus manos ascendían por todo lo largo de mi espina dorsal?

      Él nunca me había tocado así. Un escalofrío me recorrió y me hizo estremecer.

      —Por favor, D —rogué en un susurro.

      —Acepta que me siento de esta forma por ti.

      Clavé la vista en su hombro, mi cabeza punzaba por el revoltijo de dudas, pensamientos e inseguridades. No podía aceptar sus palabras, no podía creerlo, era demasiado irreal. Seguramente estaba pasando por una etapa de confusión o ya se había vuelto loco. Yo no me podía comparar en nada con el mar de chicas agraciadas que lo rodeaban. Todos se burlarían al ver al tipo atractivo con la chica antisocial y fea. Recordé aquella vez en la que me había invitado a un baile de San Valentín y las chicas de mi grupo habían dicho que él solo lo hacía por lástima.

      Estaba segura de que no quería lastimarme ni utilizarme, sin embargo, estaba confundido. Me aferré