Luz de luciérnaga (2a edición) + Somos electricidad. Zelá Brambillé. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Zelá Brambillé
Издательство: Bookwire
Серия: Wings to Change
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013126
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labios y esperé una serie de blasfemias y maldiciones que, para mi sorpresa, no llegó.

      —Está bien, D, ya soy una chica grande que puede cuidarse sola. Además, no soy tu responsabilidad, no te preocupes. —Sonrió con dulzura, así que la miré estupefacto.

      —¿Entonces no estás enojada? ¿Estamos bien? —pregunté con extrañeza.

      —No y sí. —Había cierto brillo en su mirada, como si se estuviera riendo porque conocía un secreto que yo no—. Ahora, grandote, voy a prepararme un emparedado, que muero de hambre.

      Me dio unas palmadas juguetonas en el hombro y me sacó la vuelta para dirigirse hacia los contenedores que nuestros padres usaban para acomodar los alimentos. Sin entender del todo su reacción, me emparejé a su costado.

      —¿Puedo ayudarte? —pregunté, a lo que se encogió de hombros.

      —Puedes untar crema en el pan, supongo.

      Al final solamente hicimos eso, untamos la crema de cacahuate en los panes y nos sentamos a comerlos enmudecidos. Le lancé miradas de soslayo, confundido, pues no me había esperado aquella actitud. Apenas me notaba, eso tampoco me gustaba en absoluto.

      Algo en mi cabeza hizo clic.

      —¿Cómo regresaste anoche? —pregunté, nervioso.

      —Me trajeron —respondió con simpleza. Debería haber estado aliviado de que hubiera encontrado a alguien que la llevara segura, pero una oleada de celos me embargó, me ahogó amenazando con dejarme sin respiración.

      —¿Quién? —cuestioné, desesperado por conocer la respuesta.

      —Un chico que conocí en el bar —soltó antes de darle una mordida a su desayuno. Mis peores pesadillas aparecieron en una simple frase. Era mi maldición, lo mismo había sucedido hacía años con Richard, el rubio jodido Palace.

      —¿Con un chico, Carlene? ¿Por qué hiciste eso? Pudo haberte pasado algo, ¿cómo se te ocurrió semejante estupidez? Debiste esperarme…

      —Interrumpió mi discurso con una risotada.

      —Claro, porque dormir en medio de la calle es lo más seguro del mundo, o caminar kilómetros en medio de las tinieblas de un pueblo extraño es mejor que irse en el coche con calefacción de un joven agradable.

      Un joven agradable. Ya empezaba a sentir las náuseas.

      —De todas maneras, Carly. —Suspiré con cansancio—. No me perdonaría si te pasara algo.

      Se levantó de un salto y me dio la espalda para acomodar los utensilios y las cosas que habíamos utilizado.

      —Lo superarías, Dave —susurró. Como resorte me puse de pie y me acerqué a su cuerpo, al mismo que había contemplado minutos atrás sin ropa y que me parecía increíble. Retiré el cabello de su cuello, recorrí con mi nariz su longitud hasta llegar a su oído, donde soplé mi aliento.

      —No vuelvas a decir eso, ya te dije que te amo, luciérnaga —susurré despacio. Guardó silencio, luego giró para apartarme con su dedo índice.

      —Acéptalo, D, estás confundido, ayer lo demostraste. Creo que deberíamos distanciarnos por un tiempo, tener otros amigos, no sé.

      Estaba destrozándome. ¿Distanciarnos? No, agité la cabeza incapaz de pronunciar palabras porque temía perder la cordura.

      —Resolveremos este problema —susurró.

      —Amarte no es un problema.

      Tomé su barbilla sin poder contenerme y acerqué mi rostro al suyo para poder besarla. Carly se quedó quieta y miró mis labios fijamente. Mil revoloteos se dispararon en mi interior, tenerla tan cerca era un paraíso.

      —¡Mis hijos! ¿Almorzaron sin nosotros? —Carlene se apartó de mí cuando escuchó la voz de mi madre. ¿No podía besarla en paz por una maldita vez?

      —Teníamos hambre —respondí sin ganas.

      Los otros adultos llegaron con sonrisas, las mujeres prepararon el desayuno junto con sus maridos, entretanto nosotros permanecíamos silenciosos observándolos parlotear sobre las actividades que realizaríamos aquel día. Tal vez si me mantenía adherido a ella le podría demostrar que estaba arrepentido.

      —Yo no podré —emitió Carlene, llamando la atención de todos—. Saldré con un amigo que conocí ayer, iremos por un helado.

      Clavé la vista en la madera de la mesa y apreté las manos, mis venas palpitaron y mis músculos se tensaron.

      Por debajo de las pestañas vi que Ginger sonrió de oreja a oreja, eso solo hizo que me molestara todavía más, pues se la pasaba metiéndole ideas en la cabeza sobre encontrar un buen partido. Me tragué el coraje porque no podía hacerle una escena de celos, no cuando yo le había restregado a la rubia el día anterior en la cara.

      Carly se levantó disculpándose, no le quité la vista de encima hasta que desapareció en el interior de su tienda. No pude contenerme, me levanté para seguirla, asomé la cabeza en la casa de campaña. Se encontraba sentada en la bolsa para dormir, entretanto ojeaba su cuaderno de dibujos con tranquilidad. Su vista se levantó y me miró, expectante. Traspasé la puerta y me dejé caer frente a ella, nuestras rodillas se tocaron. Jamás despegó sus ojos luminosos de mi rostro.

      Tomé sus manos y acaricié sus nudillos, admirando lo diminutas que eran en comparación con las mías.

      —Perdóname —susurré en un hilo.

      —Ya lo pediste —dijo.

      —No pienso darme por vencido ni alejarme de ti, Carly.

      Intentó zafarse de mi agarre, pero se lo impedí. Le di un jalón, atrayéndola a mi cuerpo, hizo fuerza hacia atrás para despegarse, pero no lo logró. Hice que sus brazos rodearan mi cuello y atrapé su cintura.

      —¡David! ¡Suéltame! —chilló, e intentó empujarme con sus palmas. Enterré mi nariz en su cabello y respiré hondo, ya no me importaba demostrar lo mucho que la necesitaba, deseaba y quería, ya me había cansado de fingir indiferencia—. Dave, por favor —susurró más calmada y quieta.

      Acaricié su mejilla con la punta de mi nariz y, sin poder contenerme, besé su pómulo bajo su atenta mirada.

      —¿Qué estás haciendo, D? —preguntó. Su aliento chocó contra mi rostro y me volvió loco.

      —No me puedes obligar a seguir fingiendo algo que no puedo, ya no soy capaz de controlar lo que siento por ti.

      Su respiración se entrecortó y se hizo lenta, pude sentir cómo se volvía violenta. Me aventuré poniendo mis manos en su cadera y la moví elevándola para sentarla en mi regazo. Sus brazos seguían separándonos, pero no había fuerza, ya no estaba alejándose. Hundí mi cara en la curvatura de su cuello y la recorrí dejando besos que le sacaron un suspiro. Exhalé el aire al sentir cómo nuestras pelvis encajaban, Carly se movía levemente sin ser consciente del deseo que crecía en mi interior, de las inmensas ganas que tenía de tumbarla y amarla. Soltó un suspiro que alejó mi autocontrol, saqué mi lengua y lamí la piel. Sus dedos se enredaron en mi cabello, entonces no pude más, acuné su trasero y la anclé. Una exclamación ahogada se le escapó cuando se dio cuenta de lo mucho que estaba disfrutando al tenerla encima

      de mí.

      —Necesito irme —balbuceó.

      —No te vayas con él —supliqué. Pegó su mejilla a la mía y me abrazó con fuerza: le correspondí apretándola contra mi pecho—. Me lastimas.

      Carlene se envaró y se echó hacia atrás, sus ojos lanzaban llamas, nunca la había visto tan enojada. Deshice nuestro abrazo porque no entendí las razones de su molestia, no había dicho nada malo. Se puso de pie, así que yo hice lo mismo, y después de darme un empujón nada cariñoso su rostro se llenó de lágrimas.

      Mi corazón se apretó por vislumbrar su estado turbado.