Luz de luciérnaga (2a edición) + Somos electricidad. Zelá Brambillé. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Zelá Brambillé
Издательство: Bookwire
Серия: Wings to Change
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013126
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pueblo

      y tenía novio, decía estar profundamente enamorado de él.

      Media hora después aparcó en el lugar indicado, bajó el volumen de la música y me miró sonriente.

      —Sana y salva, chica. ¿Qué dices? ¿Unos helados mañana?

      ¿Por qué no?

      —¿A las cuatro? —Abrí la puerta del coche, empujándola con mi hombro. Cuando asintió sonriente bajé del auto y me giré para decirle adiós.

      —No olvides lo que te dije, primor —susurró antes de arrancar y perderse en la negrura de la carretera.

      Caminé, al fin tenía algo de calma y serenidad, al menos en los alrededores. Sabía, por la cantidad de madera en el suelo, que nuestros padres habían asado salchichas en la fogata y cantado canciones viejas.

      Por supuesto que la camioneta no estaba y, sin ella, él tampoco. Dolía saber que estaba en los brazos de otra, pero ya estaba acostumbrada a ser su amiga marimacha.

      Con el frío calando me dirigí a mi casa de campaña, cerré desde adentro y me recosté.

      Tantas preguntas que no me atrevía a preguntarle y tantas respuestas que no me daba. Ese día no sabía nada, solo que había sido un error enamorarme de él. Lo dejaría ir, le diría adiós, no le pediría ninguna explicación, dejaría que viviera su vida.

      Con esos dolorosos sentimientos me quedé dormida, soñando con un mundo donde él no estaba. Mi sombrilla no me protegía de la lluvia, así que tenía que esconderme de la tormenta.

      Diez

      Me moví en mi bolsa para dormir, la cual era más suave que la del día anterior. No podía entender aquello, ¿cómo demonios era posible? Mis párpados pesados se abrieron.

      Confundido, miré el techo, eso claramente no era el campamento, era un departamento. Alguien a mi lado se dio la vuelta y lanzó un gemido.

      ¡Santa Madre! ¿Qué había hecho?

      La rubia estaba tendida en el espacio junto a mí. Algo parecido al alivio me relajó cuando me percaté de que estábamos vestidos. Había una botella de vodka en el suelo, ya lo recordaba.

      ¡Joder! Había bebido de más.

      Tardé aproximadamente cinco segundos… cinco largos e infernales segundos en pensar en ella y darme cuenta de que la había dejado olvidada en un lugar desconocido, lleno de borrachos, sin transporte y sola.

      ¡Maldición!

      Lo primero que se me ocurrió hacer en aquel instante fue ir al club, tenía la tonta idea de que tal vez me había esperado ahí, después de todo, no tenía manera de regresar por su cuenta. Llegué con el alma pendiendo de un hilo. Las puertas estaban cerradas, no había guardias cerca, todo lucía solitario. Tragué saliva con nerviosismo, busqué en la acera y en toda la cuadra: no había rastro de Carly por ningún sitio.

      ¿Y si le había sucedido algo malo? Mierda, todo por mi estupidez e impulsividad.

      Con un nudo calando en mi garganta, manejé al campamento, rogué en mi mente que estuviera ahí.

      No había comprobado la hora, supuse que era temprano porque no vi a nadie despierto. Me detuve frente a su casita de campaña y me asomé, la sangre abandonó mi rostro: no estaba ahí.

      Mi pecho empezó a subir y a bajar con velocidad, mi corazón se aceleró tanto que comenzó a doler. Me imaginé lo peor, di vueltas por todo el lugar, intentando pensar en algo, cualquier cosa para poder encontrarla. ¿Dónde la podía buscar? Ni siquiera funcionaban los teléfonos ahí. Todo eso era por mi puñetera culpa, si le pasaba algo jamás me lo iba a perdonar.

      De pronto, tuve una idea.

      Troté por el césped, había un lugar cerca del lago en el que un montón de piedras gigantes formaban una clase de pedestal. Desde que había aprendido a pintar comenzó a escapar a ese sitio, siempre se escurría, a pesar de los regaños de Ginger, a quien no le gustaba que trepara piedras. Recuerdo que corría y yo la miraba hasta que los rayos del sol la consumían y no podía encontrarla más.

      Al levantar la barbilla la encontré sentada en la punta de la roca más alta, sobre sus muslos tenía un lienzo lleno de colores y, entre sus dedos, su largo pincel de madera. No pude imaginar cómo había subido todo eso, esbocé una sonrisa al saber que estaba segura. ¡Menos mal!

      Su cabello chocolate liso se esparcía más allá de sus hombros, su nariz respingada se veía curiosa en la sombra que proyectaba.

      Me recargué en el tronco de un árbol y la observé. Siempre me relajaba mirarla mientras hacía sus cuadros, me tranquilizaban sus gestos, las sombras que se producían en su rostro cuando se equivocaba y ladeaba la cabeza para poder observar con mayor claridad sus trazos.

      Llevó su mirada al amanecer y estudió las luces, los colores o qué sé yo. Se quedó quieta unos segundos y, tras soltar un grito, en un arrebato lanzó por los aires el lienzo, que cayó al lago y flotó, debido a su ligereza, para bambolearse siguiendo el curso de la corriente.

      Se dobló y cubrió con sus palmas su rostro, escondiendo su hermosura por su tristeza. Miré cómo su cuerpo temblaba, estaba llorando. Me partía el corazón saber que quizá el motivo era yo. Una vez más le había fallado.

      Siempre había tenido pánico de contarle sobre mis sentimientos por miedo a que ella no sintiera lo mismo y luego nuestra amistad terminara. Era mejor tenerla de alguna manera a no verla jamás. Lo único que estaba haciendo era alejarla y no quería eso, me negaba. Me amara o no, yo la necesitaba.

      La admiré, minutos después se levantó y comenzó a bajar como toda una profesional. Ya en el suelo sacudió su cabello y caminó de regreso al campamento.

      Adquiriendo una distancia prudente, la seguí, tenía que hablar con ella y pedirle disculpas. También necesitaba pedirle una oportunidad. Si no me había rendido en todos esos años, ¿por qué habría de hacerlo en ese momento? No había dicho la palabra «hermano», eso era bueno, ¿no?

      Con pasos rápidos llegué hasta su casa de campaña y me debatí mentalmente. Tenía dos opciones: esperar afuera o adentrarme en el sitio y obligarla a escucharme. Me decidí por la segunda, así que con decisión me detuve en la abertura de la entrada, pero me congelé y estanqué mis plantas en el suelo.

      Mis ojos viajaron por todo su cuerpo desnudo, cubierto solo por su ropa interior de algodón celeste. La última vez que la había visto sin ropa había sido el día de su cumpleaños. No pude admirarla sin reparos, entonces dejé que mi mirada la barriera. ¡Oh, claro que lo hice! No me lo iba a perder por nada del mundo.

      Su piel era pálida y lechosa, como el chocolate blanco derretido, y había unos cuantos lunares en su espalda que me hicieron sonreír, pues lucían como chispitas dulces. Mis labios picaron, quería besarlos. Sus escápulas marcadas en su espalda me provocaron querer acariciarla, viajar con mis yemas en sus caderas y delinear cada curva con pausa. Sus perfectos y torneados muslos, sus pantorrillas y tobillos… Todo era excitante. Su cabello caía como si fuera un ángel, las puntas se ondulaban al llegar a un trasero con forma de corazón. Hipnotizado, tragué saliva, no podía despegar mis zapatos del cielo en el que me encontraba. Era tan perfecta, mejor que en mis fantasías.

      Salí de mi trance cuando me percaté de que se había vestido y estaba a punto de girarse. ¡Maldición! Amaba mis bolas, no quería que me las cortara. Me moví hacia un lado para que no descubriera mi intromisión, me sentí como un chiquillo haciendo una travesura.

      Carlene salió de su cueva y saltó del susto en cuanto me vio de pie afuera de su casa. Llevó sus manos a su pecho e intentó contener sus respiraciones agitadas. De pronto, me sentí tímido e idiota, sobre todo idiota.

      —Cariño, lo siento. —Iba a pronunciar algo, pero me acerqué y coloqué mi palma sobre su boca para que pudiera escucharme—. Perdóname,