Además, tenemos tres fragmentos, que son parte del ya citado papiro P64, guardado en colegio universitario Magdalen, descubiertos en Egipto a finales del siglo XIX por Charles Bousfield Huleatt y que muestran seguramente frases del Evangelio de San Mateo, capítulo 26, versículos del 6 al 16, en los que se describe la unción de Jesús en casa del leproso Simón y la traición de Judas Iscariote. Según el investigador Carsten Peter Thiede, los fragmentos P64 Magdalen se escribieron entre el año 40 y el 70. Pero para este documento no hay, como en el 7Q4 y el /7Q5, un hecho bien datado, como la destrucción de Qumrán: como ya he indicado, otros investigadores establecieron en su momento, en el año 1950, que el P64 Magdalen era de finales del siglo II.12
Capítulo III
SOBRE LA RESURRECCIÓN
Es natural empezar con Jesús crucificado y, para los creyentes, resucitado: como desgraciadamente no todos, ni siquiera todos los cristianos, saben con claridad, el cristianismo se funda en realidad esencialmente a partir de la resurrección de Cristo. No sobre los diez mandamientos, como se oye tantas veces, incluso a algún cristiano desinformado: sobre Jesús resucitado. No, aunque menos imprecisamente, sobre el ama a Dios y ama y sirve al prójimo, incluido el enemigo. Hay no creyentes que aceptan este principio y tratan de ponerlo en práctica. Como veremos con más detalle, según el cristianismo13 también ellos están en Dios, aunque para ellos Jesús es solo un hombre que enseña y aplica este mandamiento nuevo, «un hombre entre los mejores, si no el mejor», como he oído decir a una persona justa y atea, «y de quien se puede, por tanto, tratar de seguir su ejemplo». Sí, pero Jesús dice ser «el camino, la verdad y la vida», se proclama expresamente Dios-Hijo de Dios y, si no lo fuera, se trataría de un loco o de un gran embustero: sería un hombre irrelevante, no el mejor de los hombres. Para que sea el mejor debe ser también Dios y puedo ahora decir más exactamente que el cristianismo se basa en Cristo, que, resucitando, demuestra ser Dios y que todo lo que ha dicho y hecho viene de Dios.
Nada se crea, nada se destruye
En su Diccionario filosófico, Voltaire se burla de la idea de la resurrección del cuerpo, que para los cristianos es un dogma. Da el ejemplo de los muertos en la guerra, cuyos cadáveres son sepultados en el campo de batalla. Sobre sus despojos, con el tiempo, crecen plantas, se cultivan y recolectan mieses que adquieren la materia de los cadáveres. Pájaros y seres humanos se alimentan de esos frutos, y además los segundos de la carne de esos animales, adquiriendo así en sus cuerpos las moléculas de otros seres humanos difuntos. ¿Cómo van a resucitar los cuerpos si su materia pertenece a más personas?, concluye sustancialmente, burlándose, el gran filósofo.
Hay que precisar qué entiende por cuerpo resucitado el cristiano (si conoce el Nuevo testamento). En contra de lo que pensaba Voltaire, no se refiere a nuestras moléculas. San Pablo, en la Primera Epístola a los Corintios,14 dice claramente que, a imitación del de Jesús resucitado, nuestro cuerpo resucitará de otra manera, de forma gloriosa espiritual y, en concreto, que nuestro cuerpo animal-material y además psíquico al estar dotado de razón-yo, se transformará en cuerpo glorioso y pneumático (espiritual) eterno. Lo dice después de haber antepuesto una alegoría, la de que si se siembra un grano y nace una espiga, la cual es en cierto modo esa semilla, pero, en sentido estricto, ya no es el grano, que se ha marchitado: ninguno de los de la espiga es el grano sembrado, sino, de una nueva forma gloriosa, esa espiga entera es la semilla marchitada.15
Por tanto, es mejor no estudiar el cristianismo con el Diccionario filosófico de Voltaire, quien, evidentemente, al burlarse de la resurrección basándose en el principio del nada se crea y nada se destruye, no conocía el Nuevo Testamento. Todavía hoy se oye decir que, ante los descubrimientos de la ciencia, el dogma de la resurrección de Cristo ya no es sostenible. Por el contrario, la química y la física no cuentan, no tiene ninguna importancia que la materia del cuerpo de un sepultado acabe en la de una planta o que los seres humanos coman sus frutos e incorporen esa materia: para el cristianismo, lo que resucita es nuestra persona en forma sublime y gloriosa espiritual, es algo que tiene que ver con lo Trascendente que no se puede conocer: Jesús, para quien cree en los Evangelios, al presentarse resucitado a los apóstoles, entra en un lugar cerrado, pasa, por decirlo así, a través de las paredes, algo que sería irreconciliable con el principio de la impenetrabilidad de los cuerpos si el Resucitado trascendente estuviera hecho de materia inmanente. ¿Cómo puede ser trascendente la materia? El cristiano tiene la curiosidad de experimentarlo cuando sea el momento. Por ahora, tiene lo que dice San Pablo y lo que afirma la Primera Epístola de San Juan: 16 «Desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es».
Capítulo IV
SOBRE LA HISTORICIDAD DE JESÚS
En los Evangelios se habla a menudo de saduceos, fariseos y escribas, que se relacionan con Cristo, como enemigos, hasta conseguir del procurador de Roma, Poncio Pilatos, su condena a muerte. Puede ser oportuno, antes de proseguir, explicar estas figuras.
Se llaman saduceos a los pertenecientes a familias sacerdotales, junto a sus apoyos laicos. Se proclaman los herederos de las tradiciones saduceas, es decir de los descendientes del antiguo sacerdote Sadoq o Saduq, que vivió antes del exilio de Babilonia: de ahí su nombre. Constituían una minoría noble y rica durante el periodo del segundo templo, construido por Herodes el Grande, llegando a su culminación a partir del año 20 a. de C., una época que concluirá con la destrucción de Jerusalén y el mismo templo en el año 70. Los saduceos aceptaban el valor vinculante de la ley de Moisés y los libros sagrados más antiguos, seguramente todo el Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio); no consideraban palabra de Dios los libros más recientes, desde los siglos II-I a. de C., como el Segundo de los Macabeos (por otra parte rechazado, junto al más antiguo Primero de los Macabeos, por todos los hebreos) y el libro de la Sabiduría, libro de mano farisea, en el que aparece la creencia en la resurrección al final de los tiempos. Los saduceos piensan, como los hebreos más antiguos, que todo acaba con la muerte. Tal vez también por esta idea, se rebajan a pactar con los dominadores romanos, con el objetivo concreto de defender sus intereses terrenales, los únicos reales, según ellos. Sostienen convencidos el libre albedrío y se oponen teológicamente a los fariseos, que esperan la resurrección de los cuerpos y son providencialistas hasta el punto de que parte de ellos cree en la más estricta predestinación. Los fariseos aparecen en el siglo II a. de C. como una facción política y religiosa de «separados» (perushim en hebreo, pharisàion en griego). Se consideran una élite con respecto a los numerosos no observantes, ya sea por falta de voluntad o por ignorancia, a los que llaman con desprecio «pueblo de la tierra», es decir, personas materiales destinadas a no resucitar. Se oponen desde el principio a la clase sacerdotal en el poder, helenizada, a la que podemos llamar los saduceos. Durante la guerra hebrea librada contra el rey Alejandro Janneo, muy sangrienta, decenas de millares de fariseos mueren en batalla y el soberano hace crucificar a 50.000 prisioneros, lo que es apoyado por los saduceos, que habían