Dice mi analista enfáticamente y dando por concluida la sesión, como en el juego de máscaras cuando se descubre a quien había permanecido oculto tras ella: “Usted es el agente de la reparación”. Tengo la impresión de que nunca me reí tanto. Y a decir verdad, a lo largo de tantos años, no había hablado de otra cosa.
Reparar al Otro, al no saber de mi madre, a vivificar a mi padre, y la lista puede seguir… es el sinthome de siempre.
Algunos años después le digo a mi analista que ya no me encontraba intentando despertar a mi padre ni a él y mucho menos a mi marido. Los estaba dejando, no siempre, pero bastante, dormir a todos.
Parto a Buenos Aires y me sorprende: “Me escribe cuando llega”. Claro, le escribí, bastante extrañada, tantas veces que lo despido y viajo y jamás me había pedido algo así, tan como de cuidado. No sé pero me dio un placer enorme escribirle. Simplemente que había llegado bien. Dejarme cuidar por un hombre.
¿Qué del teatro? Después de la fatídica frase: “Me preocupa que no te da la voz”. Los episodios de disfonía y todo eso que les conté, más vale que seguí un tiempo largo con funciones, ensayos, entrenamientos, múltiples consultas a fonoaudiólogas… luego comencé a dar clases de teatro a niños, trabajé de profesora de teatro durante toda mi carrera. También dirigí. Nada me daba más gusto.
A mi vuelta de París la docencia en la facultad es donde el circuito pulsional encuentra la sustitución de ese goce. Dar clases es para mí montar la escena que despierta al otro, despierta el entusiasmo en el sujeto y en el otro, lugar donde hago escuchar mi voz y consigo que reparen en mí.
Y me encanta.
Una amiga escritora y con mucho humor me dijo, “Tu viejo te salvó Gabi, hubieses sido pésima actriz y como analista te va bastante bien”.
Mi amigo Manuel Zlotnik, mientras hacía el pase, me ubicó una cita de Miller que jamás había leído y que me produjo una suerte de conmoción, sorpresa y alegría. Está en la Lacaniana 12, se las leo: “Me atrevería a decir que sería necesario que un análisis desembocara sobre el deseo de exhibirse, es decir, que el pase tuviera algo del deseo del actor”.
¿Qué más? Siempre una de más… no puedo evitarlo…
Se conserva la condición de lo femenino en un hombre para que el rasgo primario de perversión funcione. El activismo como respuesta al deseo femenino. La pregunta por cómo mira una mujer a otra mujer. Las noches largas.
Ah, falta algo, el sueño del final:
Ese del miércoles a la noche que le conté el jueves.
“Llego al consultorio del analista, me dice que ya no me analizo más, que terminé, pero que le viene bien que igualmente esté ahí. Que lo ayude a decorar su nueva casa. Es una especie de loft con cortinas que parecen telones y le sugiero un cambio de color de esos telones. Me cuenta que su nueva casa se debe a que se acababa de separar y me invita a que vaya a conocer a su nueva mujer. Me dirijo a esa casa, me recibe la nueva mujer de mi analista. Es una actriz, Annette Bening. Me dice que pase”.
Y pasé, dos años y medio después de la última sesión, me demoré o mejor, me retardé… un poco…
Gracias.
*- Testimonio presentado en la Noche del Pase en EOL el 4 de agosto de 2014.Publicado en la Revista Lacaniana N°17, Buenos Aires, EOL-Grama ediciones, noviembre de 2014.
1- En castellano: “Pero, usted llega tarde”.
Una mujer sin maquillaje (*)
Presentación de Miquel Bassols
Vamos a escuchar una AE, una posición de la feminidad, una respuesta a lo femenino que no se deduce de la maternidad, que no deriva del deseo de la madre. No había de entrada un ferviente “deseo de ser madre”.
Está muy claro que lo femenino se separa como disyunción del deseo de la madre y del deseo de ser madre. Lo femenino no puede derivarse de la madre. Pero la inversa ¿es posible? ¿Es posible que la maternidad pueda derivarse de lo femenino?
En todo caso ha podido ser muy bien madre, no madre suficientemente buena, tal como decían los postfreudianos, tal vez madre suficientemente mala. En todo caso madre no excesivamente mala si tomamos aquella idea de Eric Laurent: “Lo peor es cuando la verdadera mujer puede manifestarse en la madre”.
Lo femenino no puede deducirse de la madre –de hecho, la famosa frase de algunas madres cuando llega el momento de la pubertad en su hija: “Cuidado, ahora ya eres una mujer” es en realidad, “Cuidado, ahora puedes quedarte embarazada, ahora puedes ser ya una madre”–, si lo femenino nunca se deduce de la maternidad –tampoco como su límite o borde–, se plantea la pregunta de si hay una forma de maternidad que pueda deducirse, derivarse, declinarse, a partir de lo femenino, sin bordes, y que eso ocurra sin excesivos estragos para madre e hija o hijo, pero también para el padre.
En todo caso la cuestión central respecto a lo femenino se plantea así: ¿Cómo ser mujer más allá, más acá o por fuera de la maternidad?
Testimonio
“¿Cómo hace una mujer para hacer lo que tiene que hacer y encima ser mujer?”. (1)
Estas palabras que le robo a Romina Paula, una escritora argentina que me encanta, las hago propias. Algo así o parecido era lo que me atormentaba durante mis análisis.
Mi primer análisis que acompañó mis tiempos de universitaria, aquel al que me dirigí con la indeterminación, ser actriz o continuar con la carrera de psicología, concluye con mi partida a París para estudiar psicoanálisis.
A los 21 años comienzo mi segundo análisis con una mujer.
“Una mujer que sabe del fantasma femenino”, así me fue presentada por otra mujer que no era cualquier mujer para mí.
Cuando la escuché en el Congreso de psicosis y en el teatro San Martín lo primero que me detuvo fue: me gusta, se viste horrible y el peinado es cualquier cosa, pero me agradó un nimio y tonto detalle: que no estuviese maquillada.
Ser mujer sin los postizos de las tontas, así lo creía, me empujaba.
A los quince años el lugar para preparase para ir a bailar era mi casa. Yo había inventado que los maquillajes me daban alergia. Era perfecto para que nadie me cuestione, otra vez, por qué no lo hacía. Y con los tacos altos era obvio que no se podía bailar, así que con eso era suficiente para mis amigas.
La supuse, a ella, la analista, alguien con la que compartía el desprecio por los semblantes universales de lo femenino. La supuse inteligente. Y su voz… entrecortada, porosa, con aire de fatiga…
La pregunta que me condujo a mi segundo análisis fue en torno a la búsqueda por ser una mujer diferente con el sello de lo original.
Bordes de una niña
Quería ser actriz, ya lo saben.
Y todo en mi vida estaba al servicio de satisfacer la pulsión de hacerme ver, hacerme escuchar… en fin, que reparen en mí.
Hay tantas maneras para que eso ocurra. Lo mío tenía que ver con la puesta en escena permanente, incansable, con la condición de lo teatral.
Desde muy chica actuaba todo el día para las cámaras, yendo al colegio, correteando en la vereda con mis hermanos, en la ducha… había una cámara a la que me dirijía todo el tiempo…
Nada era más mortificante para mi hermano que compartir las tan esperadas por mí “salas de espera” médicas, odontológicas, todas.
Y montaba las escenas, sí, actuaba, armaba pequeñas obras, con un público cautivo que en las salas de espera siempre encontraba.
En los dos últimos análisis, las salas de espera,