Una mujer sin maquillaje
Una mujer sin maquillaje
Gabriela Grinbaum
Índice de contenido
Último puchito
Analista Mujer, algo de eso
Un nuevo amor
Inventarse
Una cámara encendida
Mi análisis hubiese sido imposible por Skype
Mis virilidades
Listo
Un estilo de locura
Epílogo, maitena
Grinbaum, GabrielaUna mujer sin maquillaje / Gabriela Grinbaum. - 1a ed . - Olivos : Grama Ediciones, 2020.Archivo Digital: descargaISBN 978-987-8372-13-61. Clínica Psicoanalítica. I. Título.CDD 150.195 |
© Grama ediciones, 2019
Manuel Ugarte 2548 4° B (1428) CABA
Tel.: 4781-5034 • [email protected]
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© Gabriela Grinbaum, 2019
Editora: Dolores Amden
Diseño de tapa: Inés Marra
Foto de tapa y contratapa: Malu Boruchowicz
Gracias Laura Filgueira, Iñaki Jankowski
A los amigos de las noches largas.
Digitalización: Proyecto451
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
Inscripción ley 11.723 en trámite
ISBN edición digital (ePub): 978-987-8372-13-6
A Gus, el amor de mi vida
Libro
Les aclaro
Se van a hartar
De mí
Me pasó a mí
No voy a ofenderme
Necesité hacer este libro
Luego de tres años de testimoniar
Tres años de hablar de mi caso
Y se van a hartar de las repeticiones
Porque soy una
Aun cuando hay muchas una
Una mujer son muchas mujeres
Y aun así me harté de mí
O mejor, de mi caso
Decidí dejar prácticamente sin retocar los diferentes testimonios que he presentado.
Como cada ocasión no sabía si habían escuchado el testimonio anterior o el anterior del anterior. Me he repetido.
Les ofrezco aquí una salida de lo femenino en un análisis de la orientación lacaniana.
Prólogo
Para el psicoanálisis, para los psicoanalistas, el enigma de lo femenino no está resuelto. Freud lo dejó en un callejón sin salida, en el mismo que él había quedado atrapado al tratar de ordenar la sexualidad a través del falo. Para salir de este atolladero no elucubró más que tres soluciones: la renuncia a la sexualidad, la identificación viril, la maternidad. Pero de alguna manera sabía que con eso no bastaba y con ese amor por la verdad del que dio pruebas, le confiesa a Marie Bonaparte, su alumna y analizante: “La gran pregunta sin respuesta a la cual yo mismo no he podido responder a pesar de mis treinta años de estudio del alma femenina es la siguiente: ¿Qué quiere la mujer?”.
Lacan toma el relevo y desde muy temprano considera que la solución a través del falo –serlo, tenerlo– lleva a una mujer a renunciar a lo más esencial de su feminidad. Le llevó años formular que “lo más esencial” era un asunto del cuerpo y del goce que lo habita, ajeno a la captura por el significante, ajeno al recorrido de la pulsión, ajeno a los objetos que a dicho goce lo condensan. Lo esencial de la feminidad era, precisamente, lo que el falo era incapaz de representar, de nombrar, de localizar.
Freud supo escuchar a las histéricas y creyó, por un tiempo, que ellas le habían revelado el secreto de lo femenino. Lacan quiso escuchar a las mujeres. Esperaba algo de ellas, alguna luz que iluminara lo que las histéricas le habían escamoteado a Freud. Pero el saber sobre el goce es esquivo. Y, entonces, concluía que de ese goce ellas no sabían nada, salvo que lo sentían… a veces.
De ahí se desprende una solución pragmática: abandonar la búsqueda de “la esencia” e interesarse en las mujeres, una por una, para escuchar lo nuevo –siempre lo nuevo– que ellas tienen para decir.
Gabriela Grinbaum lo dice a su manera, singular, inconfundible. Lo llama un estilo de locura: “La locura es, de entre lo que resta, lo más femenino que tengo”. Dice “lo que resta”, porque ella se analizó durante veintiocho años buscando la esencia de la feminidad en las mujeres que no habían sido madres, en las “viriles”, en las exitosas, en las lesbianas. Su curiosidad: el lazo de una mujer con otra. Su anhelo: ser la Otra de las mujeres. Su locura: creer en La mujer y suponer que esta se ocultaba tras las máscaras, los velos, los postizos. Su estrategia: ser una mujer sin maquillaje.
Sabemos todo esto porque habló de ello durante los tres años en los que ejerció como Analista de la Escuela (AE) luego de haberse presentado al dispositivo del pase. Lacan, el que quería saber, la habría escuchado atentamente a Gabriela, la que habla de más, la que dice lo que no conviene… Pero él no está. Ahora nos toca a nosotros, lectores, aprender de boca de una mujer lo que ella tiene para enseñarnos.
En primer lugar, que una mujer es para otra mujer un misterio tan indescifrable como lo es para los hombres, como lo era para Freud, como lo fue para Lacan. No hay sororidad que haga desaparecer el enigma; no hay identificación que no las rebaje a la anatomía o las reduzca a los semblantes.
Luego, que la irreverencia no elimina lo indecible por más que se hable a calzón quitado o se vaya por la vida a cara lavada. Porque la cara lavada no es sino otro nombre del maquillaje con el que se viste una mujer más allá de cualquier ilusión de autenticidad, de originalidad, de transparencia.
Parece que a Lacan le gustaba especialmente el cuento de Alphonse Allais, Un rajá que se aburre. Allí se narra el hastío del rajá –que vanamente los servidores intentan entretener– hasta la entrada en escena de las bailarinas:
¡Aquí están las bailarinas! Las bailarinas no impiden que el rajá se aburra.
¡Afuera, afuera las bailarinas! Y las bailarinas se van.
¡Un momento, un momento! Hay entre las bailarinas una nueva pequeña que el rajá no conoce.
–Quédate