Sobre las ruinas de la ciudad rebelde. Carlos Barros. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Carlos Barros
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417731991
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están formados por materia sutil o éter que impulsa a los astros, aunque sería factible pensar que los ángeles también colaboran de alguna manera, tal y como indica el libro de Job —convino Tosca haciendo elucubraciones.

      Las teorías expuestas allí sobre astronomía y la composición del universo dejaron una huella muy profunda en la joven mente de Salvador, eran ideas que chocaban muchas veces frontalmente con verdades absolutas que le habían hecho aprender sus maestros anteriores. Después de repasar una y otra vez varios textos sugeridos por Tosca, se sentía tremendamente confuso respecto a algunos de éstos temas. Si incluso unos sacerdotes como el propio Tosca y el padre Zaragoza reconocían a veces que no sabían si podía ofenderse a Dios al valorar ciertas ideas, cómo no iba a sentirse él.

       II

      El director del colegio de San Pablo, el afable padre Prudencio, había citado aquella mañana al conde de la Espuña a una reunión en el centro. El motivo de dicho encuentro no le había sido revelado, y aunque era algo que mantenía sumamente intrigado a Don Pedro, se abstuvo de hacer enturbiar con ello sus pensamientos hasta ver resueltas de primera mano sus razonables dudas. Decidió aparcar cualquier atisbo de preocupación y se mostró afectuoso en el reencuentro con su hijo en las dependencias del colegio. De un tiempo a esta parte ambos mantenían una relación más que distante, era evidente que Salvador ya no era el mismo desde que vivía en Valencia y había ingresado en la reputada institución. Sin embargo este hecho no le preocupaba en exceso al conde, pues lo achacaba simplemente a que el muchacho había dejado de ser un niño y confiaba en que allí estaba recibiendo la formación adecuada.

      Cuando llegaron al despacho se encontraron con dos hombres esperándoles. El padre Prudencio, sentado en su silla con los codos apoyados en la mesa y juntas las manos, les invitó a pasar con gesto relajado mientras que en una esquina, de pie, otro sacerdote aguardaba mirando tranquilamente el paisaje de la ciudad a través de la ventana. Don Pedro hizo su entrada en dicha sala con paso firme golpeando fuertemente el suelo con su bastón, como hacía siempre, tras de él Salvador seguía sus pasos con mayor inseguridad.

      —Buenos días señor Martín —le dijo el director.

      —Buenos días padre. ¿Qué se le ofrece?

      —No sé si Salvador le habrá puesto al tanto del motivo de nuestra llamada.

      —La verdad es que no, sea lo que sea mi hijo no ha querido soltar prenda, el muchacho es muy introvertido —justificó a la par que lanzaba una breve mirada inquisitiva a Salvador.

      —Está bien, en tal caso lo primero que le diré es que no tiene por qué preocuparse, su hijo es un excelente estudiante, de los mejores que tenemos en la escuela.

      —Me alegra mucho oír eso.

      —Naturalmente —asintió Prudencio sonriente—. Si me lo permite, me gustaría presentarle al padre Tosca aquí presente.

      Tosca se aproximó entonces saliendo de su aparente ensimismamiento y el padre Prudencio hizo las correspondientes presentaciones.

      —No sé si habrá oído hablar usted de él.

      —Pues no, lo siento, no sé si debería —dijo don Pedro algo confuso.

      —El padre Tosca es uno de nuestros mejores maestros, su fama y reconocimiento traspasa los muros de este humilde colegio y de nuestra orden. En círculos académicos es toda una eminencia.

      —Oh, vaya, perdonen entonces mi ignorancia, ¿es usted uno de los profesores de mi hijo? —le preguntó.

      —No —dijo el padre Tosca—, pero me gustaría serlo.

      Don Pedro le miró contrariado.

      —Verá —continuó el padre Prudencio—, el padre Tosca es el fundador de una importante escuela de matemáticas. Se trata de un pequeño reducto al margen de este colegio para un selecto grupo de iniciados. Sus alumnos son seleccionados entre los mejores de todo el Reino de Valencia para perfeccionar sus habilidades en la materia al lado de brillantes maestros como él.

      Don Pedro le dedicó una mirada escrutadora a aquel misterioso sacerdote, como si le acabaran de describir a un bicho raro.

      —Salvador es un pequeño prodigio en el campo de las matemáticas, diría que de los más entusiastas de los que he visto pasar por aquí en muchos años. Para mí sería todo un honor que este joven pudiera unirse a mi modesto grupo académico —continuó Tosca.

      —¿Qué clase de ofrecimiento es éste? —dijo don Pedro con cierta indignación.

      —Le estamos ofreciendo sencillamente lo mejor para su formación —contestó Tosca.

      Don Pedro trató de serenarse un poco.

      —Tengo que decir que hasta ahora estoy enormemente satisfecho de la evolución de Salvador en este colegio, lo traje aquí para que le enseñaran las virtudes de la sabiduría y el conocimiento. Pero con el debido respeto, padre Tosca, no estoy para nada dispuesto a que se desvíe del resto de sus obligaciones, que son muchas, supongo que eso lo entiende.

      —Por supuesto que lo entiendo, pero créame, no tiene por qué preocuparse. Sería más que ventajoso que Salvador continuara profundizando en sus estudios, le aseguro que no le robaría más tiempo del necesario, lo que le viene dedicando hasta ahora.

      —Lo siento, no quiero dudar de la bondad de sus enseñanzas padre Tosca, pero… tal vez debería meditar serenamente sobre las implicaciones de lo que me han dicho. Así tan de repente me han puesto en una pequeña encrucijada y no sé qué decir.

      —¿Por qué no dejamos que decida el chico? Al fin y al cabo acaba de cumplir los trece años, y creo que su opinión en todo esto debe de tenerse en cuenta.

      El padre Tosca dirigió su simpática mirada a los ojos de Salvador, que hasta ahora había permanecido en un segundo plano.

      —Tú que dices Salvador, ¿te gustaría ingresar en mi escuela de matemáticas? —le preguntó su querido profesor.

      —Sí, me gustaría mucho padre —le respondió con sinceridad.

      Don Pedro contempló la escena con estupor, pero al reconocer el brillo en la mirada de su hijo adivinó una gran ilusión por cumplir ese deseo. Y aunque no veía con demasiados buenos ojos aquella especie de academia de eruditos, su pequeño corazoncito de padre se ablandó.

      —Está bien, si de verdad es esa tu voluntad, mientras no interfiera en el resto de tus obligaciones, la respetaré —le dijo don Pedro a Salvador mientras éste le sonreía satisfecho.

      Para Salvador, aquellos años en la escuela de matemáticas del padre Tosca fueron los más fructíferos de su vida en términos académicos, y probablemente también de los más felices. Fue una renovación profunda en su manera de pensar y de ver el mundo, una auténtica revolución para sus capacidades intelectuales. Tuvo necesariamente que olvidarse de casi todo lo aprendido anteriormente y dejar la mente en blanco para dejar penetrar poco a poco un conocimiento más puro y verdadero.

      Al amparo de una parte de la comunidad jesuítica valenciana que le veneraba, y alimentado también por su propia pasión por las ciencias, Tosca había creado un ambiente de estudio y de trabajo único e inigualable. Los alumnos que entraban bajo su protección aprendían los fundamentos de infinitas materias con el trabajo de los más brillantes intelectuales de Europa libres de cualquier atadura. Las matemáticas eran la base de todo y estaban en el origen de todo. Por mundana y prosaica que fuera la teoría, cuando uno rascaba un poco ahí estaban las matemáticas, simples y precisas, disfrazadas con letras y fórmulas incorruptibles eran ajenas a cualquier traza de imperfección. Pero por encima de todo, por encima incluso de las matemáticas “la ciencia de Dios”, había siempre una palabra, una sola palabra que lo resumía todo: el método.

      Aquella palabra, en apariencia inofensiva, encerraba la clave filosófica del avance científico. Cualquier suposición anterior podía ser refutada racionalmente, ideas en apariencia brillantes eran pronto reducidas al absurdo, teoremas antiguamente desechados eran rescatados