Sobre las ruinas de la ciudad rebelde. Carlos Barros. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Carlos Barros
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417731991
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un nombre, diferentes a los que él les había puesto, y habían sido observadas y anotadas por estudiosos durante siglos. Había estrellas más y menos brillantes, planetas, manchas difusas que en realidad no eran sino muchas estrellas juntas. Estaban los cometas que tanto gustaban al maestro de Tosca, el padre Zaragoza, y luego estaba la luna, cuán asombroso era ver ampliado su relieve con los prodigiosos instrumentos de aumento.

      El siguiente libro que el padre Tosca le prestó fue el Saggiatore, del científico italiano Galileo Galilei. Pero este ejemplar no estaba entre los volúmenes de la biblioteca del colegio, sino que era de la librería personal de Tosca.

      —Creo que ya estás preparado para pasar a algo más avanzado —le dijo al entregárselo.

      El libro le fascinó de principio a fin, devoraba sus páginas en el patio del colegio entre clase y clase, sin ser consciente de que podría acarrearle algún problema.

      —¿Qué libro es ese que lees con tanto interés, Salvador? —le preguntó un día el padre Fermín con suspicacia.

      Sentado en las escaleras de entrada del patio, estaba tan absorto en la lectura que apenas se había dado cuenta de que su profesor le miraba por encima del hombro. Cerró el libro de golpe y se llevó tal susto que a punto estuvo de caérsele al suelo.

      —Es solo un viejo tratado sobre el cielo y los planetas —le dijo esperando satisfacerle con eso y que le dejara seguir leyendo tranquilo.

      —Déjame ver —le dijo Fermín decepcionado por que no fueran textos sagrados.

      Por alguna razón, Salvador no estaba muy convencido de que fuera buena idea que su profesor averiguara la clase de lectura que se traía entre manos, pero tratándose de una obra recomendada por el padre Tosca tampoco creía que hubiera nada de malo en ella. Sin embargo, el padre Fermín torció el gesto apenas hubo hojeado un par de páginas, y de la curiosidad pasó al enfado en cuestión de segundos.

      —¿De dónde has sacado tú este libro? —le preguntó.

      De pronto sintió que le estaban acusando de un terrible delito y no supo qué decir. Ante su silencio, la ira de su profesor iba en aumento y Salvador solo sudaba queriendo desaparecer de allí cuanto antes. Hasta que una voz que provenía del interior del colegio acudió providencialmente en su auxilio.

      —Fui yo quien se lo dejó. ¿Cuál es el problema padre Fermín? —dijo el padre Tosca.

      Fermín le miró contrariado y desafió también al venerado profesor.

      —¡Pero si este libro está lleno de blasfemias y su autor es considerado un hereje por la Santa madre Iglesia! —exclamó.

      —No hable tan a la ligera de ese tema Fermín, el pecado en todo caso está en el hombre, no en el libro —argumentó Tosca con toda tranquilidad.

      —No seas ingenuo —le replicó Fermín sin dar su brazo a torcer.

      —¿Se ha leído el libro? —le preguntó entonces Tosca.

      —¿Cómo dice? —le dijo Fermín ofendido.

      —Para poder opinar sobre un libro es menester haberlo leído primero.

      Fermín estaba atónito ante semejantes impertinencias, pero era evidente que en un combate dialéctico con el padre Tosca tenía las de perder, la fuerza con la que había empezado la discusión al principio empezó a debilitarse.

      —Qué tontería, no me hace falta.

      —Muy bien, entonces le reto a que encuentre en estas páginas el mínimo resquicio de herejía.

      —No quiero perder el tiempo leyendo textos impuros —dijo Fermín con arrogancia.

      —Perfecto, devuélvame el libro entonces.

      Era evidente que había terminado por sacar al padre Fermín de sus casillas. Le devolvió el libro con ostensible enfado y se marchó de allí lanzándole una última advertencia.

      —Tenga mucho cuidado con lo que hace, padre Tosca.

      Cuando estaban ya lejos de la mirada del profesor Fermín, Tosca le devolvió a Salvador el libro, no sin antes aconsejarle que reanudara su lectura en su habitación en privado. Fue así como entraron en su vida las teorías de Galileo y Copérnico, dos científicos que habían vivido en la centuria anterior y a los que Tosca consideraba los padres de la cosmología moderna. Habían sido los primeros en elaborar una asombrosa teoría que situaba al Sol en lugar de la tierra en el centro del universo. Así, alrededor del Sol orbitarían los seis planetas: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter y Saturno, mientras que las estrellas eran objetos distantes que permanecían fijos.

      Su hipótesis era tan revolucionaria que había costado muchísimos años empezar a asimilarla. Por lo que Tosca le decía, la teoría heliocéntrica había dado lugar a muchas controversias durante mucho tiempo, pero era innegable que simplificaba mucho el modelo para elaborar los cálculos. El propio maestro se lo explicó mediante un dibujo.

      —Tomemos la hipótesis de que el Sol permanece quieto y es la Tierra la se mueve con una serie de movimientos distintos: el movimiento de rotación, el de traslación y el de declinación, que sirve para explicar los equinoccios. Cualquier movimiento que parezca realizado en la esfera de las estrellas no es tal; sino que lo que se mueve es la Tierra que gira cada día y da una vuelta completa, mientras que la esfera de las estrellas está inmóvil. De esta misma manera, los movimientos del Sol no se deben a él, sino a la Tierra que gira en torno a él igual que el resto de planetas.

      El descubrimiento era fascinante, empezó así a comprender cómo funcionaba todo. Sin embargo, el padre Tosca le advirtió de que había que tener mucho cuidado con los lugares en los que uno se refería a esa teoría, puesto que aún no había sido refrendada por los padres de la iglesia católica. Salvador recordó entonces el desafortunado incidente con el padre Fermín unos días atrás.

      —Mi maestro el padre Zaragoza, por ejemplo, decía que aunque esta teoría estuviera condenada por la congregación de los Santos Cardenales Inquisidores como contraria a las Divinas Letras, era válido valerse de ella para el cálculo de los planetas, puesto que solo se condenaba la actual realidad de esta composición, pero no su posibilidad —le dijo Tosca.

      —¿Y usted qué opina padre? ¿Es pecado hacer uso de esta teoría? —preguntó Salvador algo asustado.

      —No hijo, yo creo que no —trató de tranquilizarle—. No habiendo ningún argumento decisivo ni a favor ni en contra del movimiento de la tierra, no hay ninguna razón por la que los textos de las Sagradas Escrituras que atribuyen el movimiento al Sol y la estabilidad a la tierra deban dejar de ser interpretados en sentido literal, lo que no obsta para que pueda utilizarse el sistema de Copérnico en calidad de hipótesis o suposición.

      Salvador se quedó mirándole largo rato pensativo.

      —Aún eres muy joven Salvador, ya tendrás tiempo de comprenderlo todo. Además del padre Zaragoza, muchos estudiosos de nuestra orden se han dedicado a reflexionar en sus textos sobre estas teorías. Sería muy interesante que le dedicaras un tiempo a ellos en la biblioteca: Schott, Riccioli, Fabri, Scheiner, Milliet Dechales… te ayudarán a comprender muchos de los resultados de Galileo, Toricelli, Castelli, y otros discípulos y seguidores.

      —Padre, ¿de qué material están hechas las estrellas? ¿Y el cielo? ¿Y los planetas? ¿Acaso todas estas teorías no chocan con el sagrado libro del Génesis? —le preguntó Salvador intrigado.

      —Es normal que te hagas tantas preguntas hijo mío. Y lo mejor es que, basándote en la observación, la experimentación y en la fe católica, saques tus propias conclusiones.

      Pero como Salvador le preguntaba con tanta insistencia, terminó explicándole cuál era su teoría según la cual encajaba todo entre el complicado puzle del génesis y el universo.

      —Dios ha llenado el cielo de un cuasi infinito número de corpúsculos, o átomos. Éstos son unas sustancias sobre toda la imaginación humana sutilísimos, los cuales son la materia primera