Sobre las ruinas de la ciudad rebelde. Carlos Barros. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Carlos Barros
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417731991
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ya estaba, ya lo había soltado, ahora solo faltaba que el discurso hubiera estado a la altura. Esperó unos segundos allí quieto que le parecieron eternos y entonces, uno detrás de otro, todos los asistentes irrumpieron en un sonoro aplauso al candidato, le felicitaron y le dieron la bienvenida como miembro de pleno derecho de la Academia. Escogió el nombre en clave de Paracelsus.

      Llevaba varios años inmerso en un bonito sueño del que no deseaba despertar jamás. Tras el éxito abrumador de su intervención en la Academia se consideraba a sí mismo un auténtico privilegiado, a sus quince años estaba viviendo una auténtica revolución en múltiples áreas del conocimiento codeándose con la élite de la difusión de estas disciplinas. Era algo a lo que jamás habría tenido acceso en cualquier otra escuela convencional. Sin embargo, como ocurre a menudo con un sueño grande y hermoso, tuvo un final abrupto y precipitado, un choque frontal con la realidad. Si hubiera que poner un día, un momento, para el despertar súbito de aquella ensoñación, habría que trasladarse sin duda a una apacible mañana de aquel mes de marzo de mil setecientos dos.

      Salvador se encontraba en la escuela matemática del padre Tosca como un día más. Desde que ingresara en la Academia había incrementado notablemente la confianza en sí mismo y el propio maestro Tosca le premió pidiéndole que le ayudara en uno de los proyectos más ambiciosos que había iniciado en los últimos años: la elaboración de un plano detallado de la ciudad. El religioso pasaba horas haciendo escrupulosas mediciones y anotaciones, dibujaba y tomaba referencias continuamente. Su idea era plasmar después todo aquello de manera precisa utilizando las novedosas técnicas del estudio geométrico de las cónicas, cuyo desarrollo había recopilado de sus maestros franceses.

      Unos sonoros golpes en la puerta sobresaltaron a maestro y alumnos, alguien estaba asestando impactos en la madera con inusitada violencia. Tosca se levantó de su silla y fue a ver lo que pasaba.

      —¿Quién es? —preguntó.

      —¡Abra inmediatamente! Vengo a llevarme a mi hijo —anunció una voz grave desde el otro lado del aula.

      Salvador reconoció de inmediato la voz de su propio padre. Tosca se decidió entonces a abrir la puerta y su interlocutor la empujó hacia adentro con impaciencia. La poderosa figura del conde de la Espuña con su tosco caminar apoyándose con fuerza en su bastón irrumpió de golpe en la estancia. Su facciones estaban contraídas denotando en su rostro cierta rabia acumulada; el maestro por el contrario mantuvo su habitual serenidad, parecía no haberse alterado lo más mínimo con su presencia.

      —Buenos días señor don Pedro, ¿a qué debemos este honor? —le preguntó.

      —Ya se lo he dicho, vengo a llevarme a mi hijo de aquí.

      —¿Se trata de algo muy urgente? Su hijo se encontraba ahora mismo ocupado —le dijo el cura mostrándose ofendido.

      —¡Basta ya de impertinencias padre! No me obligue a ser maleducado.

      Esta vez Tosca sí que perdió un poco la compostura, no se esperaba que le alzaran el tono de voz de aquella manera en su propia casa.

      —Ya le advertí sobre sus clases particulares a mi hijo. ¿Con qué derecho ha osado usted a monopolizar por completo su tiempo? —le increpó el conde.

      —Señor Martín, por favor —dijo Tosca rehaciéndose—, creo que está sacando usted las cosas de quicio.

      —¿Ah, sí? ¿Cómo es posible entonces que tenga descuidadas por completo sus obligaciones? Tendrá el valor de decirme que son más importantes las lecciones que usted le enseña.

      —Lo que yo siempre digo es que hay tiempo para todo si uno sabe organizarse.

      —En efecto, y a partir de ahora seré yo el que empiece a organizárselo un poco mejor que lo que usted lo hace. Vámonos hijo —dijo dirigiéndose a Salvador—, hoy tienes cosas que hacer.

      A Salvador le causó tal impacto presenciar aquella escena que, a pesar de escuchar la orden expresa de su padre, no se movió. En lugar de eso, se quedó quieto mirándole fijamente con cierta decepción, detestaba que arreglara siempre las cosas con tanta torpeza y hubiera tratado de aquella manera al padre Tosca.

      —Vamos Salvador, ya has oído a tu padre, hoy tienes cosas importantes que hacer. Ya seguirás con esto en otro momento —le dijo Tosca en tono conciliador.

      No tuvo más remedio que obedecer y marcharse aquel día con su padre, imaginaba que a participar en alguna de sus tediosas e insulsas reuniones con tipos simples y altaneros semejantes a él. Tosca les acompañó hasta la puerta y siguió comportándose de manera tranquila y correcta.

      —Recuerde lo que le he dicho padre, no me obligue a tomar otras medidas —le dijo don Pedro amenazante cuando se marchaba.

      A Salvador no le sorprendía nada esa actitud, lo que más temía era cuáles iban a ser las consecuencias de aquella “reorganización” de su tiempo, pues en efecto su padre se había propuesto reducir sus horas en la escuela a la mínima expresión. Estaba completamente decidido a terminar con todo aquello definitivamente para que se dedicara a cosas de mayor provecho. Y eso no era otra cosa que la base de la economía familiar. Don Pedro se tomó como algo personal que Salvador aprendiera de verdad todo lo que había que saber sobre el noble arte de la sedería. Desde los vastos campos de morera que se extendían en enormes parcelas en todas las comarcas cercanas a la capital, hasta los legendarios talleres en los que se tejían las más ricas y complejas telas que habían dado tanta fama a la ciudad: terciopelos, damascos, brocados, brocateles y sobre todo sedas brochadas o espolinadas.

      Decidió que lo mejor era empezar por el principio: las extensiones de moreras de los dominios de los Espuña, y la primavera era sin duda la mejor época del año para visitarlos, pues sus hojas limpias y tiernas reverdecían en todo su esplendor. Este era el momento en el que se concentraba también el grueso del trabajo en el campo. Centenares de hombres, agrupados y organizados convenientemente, trabajaban de sol a sol en la recogida de las preciadas hojas de estos árboles. Disponían enormes mantas en el suelo en las que iban depositando aquellas que habían alcanzado el grado de maduración apropiado para su recolección, cuanto más verdes y jugosas, mejor. Cuando estas mantas estaban repletas, se plegaban formando enormes sacos de hojas que debían ser transportados en carros a los criaderos.

      El de los campos no dejaba de ser un proceso de recolección simple y anodino, era en estas granjas donde empezaba a obrarse el milagro. Don Pedro llevó a su hijo hasta unos grandes edificios con la forma típica de la barraca valenciana en los que se vigilaba la crianza de los gusanos. Se hallaban a las afueras de la ciudad y eran también propiedad de la familia, de la sociedad formada por su padre y su tío.

      —Verás —comenzó—, el primer paso es obtener las semillas del gusano de seda, es preciso que provengan de crianzas sanas y robustas para asegurarse una buena producción de gusanos. Esto ya lo hicimos en los meses de septiembre y octubre, conservándolas en lugares frescos, secos y ventilados. El proceso de incubación o cría del gusano empezó en el mes de marzo, cuando las moreras ofrecían sus yemas del tamaño de un garbanzo.

      Continuó explicándole cómo en el criadero se preparaban los lechos de hojas de morera en diferentes soportes de ramas y chamizo, dispuestos en varios niveles, y se iban colocando los pequeños gusanos en cada uno de ellos. A partir de ese momento había que alimentarlos diariamente con hojas nuevas y frescas. Después de treinta y nueve días, aproximadamente, el gusano de seda comenzaba a elaborar el capullo donde se encerraría para transformarse en crisálida.

      —¿Cómo podrán estos bichos tan feos producir un tejido tan maravilloso? —dijo Salvador demostrando un súbito interés.

      —Es un gran misterio de la naturaleza hijo, como tantos otros, pero no tengas tanta prisa, aún resta mucho trabajo hasta poder llegar a eso.

      —Siga padre, por favor —le dijo animándole.

      —Con la recolección de los capullos empieza el proceso de obtención de la seda en los talleres de los artesanos, los nuestros se abastecen de este criadero de Benimaclet y de los capullos que nos venden los labradores criados