Todo pasa. Horacio Serrano. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Horacio Serrano
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561425439
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de ámbito continental. El chileno nace con el código en la mano. Es un hecho.

      ¿Es este un énfasis adecuado −bien entendido, como énfasis principal y dominante− para un país nuevo, de escaso desarrollo económico, de muchas aspiraciones y de alta procreación? Bien está que el chileno nazca con el código en la mano. Es un comienzo auspicioso. Pero, ¿no debiera morir con un manual gastado y muy usado en la otra, de constructor, mecánico, electricista u hortelano?

      PERFECCIÓN MATRIMONIAL

      11 de noviembre de 1964

      Delhi, la capital de la India, contiene dos ciudades: la Nueva, sede del gobierno, con avenidas de árboles −todos iguales y ninguno igual a otro−, quintas y flores, y la otra, la Vieja, supuesto corazón del antiguo imperio mogol que ha detenido el tiempo conservando su edificación islámica-persa, sus vacas, que andan a santa voluntad, sus camellos y elefantes.

      Lord Carson, el gallardo virrey, tuvo un palacio en esta vieja ciudad. Es hoy un hotel con monos, lagartijas y una spes unica: los vendedores de tapices. Entre ellos se destaca Alí, musulmán. Fue valet de una actriz de cine y monaguillo de un cardenal. Una y otro, además, le compraron alfombras, por lo que sabe Dios −¿o no lo sabrá?− qué precio pagaron.

      Una mañana llegó Alí al hotel sin tapices y con lágrimas en los ojos.

      –¡Que Alá bendiga al gran señor! ¡Que me haga él un gran servicio! Tengo dificultades en mi casa. Muy serias. ¡Que venga el gran señor a hacer la paz! Tengo dos esposas muy bellas de las cuatro que permite el Corán. Ellas me hacen la vida imposible. ¡Venga gran señor!

      El “no” occidental, rotundo, de pecho definitivo, absoluto, no tiene importancia para los musulmanes… Allí vivía −ahí debe estar en estos momentos− a pocos kilómetros de la vieja Delhi.

      Violentando sus costumbres, se presentó en el pequeño salón de la casa la esposa más antigua con una taza de café. Era efectivamente muy bien parecida. Hubo un silencio y después dijo en un inglés de libro:

      –Él está muy contento conmigo. ¡Gracias a él!

      Terminado el café, llegó la segunda esposa, también de muy buen ver. Otra taza de café.

      En el fondo de cada occidental hay un misionero… y un petulante. Ambos pensaron. “La avería está pintada. Por algo hubo una sola Eva para Adán. ¡Qué perfecto es el matrimonio occidental!”.

      −Él −dijo la segunda− está muy contento conmigo. ¡Gracias a él!

      No había más que hacer. La gestión había tenido pleno éxito. Es el estilo de los americanos del norte y del sur. Su sola presencia soluciona conflictos.

      Alí permanecía silencioso. La segunda esposa dijo entonces:

      –Desearíamos atenderlo mejor a él. Él debe tener una tercera esposa. Ya la encontró. Es buena y bella. Pero él no tiene dinero para el matrimonio. ¿Podría usted, gran señor, prestárselo?

      El tiempo está detenido en la vieja Delhi. La sabiduría no.

      ¿DÓNDE VIVE USTED?

      18 de noviembre de 1964

      La pregunta no es extraña, se hace a diario. Su respuesta es evidente, corta, inmediata, definitiva: una calle y un número. “Ahí vivo yo”. Sin embargo, esa contestación no es exacta. Es únicamente habitual. Los padres y abuelos del hombre y mujer de hoy podían dar su domicilio y decir que ahí vivían. Propia, arrendada, cedida, esa era su casa, su hogar, donde estaban sus afectos y efectos, su gente, sus cosas, libros, espíritu y materia. Ahí transcurría todo lo importante, realizaciones y frustraciones, gozos y dolores. Padres y abuelos decían verdad al dar número y calle. Ahí vivían.

      No así el hombre de hoy. Tiene su casa, es cierto. Suya, arrendada, pagada en parcialidades, suya. Pero ha dejado de vivir en ella. La nueva civilización ha desplazado sus actividades hacia otro sitio: la oficina. Esta es históricamente nueva. Muchos abuelos no conocieron oficinas. Trabajaban en casa, en el “escritorio” −queda solo el nombre− o en “la biblioteca”, una pieza que desapareció. El hombre moderno no trabaja en su casa. Todas las mañanas parte a la oficina y vuelve tarde. Ahí, en la oficina, están sus papeles, sus libros, sus cosas que importan, ve a quienes tiene que ver, se reúne con otros, les da cita, piensa, actúa.

      Lo importante, lo extraordinario y lo insólito, es que ese mismo hombre no se da cuenta de que su vida espiritual tiende a desplazarse, cada vez más, también a la oficina. Él da el dinero para su casa, cada vez más y cada vez nada más, porque su verdadero ser, el que importa, se desarrolla en la oficina. La casa es posada después del día de trabajo. En ella no mira ni ve, ni crea, porque es rutina diaria. No puede él repetir las palabras de Jorge Luis Borges: “He dicho asombro de vivir donde otros dicen solamente acostumbramiento”.

      Los países antiguos tienen conciencia de este desplazamiento. La reacción es clara: la casa es el castillo del británico y es también, en el otro lado del mundo, el santuario del japonés. No así en los países nuevos, ignorantes todavía del falso progreso. En ellos la casa está en agonía y por eso la pregunta: “¿Dónde vive usted?” está mal formulada; debería ser: “¿Dónde duerme usted?”

      LA SEÑORITA Y PLATÓN

      16 de diciembre de 1964

      –Señorita, ¿qué sabe usted de Platón?

      Examen oral, sexto año de humanidades [equivalente a cuarto medio], un colegio de Santiago.

      La señorita recordaba a Platón. Su buena memoria le permitió repetir algunas afirmaciones del filósofo ateniense, uno que otro detalle de su vida, el nombre de una de sus obras.

      –Muy bien.

      La prueba había terminado. También el último examen. La señorita se separaba de Platón después de haberlo tenido en su bolsón, de a poco, durante varios años.

      No sabía ella que el tipo de estudios que acababa de terminar, su modalidad y materia, sus lecciones y exámenes, eran precisamente el opuesto de las doctrinas del pensador excelso. Con sacrificios e ingentes gastos de sus padres, el colegio le había enseñado sus doctrinas… negándolas. Esos libros, lecciones y ejercicios habrían horrorizado a los alumnos de la Academia, la máxima creación platónica. “Eso no es enseñar”, habría dicho el maestro, indignado. “Eso es repetir y con ello romper la relación que debe unir la realidad con la ilusión, el profesor con el discípulo, el diálogo con la verdad”.

      Para Platón, el recién nacido trae una bagaje de conocimientos de todo orden, completos, reales, verdaderos.

      La materialidad de su nueva existencia tiende a ahogarlo y hacerle olvidar sus riquezas. Es entonces, dice Platón, que debe intervenir el maestro, sacar esos conocimientos hacia afuera, descubrirlos, hacerlos conscientes.

      Es por eso que la instrucción, según él, debe salir como el agua sale de la fuente. La dirección inversa, de afuera hacia adentro, es inútil y dañina, además de impedir al alumno conocerse a sí mismo y desarrollarse de acuerdo con su auténtica naturaleza. La “materia” −terror del alumnado− está, así, adentro y no en los programas. Llenar, pues, la cabeza de conocimientos, en vez de sacarlos de ahí −sostiene él− es crimen de “lesa enseñanza” y “leso método”.

      La verdadera respuesta de la señorita al examinador, debió, pues, ser:

      –Sé que Platón condenaría los estudios míos… y los métodos suyos.

      LA PEQUEÑA HISTORIA

      20 de enero de 1965

      La “gran historia” no es siempre motivada por grandes causas. O, más exactamente, para que ocurra la trascendencia son necesarios infinitos detalles que forman la “pequeña historia”. Durante los siglos XI y XII, Europa fue sacudida por una idea que se cristalizó en el grito: “¡Todos a Jerusalén!”. Era necesario quitar al islam la Tierra Santa. Obedeció el labriego, el burgués y el caballero.