Todo pasa. Horacio Serrano. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Horacio Serrano
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561425439
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el amor: los trovadores.

      Para comprender el papel que hicieron estos poetas-músicos es preciso borrar la imagen que hoy se tiene del caballero medieval no formada por la historia, sino por la explotación comercial de Hollywood. Desde luego, su morada, el castillo feudal, era una estructura incómoda, desagradable, oscura −verdadera boca de lobo−, helada, inmunda, donde vivían hacinados los caballeros, sus mujeres, vasallos, siervos, niños y animales en total promiscuidad, compartiendo con ratones e insectos granos y carnes secas, con muy pocos muebles y ninguna alfombra, producto este del Oriente. La gran sala del castillo estaba cubierta de paja y el ambiente y las paredes, de humo y humedad.

      El propio caballero era muy primitivo, escaso de cultura y de modales, rudo, vulgarote. Hoy habría sido designado un “matón”. Su profesión era la lucha y la guerra, que llevaba con extremada violencia y una crueldad que actualmente horroriza. Su armadura de fierro no cubría solo su cuerpo, sino también su mente. Quien pudo llegar a su espíritu fue solo el jongleur, el bardo que leía poemas al son del laúd, el instrumento musical de cuerdas que los árabes trajeron a Europa. Nacieron así los trovadores, verdaderos poetas que cantaron la generosidad y el amor espiritual, y que mantuvieron la sensibilidad en una época que hizo escarnio de ella.

      El matrimonio del caballero medieval era utilitario, de conveniencia, un negocio como cualquier otro. Un ejemplo: la princesa Eudoxia, hija del soberano de Constantinopla, viajó a Montpellier, al sur de Francia, para perfeccionar su casamiento, ya convenido, con Alfonso II de Aragón. Se atrasó. Cuando llegó, él se había casado con otra y para no perder el arreglo, ella celebró sus bodas con Guillermo de Montpellier. Como solo le diera una hija, este la encerró en un convento y desposó a otra.

      En medio de estas tinieblas, alumbró la poesía del trovador. Es él el héroe de la época, no el caballero feudal.

      DOMINÓ

      31 de julio de 1965

      ¿Enseña algo la historia? Aseguran algunos −en contradicción con Tucídides− que su única enseñanza es que nada enseña. Puede ser. Pero, ¿es alguien capaz de asegurar que el presente no enseña? Y sin embargo, la verdad es que no siempre enseña. El mundo contempla actualmente un ejemplo: la llamada “teoría del dominó”, sostenida por el Pentágono de Estados Unidos, y que en síntesis afirma que un país comunista forzosamente impone su régimen a sus vecinos. Esta teoría ha sido el principio de alta técnica que ha encendido y atizado el fuego en Vietnam. El hecho de llamar a ese conflicto “la guerra que nadie desea”, como se le denomina en la Unión, demuestra que las fuerzas norteamericanas han intervenido llevadas por principios superiores.

      Sin embargo…

      El dominó no resultó en Europa. Rusia soviética se apoderó de los países que actualmente están dentro de la Cortina de Hierro por la fuerza de sus armas y no por osmosis de sus ideas. Otro caso de proyecciones: Europa Occidental mantuvo su independencia política a pesar de las poderosas fuerzas comunistas de Francia e Italia. Y aun dentro de la órbita soviética, Yugoslavia siguió sus luces propias y no las de Moscú.

      También fracasó el dominó en Asia: China no ha “convertido” a sus vecinos ni al propio Vietnam del Norte, que la precedió por cuatro años en las doctrinas marxistas. En África, el dominó tampoco ha servido: Ghana y la República Central Africana fracasaron en su campaña proselitista y cayeron sus regímenes de ultraizquierda. En América, el caso es aún más notorio. Según el dominó, Fidel Castro debió haber enrojecido a sus vecinos. Ha sido al revés. Es probable que nunca haya estado más pálido el mapa iberoamericano que ahora.

      ¿En qué queda entonces la teoría del dominó? En que no es más que una ficción. Una ficción que enseña que el acontecer inmediato no siempre enseña.

      ¿DELINCUENTES?

      23 de marzo de 1966

      Una sala larga. Baluartes de madera. Gente que espera. Fisonomías adustas. Fatiga, resignación (¿les ha llegado su hora?). Las ventanas dan a la cárcel de Santiago. Abajo, radiopatrullas, policías, agentes (ese que va ahí entre dos, ¿mató?). Llaman un nombre en la sala. Se acerca el nombrado. Cabizbajo, entrega varios papeles timbrados. Paga con billetes. Le entintan los dedos. Manchas digitales. Ellas son él ahora. Espera. Más espera.

      ¿Qué pasa en esa sala? ¿Delincuentes? No, son personas que en Chile quieren viajar. Sospechosos. Sus pasos reflejan una actitud hostil generalizada que se ha desarrollado en su contra, “porque el país no tiene dinero para que sea botado en el extranjero”.

      ¿Cómo se ha podido llegar a esa conclusión? Dicen las autoridades que el año tal se han gastado tantos miles de dólares en viajes. No dicen cuántos miles de dólares han reportado al país esos mismos viajes. Basta una sola mirada al mapamundi para ver la lejanía de Chile, “punta de rieles” distante de todos los centros del progreso espiritual y material. Otra mirada, esta vez a la historia, hace ver que el sitio destacado mantenido por Chile en sus instituciones, su arte y su técnica, se debe al buen criterio de haber mantenido contacto vivo y permanente con esos centros a través de viajeros.

      Las personas que van al exterior han desempeñado un rol distinguido en el desarrollo nacional desde que el carruaje de caballos desplazó a la carreta como señaladora de ritmo y desde que los caballos fueron encerrados en el motor a explosión. Ahora con el jet y la cápsula espacial ad portas, el progreso ha adquirido un ritmo acelerado y el viaje, más que nunca, es artículo esencial. Es evidente que muchas personas que no deberían moverse de aquí (¿por varias generaciones?) viajan. Pero son las menos. De ahí a decir que el país no tiene dinero para comunicarse con los centros de desarrollo donde está todo, cultura, capitales, técnica, hay una distancia infranqueable. Con la aceleración del progreso, entre la caverna y la oficina puede mediar hoy solo un paso: un viaje.

      LA NARANJA

      7 de septiembre de 1966

      Los chilenos que van a Florencia −y que a Dios gracias, son cada vez más numerosos− deben haber reconocido en varios cuadros del Renacimiento un árbol que ellos cultivan: el naranjo. Fra Angélico en San Marcos hace reposar a Cristo bajo su sombra; Domenico Ghirlandaio decora con él en su Última cena la consternación de los discípulos. Los reyes magos de Benozzo Gozzoli ofrecen a Jesús Niño preciosas naranjas. Sin embargo, los evangelistas no se refieren a ellas.No las conocieron.

      Los evangelistas no. Los cruzados sí. Fueron ellos quienes hablaron de su sabor y color como de algo maravilloso. Los artistas del Renacimiento creyeron entonces que eran de Tierra Santa y las pintaron en las escenas de la vida de Cristo. No obstante, Él no las vio nunca.

      ¿Cómo que la naranja no nació en el Mediterráneo? No. Muy lejos de ahí. Es del sur de China. Ahí está hoy el mayor número de sus variedades. Es la jyu, palabra difícil que no resistió la exportación. De China pasó a la India y en libros de medicina de ese país de hace dos mil años se habla de “naranja”, en que la primera sílaba na denota aroma y fragancia. La palabra misma es derivación del sánscrito. No puede tener antigüedad más respetable.

      De la India la tomaron los persas y de ellos −como tantas cosas que los occidentales creen propias y no lo son− se hicieron cargo los árabes que la llevaron al Mediterráneo. Se dio muy bien ahí. Vino la palabra, latinizada arangium, de donde se derivó orange, en francés, que alcanzó realeza al ser llamado un príncipe provenzal a ocupar el trono de los Países Bajos. La Casa de Orange tuvo ramificaciones e influencias en Europa y América. Hoy la naranja ha terminado su peregrinación desde China. Está en todas partes. El mundo perdería color, frescura y sabor sin ella.

      TEMPLO DEL CIELO

      28 de septiembre de 1966

      Faltaban pocos años para que naciera Cristóbal Colón cuando en Oriente, en la ciudad de Pekín, un emperador de la dinastía Ming se prosternó por primera vez ante la única entidad más poderosa que él: el cielo. Para este acto había construido con madera, sin un clavo ni una piedra, ni pedazo alguno de metal, un templo circular, con tres techos de tejas vidriadas de color azul, que tenían −y tienen− el extraño privilegio de detener el sol.

      Quiso